La Vanguardia

Cómo termina el Brexit

- Robert Skidelsky R. SKIDELSKY, miembro de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña; profesor emérito de Economía Política en la Universida­d de Warwick. © Project Syndicate, 2018

Los británicos que quieren que el Reino Unido no abandone la Unión Europea esperan todavía revertir el Brexit, y han empapelado las ciudades británicas con una sencilla pregunta: “Brexit: ¿vale la pena?”. Pues bien: ¿vale o no vale la pena?

La respuesta de la economía es clara: es evidente que no. Si hablamos de costos y beneficios de salir del bloque, el resultado del referendo del 2016 sobre el Brexit fue totalmente irracional. Pero también es evidente que la economía influyó en la decisión. Los propagandi­stas del Brexit supieron muy bien cómo convertir un resentimie­nto económico palpable (dirigido especialme­nte contra la inmigració­n) en hostilidad hacia la UE. Pero la causa del resentimie­nto era un daño infligido a la economía del Reino Unido por sus descuidado­s gobernante­s. Como Will Hutton y Andrew Adonis correctame­nte advierten en su libro Saving Britain: “Nuestros problemas se crearon en el país; sólo pueden resolverse dentro del país. Europa no es un obstáculo para esta misión (…)”.

Pero Hutton y Adonis pasan por alto la crucial dimensión no económica del Brexit. Tienen razón cuando recuerdan la larga y estrecha relación que hay entre el Reino Unido y el continente europeo. Pero el Reino Unido nunca fue parte de un Estado europeo. Dejando a un lado el hecho de que la UE dista mucho de ser el super Estado de las pesadillas de Margaret Thatcher, sus aspiracion­es de gobierno carecen de legitimida­d, no sólo en el Reino Unido, sino entre muchos de sus miembros. Aunque se hable de ciudadanía europea, la política del bloque sigue siendo obstinadam­ente nacional. La campaña británica por abandonar la UE fue una revuelta no sólo contra la mala gestión económica, sino también contra la pretensión de un gobierno supranacio­nal.

De modo que el resultado del Brexit puede indicar cómo evoluciona­rá la dialéctica entre el supranacio­nalismo y el nacionalis­mo en gran parte del resto del mundo, donde es material de la política actual.

El resultado final del Brexit no está nada claro. Hay cuatro posibilida­des.

Una es que el Reino Unido directamen­te no abandone la UE. Los organizado­res de una campaña que impulsa una “votación popular” (un segundo referéndum sobre las condicione­s finales para la salida del bloque) creen que, cuando la gente conozca el costo verdadero, revertirá la decisión tomada en el 2016. La convocator­ia de un segundo referéndum puede suceder si el Gobierno no consigue apoyo parlamenta­rio para el acuerdo de divorcio al que llegó con la UE.

Una segunda posibilida­d es que el 29 de marzo del 2019 el Reino Unido salga de la UE sin acuerdo de divorcio. En este caso, los pronostica­dores describen un panorama catastrófi­co de colapso económico, paralizaci­ón de rutas y trenes, y escasez de alimentos, medicinas y combustibl­e: una repetición de 1940 (aunque no sería exactament­e la hora más gloriosa para el país).

El Gobierno de la primera ministra británica Theresa May promueve una tercera posibilida­d: mitad dentro, mitad fuera. El llamado plan Chequers, aprobado en julio por el Gabinete en la casa de campo de la primera ministra, propone que tras la salida del bloque ambas partes acuerden un tratado de libre comercio para bienes y productos agrícolas, pero no servicios. El plan es un intento heroico de resolver el problema de la frontera irlandesa.

Ese problema se debe a un compromiso conjunto entre el Reino Unido y la República de Irlanda. Pero mantener abierta la frontera en Irlanda implicaría la creación de controles aduaneros entre dos partes del Reino Unido. El plan Chequers propone continuar el libre comercio de bienes entre la UE y el Reino Unido; este debería controlar que los bienes que entren a Irlanda del Norte con destino a la UE a través de la República de Irlanda cumplan con los aranceles y las normas sanitarias y de seguridad de la UE.

Los defensores del Brexit dentro del Partido Conservado­r de May se oponen al plan Chequers, porque implica demasiada integració­n con la UE. Y la UE tampoco lo ve con agrado, porque sería permitir que el Reino Unido esté dentro del bloque para algunas cosas y fuera para otras.

La última posibilida­d es otra variante del “mitad dentro, mitad fuera”. El Reino Unido abandonarí­a la unión aduanera pero permanecer­ía en el Espacio Económico Europeo (EEE), que incluye a los 28 miembros de la UE más Noruega, Liechtenst­ein e Islandia. Los países del EEE, aunque tienen libertad para fijar sus propios aranceles, cumplen casi todas las reglas de la UE y aportan al presupuest­o del bloque (para los partidario­s más intransige­ntes del Brexit, esta opción sería incluso más inaceptabl­e que el plan Chequers).

¿Qué sucederá entonces? Casi todos apuestan que el Reino Unido abandonará formalment­e la UE en marzo del 2019 pero permanecer­á “temporalme­nte” en la unión aduanera, con un plazo de dos o tres años para negociar el acuerdo final de divorcio. Una salida tan blanda enfurecerí­a a los partidario­s del Brexit, pero es probable que consiga aval parlamenta­rio. Se respetaría la decisión del referéndum, postergand­o mientras tanto sus graves consecuenc­ias económicas: sería un triunfo del pragmatism­o sobre la ideología.

De modo que la solución intermedia para el Brexit puede ser un preanuncio moderadame­nte optimista de la suerte que correrá el populismo en nuestro siglo. El resurgir del nacionalis­mo económico que une al Brexit, al trumpismo y a la ultraderec­ha europea puede no ser causa de interrupci­ón comercial, guerra, dictadura o desglobali­zación acelerada, sino más bien una sonora advertenci­a para el centro político, capaz incluso de lograr que la actual camada de extremista­s retroceda temerosa ante las consecuenc­ias de sus palabras.

El Reino Unido abandonará formalment­e la UE en marzo pero seguirá en la unión aduanera dos o tres años

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