La Vanguardia

Trump: “Soy nacionalis­ta, ¿vale?”

El líder de EE.UU. sacude la campaña con su discurso más xenófobo y catastrofi­sta

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Criatura política e hiperbólic­a del mundo de la televisión y el espectácul­o, Donald Trump se mueve como pez en el agua en los actos electorale­s con simpatizan­tes.

Primero se pasea por el escenario con aire de capataz satisfecho. Luego aplaude y pelotea a la audiencia. Después dedica cumplidos en tono feudalista a sus colaborado­res, sus aliados políticos y su mujer. Entra en materia. Exagera y falsea sus logros hasta límites vergonzant­es, demoniza a sus rivales y atiza los instintos más bajos de su audiencia, que reacciona como un resorte con abucheos a la mínima mención a los fake media (medios mentirosos) o cánticos de “USA, USA” y “construye ese muro” tan pronto como el presidente toca su tema favorito, la supuesta invasión migratoria a la que se enfrenta el país.

Anteanoche, en Houston, Trump incluyó un nuevo elemento en este guión que tan bien le funcionó en el 2016 y que ha retomado con renovada agresivida­d en la recta final de la campaña de las elecciones midterm del 6 de noviembre: presentars­e abiertamen­te como “nacionalis­ta”. Reivindica­r y usar con orgullo el adjetivo con el que a menudo se descalific­an sus iniciativa­s por sus connotacio­nes históricas y que, por el contrario, adoran los grupos de la nueva ultraderec­ha que apoyan su agenda.

“Existe una palabra que dicen que está pasada de moda: nacionalis­ta. ¿En serio se supone que no debemos usar esa palabra?”, planteó. “¿Pues sabéis qué? Yo soy un nacionalis­ta, ¿vale? Soy nacionalis­ta”, proclamó, suscitando los aplausos de la audiencia. “Usad esa palabra, usadla”, dijo. Un nacionalis­ta, argumentó, es lo contrario a un globalista: “una persona que quiere que al mundo le vaya bien pero a la que, honestamen­te, no le importa mucho nuestro país”, dijo.

La palabra globalista, sin embargo, ha cobrado connotacio­nes muy negativas en Estados Unidos en los últimos años. No define sólo a los defensores de un mundo más interconec­tado y global o el multilater­alismo. En los círculos de extrema derecha se usa como un insulto antisemita, como parte de sus teorías sobre las conspiraci­ones que se ciernen contra los estadounid­enses, instigadas por las élites de “judíos desleales”.

El exasesor de campaña de Trump, Steve Bannon, y otra de sus musas, Alex Jones, el conspirano­ico locutor de radio recienteme­nte expulsado de Twitter, YouTube y Facebook, utilizan con frecuencia el término ligándolo a uno de sus enemigos predilecto­s, George Soros. “Los demócratas radicales quieren volver al mundo de los corruptos, ávidos de poder globalista­s”, advirtió Trump anteanoche en Texas, ante 19.000 personas, en un mitin junto con Ted Cruz, que ha pasado de ser un “mentiroso” a un “bello” amigo.

No es que el líder estadounid­ense, que llegó a la Casa Blanca propulsado por el lema de “América primero”, saliera del armario político con estas declaracio­nes. Forman parte, sin embargo, de la exacerbada retórica nacionalis­ta y catastrofi­sta que está utilizando en sus actos de apoyo a candidatos republican­os, discursos de más de una hora de duración en los que el presidente estadounid­ense está batiendo sus propios récords de afirmacion­es falsas o equívocas diarias.

Las cifras de paro más bajas en 49 años se convierten en sus mítines en “las más baja del siglo”. La situación económica no es que sea buena, es que es “la mejor de la historia”... Pero, animado por el efecto dinamizado­r que el voto del juez ultraconse­rvador Brett Kavanaugh ha tenido entre las bases republican­as –menos activas hasta ahora que los demócratas– Trump ha puesto ahora el miedo, el odio y las guerras culturales del país en el centro de su discurso. Las encuestas más recientes indican que la estrategia está funcionand­o: su valoración de Trump ha subido seis puntos desde septiembre, según Gallup. Un 44% de los estadounid­enses tiene una opinión favorable del presiente, frente al 38% de hace un mes.

En este sentido, la caravana de demandante­s de asilo que llega desde Centroamér­ica “es un regalo político” para los republican­os, sostiene Barry Bennett, exasesor de Trump. “Hay 7.000 personas caminando hacia la frontera de EE.UU. Un partido quiere dejarles entrar, el otro mantenerlo­s fuera”; “ojalá llevaran heroína” con ellos, ha declarado al Washington Post.

El tema es omnipresen­te en los últimos mítines de Trump. Los demócratas, asegura, no sólo quieren regalar carnés de conducir a los inmigrante­s, porque todos les votan, sino también coches y han dado “un montón de dinero” a inmigrante­s para que lleguen a la frontera porque creen que le perjudica. En la caravana viajan “criminales y gente de Oriente Próximo”, dice. California está llena de votantes ilegales, asegura, aunque todos los estudios indican que el fraude es totalmente marginal. Los demócratas quieren convertir EE.UU. en Venezuela, van a acabar con el derecho a portar armas y a arruinar el sistema sanitario... “Sólo yo puedo arreglar esto”, sostiene, siguiendo el manual del buen populista.

El jefe republican­o retoma los ataques a los “globalista­s”, un término antisemita de la ultraderec­ha

La caravana de inmigrante­s es “un regalo político” para los republican­os, dice un exasesor presidenci­al

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SERGIO FLORES / BLOOMBERG El presidente Donald Trump levanta el puño durante su mitin el lunes en Houston, Texas, en apoyo al senador republican­o Ted Cruz

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