La Vanguardia

Tacones imposibles

- Mcamps@lavanguard­ia.es

Muchos de los presentes buscaban a Isabel Preysler, quien, acompañada por Mario Vargas Llosa, apareció en el salón del trono subida a unos zapatos de tacones imposibles con los que caminó sobre el mármol encerado con pasitos cortos y alto riesgo de caída”. Esta frase sobre esos dos personajes de las revistas del corazón está extraída del artículo “El error no fue del presidente”, que Mariángel Alcázar firmaba el 13 de octubre aclarando que el supuesto error de protocolo del presidente Pedro Sánchez ante los Reyes fue en realidad un despiste de la presidenta del Congreso, Ana Pastor.

Pero en este espacio hablamos de lengua. Por lo tanto, del párrafo anterior quedémonos con el sintagma “tacones imposibles”. Ya he referido en muchas ocasiones que la lengua va a su aire, por mucho que las autoridade­s lingüístic­as pongan señales verticales, horizontal­es o en diagonal intentando reconducir­la por el buen camino. Ahora bien, esta libertad no siempre es mala si aparece por la creativida­d, por el genio del idioma. Me refiero al adjetivo imposible . El diccionari­o lo define como “no posible”, y cualquier hablante llega a esa conclusión sin tener que estrujarse las meninges.

Pero es evidente que los tacones que llevaba la reina de corazones sí fueron posibles, pues algún zapatero los colocó en unas zapatos –soldados, pegados, sujetados o comoquiera que se hagan estas cosas–, y esos zapatos sirvieron para pasearse por el salón del trono. Por lo tanto, los tacones objeto de análisis sí son posibles.

En cambio, cuando se lee el artículo, entendemos sin vacilar a qué hace referencia cuando habla de “tacones imposibles”. Ya lo hemos oído o lo hemos leído antes en ejemplos como “un vestido imposible” o “un peinado imposible”, en contextos vinculados al mundo de la moda o de la estética.

El fenómeno lingüístic­o es fácil de deducir. No se trata de cosas imposibles de hacer, sino de cosas que resultan imposibles de creer que alguien las haya podida hacer, que alguien las haya perpetrado, porque resultan difíciles de llevar o son demasiado chillonas; verbigraci­a, los sombreros de Ascot. Así pues, más temprano que tarde, el diccionari­o deberá acabar recogiendo imposible con este sentido figurado de cosa increíble o extrema.

Por cierto, con respecto al verbo perpetrar, que aparece en el párrafo anterior, también está usado con un significad­o que no es el de ejecutar una acción criminal –su sentido recto–, sino que remite al sentido figurado de hacer algo que casi es un crimen contra la estética. Como decía María Isabel: “Antes muerta que sencilla”.

Algún zapatero los colocó en unos zapatos que sirvieron para pasearse por el salón del trono

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Magí Camps

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