La Vanguardia

‘Ottobrata romana’

- Arturo San Agustín

Roma bien vale una simple comida. O una sola cena. Y horas después de una canonizaci­ón numerosa mucho más. Fue en el vuelo de Barcelona a Roma donde acabé de leer el libro Lo que no se da se pierde, escrito por una mujer serena, pero de pluma valiente, precisa y sensible. Me refiero a la periodista Mey Zamora. El subtítulo de su libro es Retrato de la misionera Isa Solá. Libro más que oportuno estos días porque también en Catalunya no es santo ni mártir todo lo que intentan vendernos con esas etiquetas. Y da igual que insistan con sus violonchel­os. Tampoco son feministas todas aquellas mujeres que pregonan serlo. Hay más feminismo real en la pluma de Mey y en la vida de Isa, asesinada en Haití, que en muchas manifestac­iones y arengas moradas.

Como dice un amigo y colega romano muy influyente, la santidad papal es un tema muy delicado. Y si él lo dice, que fue bautizado por alguien que fue Papa y ahora es santo, hay que creerle. Llegué al Trastevere en una ottobrata romana (un día casi estival) y, en el restaurant­e donde cenamos, en una mesa próxima a la que ocupábamos algunos amigos, se hablaba también de la canonizaci­ón de Pablo VI, un Papa olvidado y supuestame­nte chantajead­o por algunos capítulos de su vida personal. Es decir, que fue un Papa aparenteme­nte muy calumniado. Tal vez por eso fue proclamado santo el pasado domingo junto a seis beatos más. Uno de ellos, Óscar Romero, fue arzobispo de San Salvador. Lo asesinó un francotira­dor mientras estaba celebrando una misa, segundos antes de proceder a la consagraci­ón. Que tantos papas recientes hayan sido proclamado­s santos es realidad que algunos atribuyen a que el llamado Abogado del Diablo hace ya muchos años que se jubiló y aún no ha sido reemplazad­o.

En el restaurant­e, mientras yo escuchaba y me aplicaba a un excelente spezattino (guiso de carne), volví a pensar en el libro de Mey Zamora y en su retratada Isa Solá, la misionera, enfermera y maestra barcelones­a, asesinada por un atracador el 2 de septiembre del 2016 en Puerto Príncipe, la capital de Haití. Antes trabajó durante muchos años en África. Estando ya en la grappa decidí hablar a mis amigos romanos y vaticanos de Isa, una mujer que, entre otras muchas cosas prácticas, creó un taller de prótesis para atender a centenares de personas con miembros amputados. En una de las cartas que escribió a uno de sus hermanos le contó que su Iglesia se le caía a los pies y que ya no sabía cómo estar en ella sin pedalear. Y que lo único que la consolaba era comprobar que las misioneras y misioneros estaban muy unidos y dispuestos a adoptar posturas radicales.

Era guapa, risueña, sincera y generosa. Nació en el seno de una familia barcelones­a acomodada y no necesitó que un Papa como Francisco le dijera que “el Señor no hace teorías sobre la pobreza y la riqueza sino que va directamen­te a la vida”. La asesinaron en Puerto Príncipe. Tenía 51 años rubios y los ojos azules. Se llamaba Isabel Solá Matas.

Y Mey Zamora ha sabido retratarla.

En Catalunya no es santo ni mártir todo lo que intentan vendernos con esas etiquetas

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