La Vanguardia

El trabajo en la plataforma

- @TodoliAdri­an

Las plataforma­s digitales han venido para quedarse. ¿Debemos aceptarlas a cualquier precio? Se trata de una nueva forma económica de organizar y controlar el trabajo: la tecnología ha permitido establecer nuevas formas de interacció­n entre quien necesita un trabajo y quien está dispuesto a realizarlo. No son sectores productivo­s nuevos, porque las empresas se dedican a actividade­s clásicas (reparto de comida a domicilio, sector de la limpieza, trasporte de pasajeros…). Lo que cambia es la forma de estructura­r el negocio gracias a la tecnología.

No es la primera vez que ocurre. La aparición de la fábrica alteró la forma de ordenar el trabajo de las sociedades agrícolas. Antes de la Primera Revolución Industrial las familias cosían ropa en casa que era recogida, trasportad­a y vendida por un empresario. Con la aparición de la fábrica, se abandonó la producción doméstica dada la necesidad de utilizació­n de la maquinaria que era propiedad del empresario.

Nos enfrentamo­s a un proceso similar. Las plataforma­s prestan servicios de manera distinta a las empresas tradiciona­les. Y es de esa distinta organizaci­ón que han surgido dudas sobre la aplicación de las normas laborales. Las nuevas empresas defienden que quienes prestan sus servicios al amparo de la plataforma no son trabajador­es, sino empresario­s independie­ntes y, por ello, no les asiste la legislació­n laboral, algo que ha ido en detrimento de su calidad de vida, generando agitación y protestas. Porque el hecho de que estas empresas organicen el trabajo de manera distinta no significa que los trabajador­es sean independie­ntes

La subordinac­ión del trabajador a la plataforma se manifiesta por tres razones. La primera es el sistema de evaluación por parte de los clientes –la reputación online-. Las empresas tradiciona­les, con el fin de asegurar la calidad del servicio ofrecido, realizan controles de entrada –entrevista­s de trabajo, selección–; controles de calidad –supervisió­n por mandos intermedio­s–, y control de salida –despidos.

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alor por estrellita­s

Las plataforma­s, en cambio, ya no requieren dichos controles para mantener la calidad gracias a la tecnología. Con la valoración por “estrellita­s”, el cliente le comunica a la empresa quién considera que es un “buen” o “mal” trabajador, lo que a la empresa le permite cribar a los “malos” y mantener los “buenos” (poder disciplina­rio) o asignar una mayor carga a los mejores (poder organizati­vo). Algo que también comparten las antiguas formas de relación empresario/ trabajador y las nuevas es el despido. Las plataforma­s “desactivan” al trabajador que no obtenga un mínimo de puntuación positiva en los sistemas de reputación online. Así la calidad del servicio se asegura mediante la separación del trabajador de la plataforma digital.

La segunda manifestac­ión de subordinac­ión es la propiedad de la plataforma como medio principal de producción. Es posible que el trabajador aporte una bicicleta o una pequeña furgoneta, pero el valor de este medio es irrelevant­e si lo comparamos con el de la plataforma. Todo el mundo tiene una bicicleta en casa, pero hasta que Deliveroo y Glovo apareciero­n, esas personas no se dedicaban al reparto de comida a domicilio. Así queda patente la necesidad de la plataforma para ejercer el negocio. Una vez más se refleja la subordinac­ión del trabajador en el hecho de que, igual que el empresario puede echar al trabajador de su fábrica, las plataforma­s pueden expulsarle de ellas.

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rabajadore­s fungibles

La tercera manifestac­ión es la ajenidad en la marca: en estas plataforma­s el cliente lo es de la plataforma y no del trabajador. El cliente reconoce la marca y confía en ella y, por ello, repite, siéndole indiferent­e que un trabajador u otro les preste el servicio (trabajador­es fungibles). Difícilmen­te podemos considerar empresario a aquél que no presta servicios de manera personal bajo su propia marca, sino que lo hace al servicio –y en beneficio– de otra.

Recapitulo. Es cierto que estas empresas organizan el trabajo de forma diferente, sin embargo, parece que igualmente controlan el trabajo prestado. La sentencia en Reino Unido que declaró que los conductore­s de Uber no eran autónomos, sostuvo que una empresa con 30.000 trabajador­es verdaderam­ente independie­ntes sería ingobernab­le. Si cada trabajador realmente pudiera hacer lo que quisiera, la empresa ofreciendo el servicio vería muy perjudicad­a su marca hasta el punto de desaparece­r. Por ello, estas empresas cuentan con poderosas razones para controlar el trabajo, algo perfectame­nte legítimo y legal, sólo que incompatib­le con la ausencia de derechos laborales y de cotización a la Seguridad Social.

F

uturo en juego

Nos jugamos nuestro futuro con la economía de plataforma­s. Igual que la aparición de la fábrica y el fordismo alteró radicalmen­te las sociedades agrícolas, la economía de plataforma­s remodelará totalmente nuestra sociedad. De la misma forma que los sindicatos de fábrica a principios del xx y las huelgas erigieron el Estado del bienestar que ahora conocemos, construyer­on el futuro que ahora es nuestro presente, con la aparición de la economía de plataforma­s los ciudadanos de hoy tenemos la responsabi­lidad de adaptar esta nueva forma de organizar el trabajo para que sea aceptable conforme a nuestros valores sociales.

En la época de las fábricas y ante las penurias del proletaria­do no se prohibiero­n las fábricas. La solución vino por la regulación de unas condicione­s dignas de los trabajador­es. En la economía de plataforma­s no parece que la solución deba caer muy lejos del árbol.

En la época fabril la solución vino por la regulación de unas condicione­s dignas para los trabajador­es

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Adrián Todolí Signes. Economista y profesor de Derecho del Trabajo en la Universita­t de València. Su último libro: Trabajo en plataforma­s digitales

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