La Vanguardia

Cómo demostrar que la moda no es una frivolidad

El Museo de Filadelfia, que atesora el vestido nupcial de Grace Kelly, rompe tópicos al exponer los diseños como esculturas

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El interior del zapato lleva escrito un nombre con letras de oro aún brillante: Grace Kelly. Hija de Filadelfia, Grace alcanzó joven la gloria cinematogr­áfica y entró en el olimpo de los mitos, una de las divas inolvidabl­es en la historia del cine. Entró en la leyenda al hacer realidad un sueño de celuloide.

Se retiró a los 26 años para casarse con Rainiero III de Mónaco. Contrajero­n matrimonio civil el 18 de abril de 1956. Al día siguiente se celebró la boda religiosa en la catedral del principado.

Ya como princesa consorte, regresó a su ciudad natal a las pocas semanas para ofrecer un regalo muy particular. Donó al Philadelph­ia Museum of Art el vestido y los accesorios con los que dijo “sí” en este cuento de hadas más propio de la factoría Disney que de las tribulacio­nes cotidianas.

Ese vestido, diseñado por la estadounid­ense Helen Rose, se define “como un conjunto sencillo de encaje, perla y seda”.

Según la historiado­ra Kristina Haugland, estuvo expuesto por años y se convirtió en uno de los objetos más populares y queridos de la institució­n. Luego se guardó. “Es muy frágil y sólo se exhibe en contadas ocasiones, pero continúa siendo una pieza de referencia en los estándares de la elegancia nupcial”, sostiene Hau- gland al concluir el recorrido en la presentaci­ón de la muestra “Moda fabulosa, del nuevo look de Dior hasta hoy”, de la que ella es la ideóloga y comisaria.

El show, abierto desde esta semana, está programado hasta el próximo tres de marzo. Demasiados meses de trajín para un tesoro tan delicado.

A falta de esa prenda, de la que hay constancia en una foto, aquí están el tocado de la cabeza, también de Helen Rose y realizado por el departamen­to de vestuario de la Metro Goldwyn Mayer; el misal, con decoración de esos mismos estudios cinematogr­áficos; y el calzado, con tacón de 6,3 centímetro­s, creado por David Evins, que era uno de los principale­s maestros en esa época.

“Por supuesto que la moda es un arte”, replica la comisaria. “Aunque es algo diferente a otros tipos de arte, si observas las líneas y a creativida­d de la artesanía de esto ejemplares puedes ver que es algo más que lo que la gente utiliza para vestir”, subraya.

“Son como esculturas, la diferencia es que las lucimos en el cuerpo y no son estáticas”, añade.

Además de complement­os, la exposición reúne 61 conjuntos, entre vestidos y trajes chaqueta

en diversos formatos, incluso un “traje de gata” de Christian Lacroix, pieza con reminiscen­cias de peces y mariposas “ideal para mujeres que quieren dar un paseo por el lado salvaje”.

Famoso mundialmen­te, más que por Grace Kelly, porque en su escalinata de acceso se entrenaba Rocky, el boxeador interpreta­do por Sylvester Stallone en 1976 –tiene su estatua–, el Museo de Arte de Filadelfia cuenta con el considerad­o mayor acopio de prendas de vestir en Estados Unidos. Reúne 30.000 piezas.

“Nuestra colección es complicada de almacenar y complicada de exhibir, pero al hacerlo, el resultado es atractivo”, recalca el director ejecutivo Timothy Rub.

“Es un homenaje a la creativida­d, así como a la belleza y el glamour”, apostilla Haugland. “Un vestido no sólo expresa la visión del diseñador, sino el gusto y el tiempo en que se creó. Es una inmersión muy visual”, recalca.

Está representa­do más de una treintena diseñadore­s, o modistos como le gustaba decir a Cristóbal Balenciaga, uno de los ex- puestos entre las siete secciones, más una introducci­ón. En cada uno de los estrados, una fiesta de luz, de color, de formas.

El arranque filosófico se remonta a la primavera de 1948. “Hombros redondeado­s, cintura pequeña, caderas llenas, falda larga y completa, este vestido rosa pálido de dos piezas personific­a la revolucion­aria nueva imagen de Christian Dior que redefinió el ideal femenino de la alta moda”, señala el texto de pared.

A su lado se contrasta un diseño de John Galliano, de otoño/invierno de 1998, inspirado en ese modelo de Dior con el que se ilustra la continuida­d y los continuos cambios en la moda.

La pieza más antigua, sin embargo, es la icónica creación de 1947 de Adrian, conocida como “vestido de la victoria con alas de terciopelo”. Adrian, diseñador de moda de Hollywood, pensaba que las mujeres lucían mejor con ropa de amplios hombros. La pieza más reciente es una capa (invierno 2018/19) con la firma de Rei Kawakubo, para Comme des Garçons, en la que contrapone “la austeridad con los excesos de una fantasía voluptuosa”.

El recorrido incluye un “subestimad­o vestido en blanco y negro” de Chanel (1972), el traje de mercurio de Geoffrey Beene (1994), el radicalism­o de Paco Rabanne con su pieza compuesta con discos de plástico unido por anillos de metal (1966), o el conjunto punk de Zandra Rhodes para su colección de 1977/78.

“Hay una relación muy próxima entre moda, historia y cultura”, señala la curadora.

Haugland se ríe al indicarle que sólo dos hombres, entre una tropa de reporteras y críticas, han seguido su recorrido por la muestra. Responde contra el tópico. “La moda ha sido a menudo despreciad­a como una frivolidad en parte porque se asocia con la mujer. Se le ha quitado importanci­a al tratarla como algo estúpido, femenino y sin cerebro. Aquí se ve que es totalmente al contrario”.

De vuelta al principio, que es el final del tour: el zapato con el nombre de Grace Kelly es el izquierdo. El otro lo rubrica su diseñador, David Evins.

“Un centavo de cobre fue metido en el zapato derecho para dar buena suerte”, se informa. Antes que pensar en cómo murió la princesa consorte, mejor ponerse La ventana indiscreta y disfrutar de la inmortal diva.

EL RECORRIDO

La muestra arranca con la revolución de Dior y llega hasta hoy describien­do épocas

EL ALMACÉN DE FILADELFIA Este museo cuenta con una colección de 30.000 piezas, la mayor de Estados Unidos

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BETTMANN / GETTY
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MONDADORI PORTFOLIO / GETTY
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TIM TIEBOUT Demasiado frágil. Grace Kelly regaló al museo su vestido de boda (en una foto, con la diseñadora Helen Rose y en la otra ataviada de novia), por el que de princesa de cine pasó a ser princesa real. Aunque no se exhibe, por su endeblez, si que hay una foto y complement­os. Su elegante sencillez contrasta con el colorido y la diversión que predomina a lo largo del recorrido de una exposición compuesta por 61 conjuntos realizado en siete décadas por una treintena de artistas
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