Barcelona se entrega a pensar
La Bienal Ciutat Oberta logra un gran éxito con 20.000 asistentes
Veinte mil personas. Muchas de ellas muy jóvenes. Llenando plazas y auditorios de toda Barcelona durante una semana. Una cifra abultada y redonda de gente interesada por las ideas y por el pensamiento y un éxito sin duda mayor de lo esperado. Veinte mil personas en directo y más de veinte mil a través de las emisiones por internet. Son los datos de la primera Bienal de Pensamiento de Barcelona, Ciutat Oberta, y no es extraño que ayer domingo la alcaldesa Ada Colau se sumara a la rueda de prensa de balance junto al artífice de la Bienal, el comisionado de Cultura Joan Subirats.
“La Bienal ha demostrado que era totalmente necesaria y ha llegado para quedarse. No es la Bienal del Ayuntamiento de Barcelona sino que es la Bienal de la ciudad”, señaló la alcaldesa. Y remachó que la presencia masiva de gente joven en las conferencias y debates que han recorrido la ciudad “demuestra que es rotundamente falso que a la gente joven no le gusta la política y el pensamiento y muestra que tienen ganas de aportar ideas a los grandes temas globales”. Por su parte, Subirats ha anunciado que ya trabajan en la Bienal de ciencia, que tendrá lugar en febrero con un formato similar. Tratará sobre cómo llevar los debates científicos al ámbito ciudadano e incluirá temas relacionados con la robótica y el envejecimiento saludable.
Por lo pronto, ayer domingo en el CCCB, que reunió buena parte de las actividades de cierre de la Bienal de Pensamiento, se habló sobre todo de emigrantes, de refugiados, hubo actividades para toda la familia y se dejó un espacio para la extrañeza, la perplejidad y el silencio. Para pensar, vaya. Un espacio que tuvo forma de sorprendente instalación del artista Perejaume.
Una instalación titulada D’altra banda y colocada en el hall del CCCB convenientemente oculta tras cortinas. El público de los diversos pases entra y es invitado a sentarse en semipenumbra en la mitad derecha de una grada. En la mitad izquierda, aunque no se observa bien debido a la escasa luz, parece haber macetas con arbustos. Frente a la grada, una cortina negra que, cuando se descorre y se enciende la luz, deja ver que, a apenas dos metros... hay una grada idéntica, con espectadores a un lado y, al otro, macetas con arbustos sobre los asientos. Para los espectadores de cada lado quedan enfrente las macetas de la otra grada. Ya está. Sólo eso durante varios minutos. Luz encendida. Sin música. Silencio. Por lo menos hasta que la señora de atrás dice: “Qué cosa más rara”. La de al lado comienza a hacer una lista de las variedades botánicas que observa. Y son bastantes. La primera señora insiste: “¿Pero esto qué es?”. Un compañero le dice que “Perejaume es el pintor del Liceu” y que se teme que “esto será todo”.
Más no hay, desde luego, aunque lo que hay lleva a pensar, a dejarse ir. Las plantas, silenciosas, tan parecidas y diferentes unas de otras, cada vez se ven más nítidas, más intensas. Basta preguntar a la salida. Para unos el montaje habla de “qué pasa cuando no pasa nada”. Y hay quien apunta a la sorpresa de mirar al otro... y que el otro sea una planta, y de tomar conciencia de que está viva. Y uno puede reír, aplaudir o sufrir horror vacui ante la instalación sin saber qué hacer o si debe hacer algo –y todo eso pasó– pero, como dijo Perejaume a una espectadora al salir, “los árboles, puñeteros, siguen ahí”.
Fue el colofón de un día en el que Georges Didi-Huberman y Niki Giannari hablaron de su libro Pasar, cueste lo que cueste (Shangrila), que habla sobre los refugiados que hay en campos como Idomeni, en Grecia. Espectros que recorren Europa, fantasmas que cuestionan el sueño europeo. “El racismo es el comportamiento de las instituciones, que quieren recoger a estas personas y no acogerlas”, señaló el historiador del arte Didi-Huberman, y la poeta griega Giannari dijo que “no podemos tener conocimiento de la cara de Europa sino mirando la cara del que viene, del refugiado”.
Una jornada en la que la Bienal invitó también a jugar a los más pequeños, que lo pasaron de lo lindo construyendo colectivamente una ciudad con hermosas piezas de madera en la instalación La città infinita, de Roberta Genova, en la que primero se anima a los niños a elevar una casa con siete piezas y luego se les pide que las unan con nuevos edificios y caminos para construir una ciudad. Lo mismo que la Bienal ha intentado con los mayores.