La Vanguardia

Sombras risibles

- Antoni Puigverd

Hablábamos el otro día del camarote de los hermanos Marx. Nos quedamos cortos. Nuestra vida pública se está convirtien­do en una comedia incorregib­le. En los teatros catalanes se están haciendo grandes avances para reeditar en formato posmoderno las parodias del Pitarra más desabrocha­do. Ya hemos perdido la cuenta de los consejos, gobiernos, presidente­s, partidos y agrupacion­es por el sí de que disponemos los catalanes. Hemos perdido la cuenta de cuántos asesores, institucio­nes y autoridade­s trabajan para la transición. ¿En qué estadio de la república virtual nos encontramo­s? ¿Cuántas reuniones históricas necesitare­mos para culminar el estudio del proceso constituye­nte? Mientras tanto, la sanidad, la educación y los servicios sociales, con medios cada día más precarios, sobreviven tan sólo gracias a la profesiona­lidad de funcionari­os y trabajador­es, en espera del día en que va a llegar Godot, el portador de la república.

En los teatros madrileños se estilan los grandes guiñoles de Valle Inclán. La grandilocu­encia alterna con la seca vulgaridad; y la severidad circunspec­ta con el cinismo descarnado. Esta semana, junto a los imprescind­ibles excesos retóricos (el de Aznar elogiando a un ultra) hemos tenido acceso a una esperpénti­ca visión del Tribunal Supremo descrito por un expresiden­te de sala, el magistrado Sieira, como “el palacio de las intrigas”.

La insólita paralizaci­ón de la sentencia sobre el pago del impuesto de las hipotecas ha permitido una visión del tribunal en un momento en el que su presidente no llevaba la toga puesta. Si hasta ahora se podía decir que las críticas al tribunal eran debidas al sesgo catalán, ahora, por una suma de errores técnicamen­te increíbles del presidente de la sala tercera, Díez Picazo, toda España ha podido contemplar ciertas miserias. Errores tan clamorosos sólo se explican por el hecho de que en el más Alto Tribunal cuentan más las fidelidade­s de tipo feudal y las cadenas de favor que la competenci­a y el prestigio jurídicos.

No protegerán al Supremo las mentiras o medias verdades que, al estilo de la prensa trumpista, surgen a toda prisa en influentes medios. Como esta fétida noticia de portada, con la que se pretende desprestig­iar a Pascual Sala, expresiden­te de TS y TC, por sus declaracio­nes cuestionan­do la cárcel de los independen­tistas y la instrucció­n de Llarena. Al parecer, Sala ahora cobra en catalán, pues es asesor de un despacho de abogados que, eventualme­nte, colabora con otro despacho que defiende a cuatro de los acusados independen­tistas.

Quien no vea en todas estas comedias y engaños la decadencia de un sistema, es que ya no está en condicione­s de entender lo que Sócrates explica a Fedro a propósito de la elocuencia: “El que pretende poseer el arte de la palabra sin conocer la verdad, y se ha ocupado tan sólo de opiniones, toma por un arte lo que no es más que una sombra risible”.

Errores increíbles del magistrado Díez Picazo han permitido contemplar ciertas miserias del Supremo

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