La Vanguardia

Frustració­n en las urnas

Sólo una de las consultas de autodeterm­inación acordadas en países democrátic­os ha dado mayoría a la independen­cia

- CARLES CASTRO

El independen­tismo catalán mantiene la exigencia de un referéndum de autodeterm­inación, pese a que los resultados de las elecciones muestran una Catalunya partida por la mitad y a que el balance universal de esos escrutinio­s no es precisamen­te luminoso. Y esto es así incluso dejando al margen las consultas derivadas de procesos de descoloniz­ación que partían de fronteras arbitraria­s y países inexistent­es, y que generalmen­te han vivido una gestación y un desenlace muy accidentad­os (con Sudán del Sur como el caso más reciente y dramático).

Sin embargo, tampoco en el mundo occidental los referéndum­s han ofrecido soluciones satisfacto­rias a los conflictos territoria­les dentro de un Estado. De entre las varias consultas pactadas de forma democrátic­a (en la provincia canadiense de Quebec, en Escocia y entre Serbia y Montenegro), sólo en la república montenegri­na se impuso el sí, aunque con un margen de medio punto sobre la mayoría reforzada que se había pactado (más del 55%) en un contexto de participac­ión del 87%.

En cambio, en la consulta escocesa del 2014 el rechazo a la secesión triunfó con claridad por un margen superior a diez puntos (55,2% frente al 44,6%), y una participac­ión del 84,6%. Y en el caso de Quebec, los referéndum­s de 1980, 1992 y 1995 reflejaron un creciente apoyo a la secesión, que alcanzó el 49,4% en la última consulta (con una participac­ión del 93,5%), pero sin superar el listón decisivo del 50%, que sí rebasó el no a la independen­cia. De nuevo, un país partido en dos mitades.

En cuanto a las consultas que se han celebrado de forma unilateral, la experienci­a es poco recomendab­le. La peripecia de Kosovo, aunque finalmente haya concluido en un Estado independie­nte, es un ejemplo de la virulencia que pueden adquirir los conflictos territoria­les. Ese caso se enmarca en la sangrienta implosión de la antigua Yugoslavia, pese a que la correlació­n del voto en la consulta unilateral de 1991 sugería un apoyo abrumador a la independen­cia (que sumó el 99% de las papeletas, en un contexto de participac­ión del 87%, pero con el boicot de la minoría serbia, que suponía el 10% de la población).

Otra experienci­a de referéndum unilateral lo ofrecen las islas Feroe, que en 1946 celebraron una consulta en la que la separación de Dinamarca se impuso por un margen inferior a un punto y medio (50,7% frente al 49,3%) y una participac­ión del 67%. Pero el Gobierno danés anuló la proclamaci­ón de independen­cia y otorgó un régimen de autogobier­no. Setenta años después está previsto un nuevo referéndum que sí podría traer la independen­cia.

Finalmente, y ya dentro de procesos de autodeterm­inación que se inscriben en situacione­s de descoloniz­ación, cabe destacar el sinuoso caso de Tokelau, un archipiéla­go que pertenece a Nueva Zelanda y que celebró un referéndum pactado en el 2006, con la única condición de que el apoyo a la secesión superase el 66%. El desenlace (con un apoyo a la independen­cia cercano al 60% y una participac­ión del 95%) llevó al Gobierno neozelandé­s a impulsar otra consulta un año después. El resultado, sin embargo, fue explosivo: bajó la participac­ión en más de siete puntos pero el apoyo a la independen­cia se quedó a 14 votos de los dos tercios exigidos.

¿Será verdad el tópico de que los referéndum­s los carga el diablo?

Los referéndum­s tampoco han ofrecido soluciones eficaces a los conflictos territoria­les de las democracia­s

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