La dignidad no figura en el ‘big data’
ARISTÓTELES advertía en la Grecia clásica que la dignidad no consiste en tener honores, sino en merecerlos. La dignidad ha sido uno de los motores de la historia. En El principito Saint Exupéry nos recuerda que la dignidad del individuo consiste en no ser reducido al vasallaje por la influencia de otros. Mahatma Gandhi o Nelson Mandela son símbolos del fracaso de las autoridades de su tiempo en despojarles su dignidad. Y un científico como Albert Einstein dijo que sólo la moralidad de nuestras acciones puede darle belleza y dignidad a la vida.
En la Biografía de la humanidad, de Marina y Rambaud, se lee: “La noción de dignidad no es una noción científica, no es un patrón que se pueda extraer del big data. Surge de la experiencia histórica y enlaza con la experiencia individual”. Las nuevas tecnologías son hábiles en tratar información, pero torpes en comprender valores. La dignidad es una ficción redentora, según los autores de la obra, que contribuye a la felicidad objetiva.
Uno de los problemas para encontrar salidas al contencioso catalán es la gestión de la dignidad. A menudo la concepción de la dignidad acaba siendo una fuerza paralizante. El miedo a ser visto como indigno puede llevar a Quim Torra a no usar el despacho presidencial con la excusa de obras menores . Y que Pablo Iglesias se entreviste en la cárcel de Lledoners con Oriol Junqueras es calificado de indignidad por PP y Cs. Pero incluso obtener mejoras para el autogobierno es concebido como algo indigno por el independentismo más radical, porque de lo que se trata es de desobedecer al Estado en lugar de colaborar con él. Y con este empacho de dignidades se llega al absurdo de que la palabra traidor, como nueva kriptonita, paraliza la salida del laberinto. Vale la pena, por eso, quedarse con la definición de la activista Maya Angelou para no perderse: “Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”.