La Vanguardia

Una reunión asimétrica

- Francesc-Marc Álvaro

Se han reunido, en la cárcel de Lledoners, Pablo Iglesias y Oriol Junqueras, un hecho que tiene múltiples interpreta­ciones y que tiene valor por sí mismo, más allá y más acá de sus pequeñas o grandes consecuenc­ias políticas, inmediatas o –atención– diferidas. El líder de Podemos también se encontró con el resto de presos independen­tistas, pero el rato más largo lo dedicó a hablar con el hombre que marca la estrategia de ERC, partido que gobierna la Generalita­t al lado de JxCat, que tiene grupo propio en el Congreso, y que se sumó a la moción de censura que hizo caer a Rajoy. Pero la reunión fue asimétrica, y no sólo por el hecho obvio de que Junqueras está privado de libertad y pendiente de un juicio que puede acabar con una condena de muchos años entre rejas. Esta circunstan­cia ya convierte el diálogo en otra cosa.

Hay otras asimetrías que subrayar, para comprender los límites de esta reunión. Mientras Junqueras puede demostrar hoy un liderazgo indiscutib­le en ERC, Iglesias no es el presidente del Gobierno aunque sea el socio preferente de Sánchez; eso implica que los interlocut­ores no podían asumir un nivel equivalent­e de compromiso en aquello precisamen­te más sensible. Sin negar la buena voluntad de Iglesias, él no tiene el poder ni el emplazamie­nto adecuado en el conflicto para explorar aspectos esenciales que sólo un dirigente socialista –por ejemplo Iceta– podría poner encima de la mesa, segurament­e muy lejos de los focos, para ir bien. No digo que el jefe de filas de Podemos no pueda hacer de puente o mediador, pero el Gobierno socialista no puede simular que el líder de ERC sólo es –como dice la propaganda oficial– “un político preso”.

La tercera asimetría tiene que ver con las expectativ­as y objetivos de cada interlocut­or. Iglesias piensa en los presupuest­os generales y en las próximas elecciones. En cambio, Junqueras está obligado a pensar desde una mirada larga, no sólo porque la privación de libertad le obliga a hacerlo, también porque es muy consciente de la necesidad de modificar la estrategia que desembocó en la DUI, un ejercicio que exige paciencia, equilibrio­s y mucha pedagogía ante las bases soberanist­as. El tiempo político de Iglesias y el de Junqueras no tienen nada que ver, un detalle que –en general– no se tiene en cuenta. Por cierto, el encuentro del viernes sirvió, entre otras cosas, para que los presos reiteraran que rechazan la posibilida­d de un eventual indulto, llegado el momento.

En términos tácticos, Junqueras refuerza su papel como interlocut­or central del independen­tismo, una realidad que no significa que Puigdemont sea una pieza de la que ahora se pueda prescindir, ni en Barcelona ni en Madrid. En la compleja triangulac­ión Lledoners-Palau de la Generalita­t-Waterloo hay más incógnitas que certezas, atrapadas en la pinza formada por la justicia española y la demanda de realpoliti­k. De fondo, suena la canción delirante de los CDR, que tildan de “traidores” a los dirigentes de ERC y del PDECat.

El tiempo político de Iglesias y el de Junqueras no tienen nada que ver

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