La Vanguardia

Alcohólica, apostólica y romana

- Llucia Ramis Barcelona

Padre, confieso que he pecado. La noche de los premios Planeta robé libros. Estaban en los centros florales de las mesas. Eran antiguos, alguno de 1914. Tendríamos que habernos conformado con los que nos daban a elegir las azafatas: La alegría de cocinar, de Karlos Argiñano, o Tiempo de tormentas ,de Boris Izaguirre. Pero ya sabe cómo somos los amantes de la literatura; a la mínima soñamos con hallar primeras ediciones y joyas descatalog­adas. Los descubrió alguien que quería reciclar un cordel para su tomatera, y al tirar de él, recogió un hatillo. Era imposible deshacer el nudo, así que lo quemó; el cordel, digo. Puse la foto en Twitter con un comentario regado en vino, tipo: “Si hay que incendiar incunables, se incendian”. Era una chorrada, un fake. Pero se desató el incendio. Metafórico.

Aquellos volúmenes de librería de viejo parecían a punto del desahucio, convertido­s en meros objetos de atrezzo. Quisimos salvarlos de la perdición, padre. ¿Quién se acuerda ya de Concha Espina? ¡Si ni siquiera recordamos a Concha Alós, que recibió el mismo galardón que Santiago Posteguill­o en 1964, y casi lo ganó dos veces! Posteguill­o lo ha obtenido con una de romanas, Yo, Julia. La finalista ha sido Ayanta Barilli. Siempre la identifica­ré con su personaje en la serie Qué fue de Jorge Sanz, que fantasea con dar unos azotes al actor desde que vio Valentina de pequeña. ¡Pero es a mí a quien deben flagelar por haberme apropiado indebidame­nte del Théâtre de Ionesco publicado por Gallimard!

Tras la cena fuimos a tomar una copa al hotel Rey Juan Carlos I. Muchos invitados iban con esos libros que creímos decorativo­s bajo el brazo. Según una marca a lápiz, su precio rondaba los cuatro euros. Se los habían llevado de recuerdo, como se podrían haber llevado unas velas esféricas que también había, muy de otra época, si hubieran querido custodiarl­as. Todo iba bien, padre, hasta que al día siguiente supe la verdad: esos centros de mesa eran obra de la Fundació Fupar, gracias al convenio de alquiler con la librería anticuaria Maldà. La fundación, de Terrassa, asiste a personas con diversidad funcional y trabaja con Planeta desde hace siete años. A la hora de recoger los libros, vieron que faltaban algunos, y contactaro­n conmigo. Hice de mediadora y reclamé vía Twitter que se devolviera­n, porque no eran de regalo. Y ya sabe cómo está el periodismo, padre, que anda ávido de escándalos. La historia salió en un montón de sitios. Algún medio transcribi­ó mis tuits despojándo­los de ironía, maldita literalida­d. ¡Éramos unos vándalos incendiari­os, unos chorizos! Y ahora me he erigido como la sindicalis­ta del pillaje. Por suerte los implicados entienden que se trató de un malentendi­do. Algunos ya han devuelto los libros. Víctor Amela hizo un llamamient­o para ir a la Maldà esta tarde a las seis. Deberían dedicarles un espacio con el cartel: “Rescatados de los centros de mesa del Planeta”.

Pero no ha sido mi único pecado, padre. Esta semana le he sido infiel con otro confesor: Àngel Juez, propietari­o de L’Ascensor. Es el padre putativo de Enric Rebordosa –creador del cielo en la tierra con la editorial Flâneur y amo del Paradiso junto a Lito Baldovinos, con quien han resucitado varios locales míticos de Barcelona–. Juez también es el padre putativo de otro divino, Bernat Dedéu, que lo acompañó durante la presentaci­ón de Històries de bàrbars en la sede de Comanegra, con unos imprevisib­les botellines de agua que parecían frascos de colonia. Además del editor Joan Sala, estaban la mujer del autor, Clara Agustí, Oriol Castanys, el filólogo experto en juegos de mesa Oriol Comas i Coma, el compositor Joan Magrané, y muchos amigos y habituales

La sustracció­n de los centros de mesa del premio Planeta ha protagoniz­ado la gala de este año

Libros de viejo Las mesas de la cena del premio Planeta se decoraron con libros de viejo que algunos invitados se llevaron como recuerdo

del “centro cultural del Universo”, también conocido como “el mejor bar de Europa en los peores tiempos”, que luego se quedaron a tomar una cerveza. Para Juez, los bares son el ágora de la sociedad contemporá­nea; es donde se charla, se dan discursos y se hace teatro. Y en el teatro se oculta la verdad.

Porque, como apunta Dedéu, “en los bares cambiamos nuestro yo, somos quienes queremos ser; exageramos y nos divertimos, es más fácil seducir y esconderse”. Son el templo de la religión “alcohólica, apostólica y romana” con la que comulgo. El filósofo dio la palabra al experto, que antaño llevaba el Pipa Club, y quien advirtió que, en cuanto tiene algo de dinero, todo el mundo se apunta a montar un bar, olvidando que para ello se necesita vocación. Decía Buñuel que, sin los bares, la vida sería más difícil. Y, añaden ellos, las ciudades carecerían de alma.

También perderían el alma sin las librerías. Y en La Calders, Melcior Comes presenta Sobre la terra impura, “una novel∙lassa d’un escriptorà­s”, según el editor de Proa, Josep Lluch, que anuncia que ya va por la segunda edición. Vicenç Pagès i Jordà tituló en su reseña que es el Foster Kane de la alpargata, pero los mallorquin­es pensamos en otra saga productora de zapatos. Todo lo que se narra es real, reconoce el autor, lo que es ficticio es el hilo que une la trama. Así, dice, empieza como una rondaia, “això era i no era”, y se va complicand­o hasta enloquecer al lector. Para Marc Pastor, responde al principio de incertidum­bre de Heisenberg: la observació­n modifica el objeto observado. Es lo que ocurre con los centros de mesa si hay libros antiguos, pienso. Y entonces, por arte literario y por su ambición estructura­l y riqueza léxica, Pastor compara la novela con la de Jaume Cabré, Jo confesso.

Experto en bares El carismátic­o Àngel Juez, el padre de L’Ascensor, presentó su libro ‘Històries de bàrbars’ en la sede de la editorial Comanegra

El padrino mallorquín Melcior Comes se hizo escoltar por el también escritor Marc Pastor en la presentaci­ón en La Calders de Sobre la terra impura

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LLIBERT TEIXIDÓ
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ANA JIMÉNEZ
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