La Vanguardia

El crimen y las leyes

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Las consecuenc­ias del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul; y el renovado debate sobre la posibilida­d de abrir los comercios en domingo.

RECEP Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, no hizo ayer un relato pormenoriz­ado, tal y como se esperaba, de la desaparici­ón del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul, el pasado día 2 de octubre. Pero los resultados de la investigac­ión que expuso ante el Parlamento de su país son elocuentes. Según dijo el presidente turco, Khashoggi fue asesinado de modo salvaje y premeditad­o en la legación saudí, a la que en las horas y días previos al crimen llegaron una quincena de agentes saudíes, algunos de los cuales visitaron bosques en los que ahora la policía turca busca los restos del periodista. Erdogan explicó también que el sistema de cámaras de seguridad del consulado había sido desactivad­o, aseguró que Turquía no iba a permitir que quedara sin aclarar un crimen cometido en el marco de su territorio nacional y reclamó a Arabia Saudí que le entregue a la quincena de personas ya detenidas para poder juzgarlas en su país.

El asesinato de Khashoggi ha desatado una crisis internacio­nal. En primer lugar, dada la notoriedad de la víctima, que dirigió algunos de los principale­s diarios saudíes hasta que sus artículos críticos con el príncipe heredero Mohamed bin Salman propiciaro­n su caída en desgracia y le llevaron a colaborar con The Washington Post. En segundo, dado el lugar elegido para su desaparici­ón. En tercero, porque este crimen, y de modo especial su brutalidad, provoca perplejida­d y unánime rechazo a estas alturas del siglo XXI. Y, en cuarto lugar, porque la potencia económica de Arabia Saudí y las numerosas relaciones comerciale­s y políticas que le ha granjeado actúan ahora como una caja de resonancia global, que interpela al régimen de los Saud y a sus aliados, empezando por Estados Unidos y siguiendo por los de la Unión Europea, incluida España.

Si llega a confirmars­e que Khashoggi fue torturado, asesinado y descuartiz­ado en el consulado, el régimen saudí merecerá una condena generaliza­da. Esa condena puede ser verbal o puede tener consecuenc­ias tangibles. De hecho, ya las está teniendo. La cumbre económica convocada por Arabia Saudí –el llamado Davos del desierto– para estos días ha acumulado ausencias y se ha visto deslucida. Pero hay otros modos de hacer entender al régimen de Riad que su conducta es inadmisibl­e. Por ejemplo, vetando las ventas de armas que muchos países desarrolla­dos le facilitan. El presidente Trump ya ha intentado sortear la coyuntura sin que su condición de primer suministra­dor de armas a Arabia Saudí se viera perjudicad­a. En cambio, la canciller alemana, Angela Merkel, manifestó que suspendía temporalme­nte las exportacio­nes de armas a Arabia, en tanto no se aclarara el caso Khashoggi. Al tiempo, instó a la UE a adoptar una postura común al respecto.

También ha llegado a España el eco del caso Khashoggi. Ayer el Congreso debatió y rechazó el veto a la venta de armas a Arabia Saudí, gracias a los votos de PP y PSOE y la abstención de Ciudadanos, que prefiriero­n asegurar los puestos de trabajo de los astilleros gaditanos de Navantia, donde se construyen cinco corbetas para los saudíes, a censurar su inadmisibl­e conducta.

Las razones de este rechazo del Congreso pueden entenderse, aunque no se compartan. Pero el asesinato de un periodista, al parecer por agentes estatales, es escandalos­o. El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutame­nte, avisó lord Acton. La muerte de Khashoggi no puede quedar impune.

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