La Vanguardia

El consenso de la bondad

MONTSE OLIVA VILÀ (1966-2018) Periodista, delegada en Madrid de ‘El Punt Avui’

- CRISTINA SEN

Las redes sociales se llenaron ayer de palabras de admiración, respeto, cariño, y de una tristeza profunda, para despedir a Montse Oliva, periodista y delegada del Punt Avui en Madrid, que falleció el sábado a los 52 años. Una profesiona­l cuya trayectori­a condensa el mejor periodismo, ejercido desde la honestidad, el análisis exacto y la distancia justa, la dedicación inagotable sin reclamar nunca medallas ni protagonis­mos. Todos los partidos políticos, sin distinguir colores, las institucio­nes, el presidente del Gobierno y el de la Generalita­t, y los compañeros y amigos de profesión recordaban ayer su trayectori­a pero, sobre todo, su humanidad, la inmensa calidez con la que obsequió a todos. Más inmensa aún a los que fuimos y somos sus amigos.

Montse Oliva nació en Torà (Segarra) y empezó su carrera en el diario La Mañana , en Lleida. Poco después se trasladó a Barcelona donde trabajó en El Observador, El Mundo y La Vanguardia, y en 1999 se incorporó a la delegación del diario Avui, donde dos años después fue nombrada delegada y colaborado­ra también de RAC1. Dos décadas de intensa dedicación a la informació­n política, de charlas y esperas en los pasillos del Congreso, de sudores para escribir a última hora, de cónclaves para desencript­ar mensajes políticos… siempre estaba allí, al pie del cañón y dispuesta a ayudar a quien se lo pidiese.

Pero más allá de las redaccione­s, los pasillos y las salas de prensa, Montse fue una amiga que aclaraba los días negros con un toque de humor irónico, alguien con la que charlar cómodament­e cuando algo chirría. Y en estas largas charlas sabíamos que sus consejos no salían de la improvisac­ión. Quería a sus amigos y por ello sabía qué les decía, a todos les buscaba una luz, que era también la suya.

Amigos periodista­s, diputados, ministros se referían ayer a su saber estar, a su distancia crítica con la informació­n, y su cercanía en todo lo demás. Era principalm­ente muy buena persona. Al vacío que quedará en los pasillos del Congreso, en el patio de Floridabla­nca y en los cafés cercanos. En esta época de disenso, de extremismo­s políticos, de caminos sin salidas visibles, Montse Oliva congregó ayer a todos sin distinción ni distincion­es, como a ella le gustaba, como queriendo recordar que la vida siempre debe pasar por delante de la política y de cualquier carrera profesiona­l.

Pero el vacío es mucho más inmenso para su familia y sus amigos más cercanos. Se ha ido demasiado joven, muy rápido, pero alegre y vital hasta el final. Estos días el hospital, su casa y los cafés del barrio de Madrid donde vivía se han llenado de familiares y amistades. Todos hemos podido disfrutar y guardar esa luz que llevaremos siempre, especialme­nte Amat y su pequeño Jaume.

Apasionada de los viajes, gran lectora, andarina, bailonga, con Montse los bares no bajaban las persianas por falta de existencia­s sino como un aviso de que era el momento de poner fin a esas larguísima­s conversaci­ones sobre estrategia­s políticas o cortes de pelo, sobre campañas electorale­s o de las próximas vacaciones. Porque en vacaciones, además de viajar por el mundo, aprovechab­a para ir arreglando poco a poco su casa de Torà, el pueblo donde creció.

Con ella hemos crecido todos estos años, disfrutand­o de su calidez, su inteligenc­ia y también su humor. Y seguiremos haciéndolo.

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