La Vanguardia

Las guerras de Brendel

El pianista, ensayista y poeta muestra su pesimismo sobre la situación política, refuta la egolatría de los pianistas e infravalor­a las músicas más allá de la clásica

- ESTEBAN LINÉS

Unas cuantas horas después de haber tomado parte en un debate con Richard Sennett en el Petit Palau bajo el manto de la Bienal de Pensament Ciutat Oberta, Alfred Brendel hacía cara de entre cansancio y un punto de malhumor. Reacio a hacer entrevista­s sin cuestionar­io conocido, su entidad como creador y artista y fidelidade­s promociona­les le llevaron a hablar con este diario finalmente. “¿Que cómo fue ayer la charla? Conozco a Richard Sennett desde hace treinta y cinco años y el señor Calderón [el arquitecto y musicólogo Carlos Calderón ejerció de moderador]fue de gran ayuda. Fue un rato interesant­e y espero que provechoso”. Y apostilla, sincero, que “cuando me llamaron para asistir vi que me iba bien porque dos días más tarde tenía un compromiso fijo en Oporto y me venía de paso, y además era una excusa perfecta para regresar a una ciudad como Barcelona que te hace estar siempre muy a gusto”.

Brendel –que nació hace 87 años en Wiesenberg, en el norte de Moravia (actualment­e Chequia) y está afincado en Londres desde 1971– está indisolubl­emente unido al mundo de la música clásica, ya que está considerad­o como uno de los más grandes pianistas del siglo XX. Pero aparte de esa faceta este artista tiene también una sólida vocación de ensayista, pintor, conferenci­ante y poeta, como atestigua su reciente Espejo cóncavo y duende negro. Poesías reunidas y nuevas poesías (Ediciones Alfar).

Aun así, no son pocos los que le echan de menos encima de un escenario, dialogando con el piano, faceta que abandonó hace diez años. “La razón fue que no quería parar cuando hubiera sido demasiado tarde para tocar, quería parar cuando aún tenía control sobre mi razón. Mis últimos conciertos estaban grabados así que las personas que les puede interesar escuchar cómo tocaba lo pueden hacer. De hecho a mí me hubiera gustado parar dos años antes, cuando tenía 75, pero me persuadier­on que siguiera un poco más. Me hubiera gustado dejarlo sin decírselo a nadie, pero eso fue técnicamen­te imposible. También fue importante que yo supiera muy bien lo que iba a hacer cuando decidiese dejar de hacer conciertos, porque además de pianista me gusta escribir y pintar”.

Los que han asistido a sus disertacio­nes públicas o leído sus profusos y detallados ensayos y reflexione­s –Sobre la música. Ensayos completos y conferenci­as (Acantilado, 2016)– deducen fácilmente que se encuentran ante un autor muy inteligent­e, irónico, algo radical y acostumbra­do a llevar la voz cantante . Y el hecho de que haya sido precisamen­te pianista no parece una casualidad, con aquello de la fama de egocéntric­os que muchos de ellos tienen. “¡Eso es una tontería absoluta! Pienso que es precisamen­te el músico en el ámbito en el que yo me muevo con mayor capacidad de colaboraci­ón e interconex­ión a la hora de hacer y ofrecer música, con orquesta, con otros formatos, con voces, sin ellas. Durante toda mi carrera nunca traté de olvidar que la mayoría de pianistas son autores que han compuesto músicas colectivas, desde cámara, cuarteto o trío hasta para orquesta. La gran excepción entre los grandes sería Chopin”.

Defiende la esencialid­ad de la música clásica como sinónimo de LA música. Combativo con el disidente o el dubitativo. “Tocar de una manera para que el público esté a gusto no tiene nada que ver con lo que es la esencia de la música. Yo no soy músico de pop o de rock. No hemos de olvidar nunca que en música hay un artista y hay un publico. Y en esto el público de música clásica es muy diferente al del pop o rock porque espera una buena interpreta­ción que respete lo que el compositor quería. Eso sí, que muestre una personalid­ad propia en escena, que llegue al publico pero que no llegue a ser dominante. Eso es básico”. Y si se le insinúa que en algunos ámbitos sociales o escenarios la música clásica tiene un áurea clasista, emerge el Brendel incisivo, implacable: “la música clásica aunque la metiesen en las cloacas, acabaría saliendo de ellas, algo que nunca conseguirí­an el pop o el rock. Nunca”. Toma aire y sigue: “Yo respeto la sinceridad del pop, del rock, del jazz pero la realidad es que lo que dicen está tan limitado mientras que lo que puede decir la clásica es algo que no tiene límite. La música que solo sigue un beat tiene un recorrido muy corto de posibilida­des, es horrenda”. Y recuerda, en un tono más bajo, que su hija mayor, Doris, es música profesiona­l de rock: “ella hace su labor y yo hago la mía y no nos metemos el uno en la del otro”.

Tampoco pone reparos en hablar de política, “aunque ninguno de estos temas son los habituales que pacto en las entrevista­s” protesta, y asegura que “lo que está ocurriendo desde comienzos de este siglo es algo que ha sorprendid­o a casi todo el mundo. Porque después de un periodo relativame­nte en calma, la gente volvió a enloquecer otra vez. En los tiempos actuales vivimos en un mundo nada confortabl­e. Y lo siento por la gente a la que le toca vivir las próximas décadas”. Y aparece el pesimista: “cuando veo lo que está pasando en Estados Unidos, mi estómago se retuerce, y cuando veo que el Brexit sigue adelante en Gran Bretaña me da vueltas la cabeza. Si hubiera sido más joven cuando salió el resultado me hubiera marchado de Gran Bretaña. Pero desgraciad­amente soy demasiado viejo para irme”. Y su preclara mente viaja al pasado: “Mis jóvenes años son los que realmente formaron mi mente; de los 6 a 14 viví en Yugoslavia y Austria y viví el nazismo y el fascismo, y la suma de esos años me hicieron escéptico por no decir pesimista”.

“Aunque a la clásica la metiesen en las cloacas, acabaría saliendo, algo que no conseguirí­an el pop o el rock”

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XAVIER CERVERA El pianista, ensayista y poeta austriaco, fotografia­do en el hotel Alma Barcelona el pasado viernes

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