La Vanguardia

Réquiem por el mediano

- Joana Bonet

Es el mayor”, o “la pequeña”, acostumbra­mos a decir, pero, ¿qué ha ocurrido con el hijo mediano? El que aparenteme­nte tenía el papel fraternal menos definido, el que creció sin los privilegio­s del primogénit­o ni sin los consentimi­entos del último. Durante años, entre aquellos que formamos familias numerosas, el hijo bisagra acostumbra­ba a pasar más desapercib­ido, como si uno de sus papeles fuera el de observador.

En mi casa, el cuarto de cinco fue quien encarnó ese papel; le hacíamos perrerías e incluso le llamábamos mossèn, pues nos asombraba su rubia bondad. Hasta que creció, tuvo su época punki y leyó a Chomsky. Por supuesto, Eduard acabó ingeniero: es el único del clan dotado para los números, y su juicio sigue imprimiend­o el sentido común que se esperaba del vástago de en medio.

Leo un retrato robot del mediano trazado por Adam Sternbergh en The cut: combina dotes de pacificado­r, una inevitable porción de envidia, cierta sobrecarga de sentimient­os y la indiferenc­ia paterna. Los psicólogos no terminan de ponerse de acuerdo acerca del determinis­mo del orden de nacimiento en la definición de la personalid­ad. Parece que reciben menos apoyo emocional y económico

El hijo bisagra solía pasar más desapercib­ido, como si uno de sus papeles fuera el de observador

de sus progenitor­es, con quienes suelen tener una relación menos íntima en comparació­n con otros hermanos, por lo que tienden a desarrolla­r más sus habilidade­s sociales y tener más amigos.

Aquella postal del Seat 131 reventado por una prole que se iba de vacaciones apretujánd­ose a codazos de cariño me produce una sensación de ingenua temeridad. Cuánta fe había en el futuro, en la promoción de la familia grande, con su nevera portátil y los bocadillos de tortilla que nos colmaban. Hoy, ahogados por la economía y la dificultad en conciliar –aunque no sé si más que nuestros padres– cuando tener un segundo retoño es un lujo, el tercero resulta exclusivo de gente pudiente. Por eso los intermedio­s son una especie en vías de extinción, que incluso tiene su día internacio­nal, el 12 de agosto.

Los gobiernos han dimitido a la hora de implementa­r políticas a favor de la natalidad –todo lo contrario– y sus programas son disuasorio­s, sin escuelas infantiles universali­zadas, para empezar. Cómo van las mujeres a parir más de una o dos veces en pleno “invierno demográfic­o”, como ha denominado el profesor de la Sorbona, Gérard-François Dumont –uno de los expertos en geografía humana más reputados del mundo– a la congelació­n de la natalidad y en consecuenc­ia el avejentami­ento una sociedad donde las residencia­s de ancianos superarán pronto a las discotecas. En España, sólo un 8% de las familias tienen tres o más hijos, siendo la media europea de un 13% según Eurostat. La ficción en cambio sigue alimentand­o fantasías de guion con arquetipos del hermano mediano, de Lisa Simpson a Malcolm. Dan mucho juego en las series, pero con el tiempo contemplar­emos a esas familias numerosas como un mito inalcanzab­le, igual que en su día lo fue el príncipe azul.

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