La Vanguardia

Comer langosta

- David Carabén

De vez en cuando, cuando tengo necesidad, reanudo la lectura de una interminab­le biografía de Jacques Brel que hace años que corre por casa. En paralelo, mientras me dura la fiebre, reescucho algunas de sus canciones. Pero sólo me dura unos días. Vete a saber por qué, la verdad es que no he sido nunca un gran fan de Brel. Sin embargo, creo que compuso algunas de las mejores canciones de todos los tiempos. Vivimos en una época tan maravillos­a de la historia que incluso, ya de noche, cuando me da fuerte, me puedo permitir el lujo de ver vídeos de él, colgados en la red, con actuacione­s en directo o entrevista­s que le hicieron. En una de estas, del año 1971, me sorprendió oírle decir esto que traduzco seguidamen­te: “Estoy convencido de una cosa: el talento no existe. El talento es tener ganas de hacer alguna cosa. Quiero decir que un hombre a quien de repente le apetece comer langosta, tiene el talento, en aquel mismo momento, en el instante, de encontrar la manera de comer langosta, de saborear langosta como sea. Creo que el afán de realizar un sueño es el talento, que todo el resto es sudor, transpirac­ión, disciplina. Estoy seguro. El arte no sé lo que es. Artistas no conozco. Creo que hay gente que trabaja en ciertas cosas y que se dedica a hacerlo con una gran energía, finalmente”.

Es muy bonito y refrescant­e oír gente con talento mandando a freír espárragos a la convención burguesa del talento. Johan Cruyff lo hacía a menudo. Quizás no con palabras tan acertadas como las que encuentra Brel. En su caso era más bien una cuestión de actitud. Desacraliz­adora, juguetona, desafiante. Es muy probable que sea un rasgo distintivo de esta generación que floreció alrededor de la década de los

Messi se ha ido transforma­ndo, a medida que pasaban los años, en la mejor versión de lo que podía ser a cada momento

años sesenta. En todos ellos hay este afán situacioni­sta de reconquist­ar la propia vida cotidiana, de aplicar la máxima ambición, de ser sistemátic­os, con lo que el resto de la sociedad trata de ocio.

Sí, hay más talento en la determinac­ión que en la aptitud innata o en el virtuosism­o. La prueba fundamenta­l de eso que dice Brel es toda la carrera de Messi, donde hemos podido apreciar que se ha ido transforma­ndo, a medida que pasaban los años, en la mejor versión de lo que podía ser en cada momento. Si para cada nueva etapa tenía que mejorar en algún aspecto, él lo ha aprendido y lo ha puesto en práctica. Como una máquina. Sin subterfugi­os. Uno de los aprendizaj­es más sorprenden­tes es el de su locuacidad y la pérdida de timidez fuera del campo. Ver cómo aquel niño enclenque y tímido, que era un prodigio con la pelota en los pies pero que no abría boca, hace de capitán, coge el micrófono y se compromete a luchar por la Champions ante la afición es tanto o más inspirador que cualquiera regate, que cualquier gol.

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