Grandes y estrechos
Un estudio alerta de la necesidad de incrementar el espacio y modificar la legislación internacional para forzar a las aerolíneas
El incremento del tamaño corporal, con el aumento de la altura media de la población, ha coincidido paradójicamente con la tendencia a reducir la distancia entre los asientos, cada vez más estrechos para economizar los vuelos. Gonzalo Saco ha dedicado parte su tesis doctoral a abordarlo
(La ergonomía de los asientos en los aviones: la problemática de la clase económica),
bajo la dirección del profesor Jordi Porta, miembro de la Sociedad Internacional para el Desarrollo en la Cineantropometría (ISAK).
El doctor Saco advierte en su estudio de la necesidad de incrementar la distancia entre los asientos y reposabrazos, de hacerlos más amplios debido “a la tendencia del aumento del tamaño del hombre del siglo XXI”. Añade en su tesis, publicada antes de que apareciesen los vuelos de más de 18 horas, que “a falta de una normativa internacional oficial y efectiva, solo una presión social y científica constante y global podrá convencer y obligar a las aerolíneas y constructores aeronáuticos de todo el mundo a efectuar los cambios ergonómicos necesarios”.
“Además de analizar la ergonomía de los asientos, se han estudiado la influencia de factores ambientales como la presión de la cabina; la saturación de oxígeno; el movimiento y la vibración del avión; la inmovilidad, la calidad del aire, la concentración de dióxido de carbono, la humedad y el ruido. Factores que están asociados con efectos adversos para la salud: nauseas, dolor de cabeza, mareos o problemas gastrointestinales”.
Los síntomas no aparecen siempre tras acabar el viaje, pueden surgir las complicaciones horas después de bajarse del avión. “El síndrome de la clase turista está probado médicamente, hay consenso entre la comunidad científica y es una problemática vigente y no menor”, destaca el doctor Porta, que casualmente atiende a La Vanguardia en un aeropuerto, en Barcelona, justo antes de subir a un avión con destino a Cartagena de Indias (Colombia), dispuesto a afrontar un vuelo de 12 horas. Siguió, como hace siempre, los consejos médicos básicos, levantándose cada hora y media de su asiento, andando por los pasillos del avión y también realizando algunos ejercicios de gimnasia. “Algunos pasajeros me miran raro”, bromea Porta. Su vuelo fue plácido y sin complicaciones, a pesar de que la distancia entre asientos en la clase turista es insuficiente, insiste.
La australiana Qantas, una de las aerolíneas pioneras en vuelos de larga distancia, por razones obvias –opera desde uno de los extremos del planeta–, impulsa el denominado proyecto Sunrise con la intención de poder volar en un futuro cercano (2022) durante más de veinte horas sin escalas entre Sidney y Londres o Nueva York. En paralelo ya está trabajando en el confort de los pasajeros, pensando en generar nuevos espacios, como zonas para realizar ejercicios de gimnasia y estiramientos, para favorecer el bienestar y la movilidad de sus pasajeros en sus rutas XXL. También planea la aerolínea australiana poder reconvertir parte de sus bodegas de carga en los aviones de larga distancia y poder ubicar literas y zonas para que los pasajeros anden y estiren las piernas. Los expertos dudan de su viabilidad y la limitan a vuelos que estarán al alcance de unos pocos, mientras que la mayoría de los pasajeros deberá adaptarse a volar con estrecheces. Todo lo que no se pueda trasladar al coste del billete será difícilmente viable a no ser que las autoridades cambien una legislación poco severa en la navegación aérea internacional.
Entre las medidas para mejorar el confort están también las de carácter ambiental, para reducir la sensación de claustrofobia incidiendo en la iluminación, un placebo según expertos consultados, porque la clave está en las cuestiones ergonómicas. Espacio y tamaño corporal, fundamentales.
El aumento del tamaño corporal ha coincidido con la reducción de la distancia entre los asientos