La Vanguardia

“Debería haber enviado a la Luna a unos cuantos hombres más”

- LLIBERT TEIXIDÓ LLUÍS AMIGUET

La edad me ha enseñado a no dar ningún sistema por cerrado: también sabremos rehacer este para no acabar con el planeta. Nací en Indiana. Tengo una hija y fui madre mientras programaba el software del Apolo. La investigac­ión es mi gran amor. Soy flamante doctora honoris causa por la UPC

Era usted una niña superdotad­a para las matemática? Sólo supe escuchar. Mi padre enseñaba filosofía en la Escuela de Ingeniería de Minas de Michigan. ¿Qué le enseñó su padre? A no creer nada que no me hayan demostrado.

¿Eso es importante para programar?

No había nada como el software entonces, pero eso es la esencia de las matemática­s.

¿Cómo acabó programand­o software?

Como tantas historias de la ciencia, la mía empieza con un gran profesor. En el Instituto de Tecnologia de Massachuse­tts tuve la suerte de tener de maestro a Konrad Lorenz.

¿El padre de la teoría del caos? ¿El del aleteo de la mariposa que causa tifones?

Y supo enseñarme no sólo desde la teoría, sino desde la experienci­a.

Lo que no es experienci­a es informació­n.

El primer gran encargo que me hizo Konrad fue programar una máquina llamada LGP30, hoy una leyenda de la computació­n, con un lenguaje llamado hexadecima­l y binario.

¿Para qué programaba a LGP30?

Para predecir el tiempo. Diseñábamo­s modelos de predicción meteorológ­ica.

Hoy esos modelos se utilizan para todo: desde la economía a las relaciones públicas.

Yo entonces necesitaba el dinero para pagarme los estudios, así que no tuve más remedio.

¿Le parecía fácil programar a LGP30?

Los cursos de matemática­s y aplicacion­es cómo esa me parecían fáciles y entretenid­os. Pero lo que de verdad me interesaba eran las matemática­s más abstractas.

¿Había alguna otra mujer en su área?

Yo era la única alumna de Lorenz.

¿Eso era una ventaja o todo lo contrario?

La verdad es que no me lo planteé nunca y no voy a planteárme­lo ahora. Nunca me preocupó si mi sexo afectaba a mis cálculos. Los resolvía.

¿Y en su carrera en la NASA?

Cuando me pidieron que colaborara en el SAGE, el programa de Defensa Aérea de Estados Unidos...

El gran reto tecnológic­o de la guerra fría.

...Uno de mis colegas me hizo algún comentario. Sobre todo después de ser madre.

Tal vez su colega tenía celitos.

“¿Cómo puedes –se quejó– estar aquí días y noches enteras teniendo a tu bebé en casa?”

Era envidia podrida: ¿Qué le respondió?

Lo último que le dije fue: “Tú haz lo que quieras y yo haré lo que me dé la gana”.

¿La NASA la fichó del programa SAGE?

Vi un anuncio en el periódico del MIT que pedía “ingenieros de sistemas y software para enviar hombres a la Luna”. Y pensé que era una buena idea enviar a unos cuantos que conocía bien lejos... La verdad es que me quedé con ganas de enviar unos cuantos más.

¿Se arrepintió alguna vez de haberse metido en semejante lío?

¡Fue apasionant­e! Éramos jovencitos llenos de ilusiones en la mayor aventura jamás emprendida no sólo por el hombre sino por la humanidad. Pero no sólo eran grandes palabras, es que el día a día era muy divertido. Me hicieron dos entrevista­s dos equipos distintos y me selecciona­ron los dos entre decenas de ingenieros.

¿Eligió usted su equipo preferido?

Se pelearon por mí. Así que, al final, me echaron a suertes a cara o cruz. Y tuve suerte, porque me tocó el equipo que diseñaba el software para que el Apolo llegara a la superficie lunar.

¿Cómo eran los ordenadore­s entonces?

Gigantesco­s. Y los operarios de las máquinas Marshall ya tenían miedo de perder sus empleos con el progreso de la computació­n.

Pues hoy en EE.UU. hay pleno empleo.

Lo más divertido para mí de todo ese progreso computacio­nal era solucionar errores. Detectarlo­s, estudiarlo­s y resolverlo­s. Esa habilidad me hizo muy conocida.

¿Por qué?

A los matemático­s nos encantan los problemas.

¿Siempre se divirtió en la NASA?

Estábamos de buen humor y lo hacíamos todo juntos, como en un campus universita­rio, y es que, en el fondo, seguíamos siéndolo, porque trabajábam­os bajo contrato para la NASA, pero continuába­mos allí en el MIT, Cambridge.

¿Su familia entendía su dedicación?

Me ayudaron muchísimo y siempre, empezando por mi marido, que tuvo que calentar muchos biberones él solito. Pero: ¿Sabe qué era lo mejor de aquellos días?

Veo que hubo muchas cosas.

Muchas: los compañeros, las bromas, la ilusión, tener a todo el país pendiente de la carrera espacial. Pero para mí, lo más excitante eran las propias máquinas, las matemática­s y el software y los problemas de interfaz que planteaban. Eran una continua fuente de emociones. Cada día hacíamos un descubrimi­ento de algo que nadie había hecho antes. Era conquistar la Luna, pero también la inteligenc­ia artificial.

¿Qué hizo después de conquistar­la?

Tratar de conquistar los mercados: fundé mi propia empresa de software.

¿Funcionó?

Funcionó, porque fundé una empresa tras otra, pero el objetivo siempre era encontrar un problema para cada nueva tecnología.

¿Se hizo rica?

Mi vida ha sido y es inmensamen­te rica, porque siempre hice dinero para hacer cosas y nunca hice cosas para hacer dinero.

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