Trump: “Soy nacionalista, ¿vale?”
El líder de EE.UU. sacude la campaña con su discurso más xenófobo y catastrofista
Criatura política e hiperbólica del mundo de la televisión y el espectáculo, Donald Trump se mueve como pez en el agua en los actos electorales con simpatizantes.
Primero se pasea por el escenario con aire de capataz satisfecho. Luego aplaude y pelotea a la audiencia. Después dedica cumplidos en tono feudalista a sus colaboradores, sus aliados políticos y su mujer. Entra en materia. Exagera y falsea sus logros hasta límites vergonzantes, demoniza a sus rivales y atiza los instintos más bajos de su audiencia, que reacciona como un resorte con abucheos a la mínima mención a los fake media (medios mentirosos) o cánticos de “USA, USA” y “construye ese muro” tan pronto como el presidente toca su tema favorito, la supuesta invasión migratoria a la que se enfrenta el país.
Anteanoche, en Houston, Trump incluyó un nuevo elemento en este guión que tan bien le funcionó en el 2016 y que ha retomado con renovada agresividad en la recta final de la campaña de las elecciones midterm del 6 de noviembre: presentarse abiertamente como “nacionalista”. Reivindicar y usar con orgullo el adjetivo con el que a menudo se descalifican sus iniciativas por sus connotaciones históricas y que, por el contrario, adoran los grupos de la nueva ultraderecha que apoyan su agenda.
“Existe una palabra que dicen que está pasada de moda: nacionalista. ¿En serio se supone que no debemos usar esa palabra?”, planteó. “¿Pues sabéis qué? Yo soy un nacionalista, ¿vale? Soy nacionalista”, proclamó, suscitando los aplausos de la audiencia. “Usad esa palabra, usadla”, dijo. Un nacionalista, argumentó, es lo contrario a un globalista: “una persona que quiere que al mundo le vaya bien pero a la que, honestamente, no le importa mucho nuestro país”, dijo.
La palabra globalista, sin embargo, ha cobrado connotaciones muy negativas en Estados Unidos en los últimos años. No define sólo a los defensores de un mundo más interconectado y global o el multilateralismo. En los círculos de extrema derecha se usa como un insulto antisemita, como parte de sus teorías sobre las conspiraciones que se ciernen contra los estadounidenses, instigadas por las élites de “judíos desleales”.
El exasesor de campaña de Trump, Steve Bannon, y otra de sus musas, Alex Jones, el conspiranoico locutor de radio recientemente expulsado de Twitter, YouTube y Facebook, utilizan con frecuencia el término ligándolo a uno de sus enemigos predilectos, George Soros. “Los demócratas radicales quieren volver al mundo de los corruptos, ávidos de poder globalistas”, advirtió Trump anteanoche en Texas, ante 19.000 personas, en un mitin junto con Ted Cruz, que ha pasado de ser un “mentiroso” a un “bello” amigo.
No es que el líder estadounidense, que llegó a la Casa Blanca propulsado por el lema de “América primero”, saliera del armario político con estas declaraciones. Forman parte, sin embargo, de la exacerbada retórica nacionalista y catastrofista que está utilizando en sus actos de apoyo a candidatos republicanos, discursos de más de una hora de duración en los que el presidente estadounidense está batiendo sus propios récords de afirmaciones falsas o equívocas diarias.
Las cifras de paro más bajas en 49 años se convierten en sus mítines en “las más baja del siglo”. La situación económica no es que sea buena, es que es “la mejor de la historia”... Pero, animado por el efecto dinamizador que el voto del juez ultraconservador Brett Kavanaugh ha tenido entre las bases republicanas –menos activas hasta ahora que los demócratas– Trump ha puesto ahora el miedo, el odio y las guerras culturales del país en el centro de su discurso. Las encuestas más recientes indican que la estrategia está funcionando: su valoración de Trump ha subido seis puntos desde septiembre, según Gallup. Un 44% de los estadounidenses tiene una opinión favorable del presiente, frente al 38% de hace un mes.
En este sentido, la caravana de demandantes de asilo que llega desde Centroamérica “es un regalo político” para los republicanos, sostiene Barry Bennett, exasesor de Trump. “Hay 7.000 personas caminando hacia la frontera de EE.UU. Un partido quiere dejarles entrar, el otro mantenerlos fuera”; “ojalá llevaran heroína” con ellos, ha declarado al Washington Post.
El tema es omnipresente en los últimos mítines de Trump. Los demócratas, asegura, no sólo quieren regalar carnés de conducir a los inmigrantes, porque todos les votan, sino también coches y han dado “un montón de dinero” a inmigrantes para que lleguen a la frontera porque creen que le perjudica. En la caravana viajan “criminales y gente de Oriente Próximo”, dice. California está llena de votantes ilegales, asegura, aunque todos los estudios indican que el fraude es totalmente marginal. Los demócratas quieren convertir EE.UU. en Venezuela, van a acabar con el derecho a portar armas y a arruinar el sistema sanitario... “Sólo yo puedo arreglar esto”, sostiene, siguiendo el manual del buen populista.
El jefe republicano retoma los ataques a los “globalistas”, un término antisemita de la ultraderecha
La caravana de inmigrantes es “un regalo político” para los republicanos, dice un exasesor presidencial