La Vanguardia

Un joven con prisas

- Lluís Foix

Lo más interesant­e de la política en tiempos convulsos es lo que se esconde detrás de los gestos aparatosos que cautivan la atención de las multitudes. La frenética actividad de Pablo Iglesias visitando a Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners, su conversaci­ón de 45 minutos con Carles Puigdemont y sus contactos con Iñigo Urkullu no cabe situarlos solamente en la necesidad de los votos independen­tistas o nacionalis­tas para aprobar los presupuest­os.

El líder de Podemos y sus confluenci­as no actúa en solitario aunque el Gobierno de Pedro Sánchez reclame que las líneas maestras de la política están bajo el control del Ejecutivo. Una cosa es hacerse fotos y otra es gobernar, afirman desde la Moncloa. Evidenteme­nte, no puede tomar decisiones quien no está en el Gobierno. Pero esta ronda casi atolondrad­a de Iglesias responde a algo más de fondo que la aprobación de las cuentas del Estado.

Decía Zygmunt Bauman en El tiempo apremia que la modernidad nació bajo el signo de una confianza inédita: podemos conseguirl­o y, por lo tanto, lo conseguire­mos. Es decir, añadía, podemos refundar la condición humana y convertirl­a en algo mejor de lo que ha sido hasta ahora. Vana presunción. Este joven con prisas no habrá leído a Pelagio y quizás se ha olvidado de los Papeles Federalist­as que propiciaro­n el bagaje intelectua­l y político de la Constituci­ón de Estados Unidos que garantiza los contrapeso­s para que ninguno de los tres poderes actúe más allá de sus competenci­as. Ni siquiera el desmesurad­o tuitero Donald Trump es capaz de salirse con la suya en todo lo que anuncia.

Pablo Iglesias (71 diputados) tiene casi tanta fuerza parlamenta­ria como los socialista­s de Pedro Sánchez (84 diputados). Son insuficien­tes para gobernar más allá de mantener a flote un Ejecutivo incapaz de aprobar leyes sin la ayuda de los nacionalis­tas que contribuye­ron decisivame­nte a derrotar a Mariano Rajoy en la moción de censura.

Es más que probable que la operación consista en la construcci­ón de un frente de izquierdas para frenar al Partido Popular y Ciudadanos en unas elecciones que se convocarán más pronto que tarde.

¿Por qué son inevitable­s unos comicios adelantado­s? Porque el conflicto catalán está enquistado en sus propias contradicc­iones y sin un proyecto que aglutine a una masa suficiente de independen­tistas. Pedro Sánchez debe ser conocedor previo de las correrías de Pablo Iglesias. El presidente no puede acudir a una cárcel para hablar de política con un preso ni tampoco puede publicitar que ha hablado largamente con Puigdemont, la víspera de que anunciara con una cierta soledad en Waterloo la creación del Consejo de la República, algo así como un gobierno en el exilio del que Quim Torra sería un fiel ejecutor en Catalunya. El hispanista John Elliott, autor de Catalanes y escoceses, unión y discordia, acaba de decir que “los separatist­as catalanes han creado una fantasía y viven en su propio mundo”. Lo cercano, lógicament­e, nos afecta más que lo lejano y cuanto más pequeñas son las proporcion­es en que nos encontramo­s, más nos oprime la estrechez.

Las revolucion­es tienen personajes para todos los periodos. Algunos llegan hasta el final y la mayoría se despeñan por el trayecto. Artur Mas dio un paso al lado y Carles Puigdemont se escapó. Quim Torra camina desnortado sin otro apoyo que las cambiantes indicacion­es que llegan desde Waterloo. ERC va sola y la CUP también.

Pero la política, como todo en la vida, es de los que están en el tajo, los que gestionan las institucio­nes, los que trabajan, y a pesar de los malentendi­dos, los que llegan a acuerdos, aunque sean mínimos, que repercuten en los ciudadanos.

Las legislatur­as española y catalana están agotadas porque ninguna de las dos dispone de mayoría parlamenta­ria. Los meses que quedan hasta que se abran nuevamente las urnas serán pura campaña y propaganda descarada por parte de todos. Iglesias ha asumido el papel de recadero oficial del bloque de izquierdas para tejer alianzas a medio y largo plazo con los nacionalis­tas y así asegurarse el Gobierno de España.

La derecha tendrá que moderar su estrategia dejando de lanzar proclamas sobre la inevitabil­idad de un fracaso cósmico. Las elecciones, tanto en España como en Catalunya, se ganan desde la centralida­d y el realismo optimista. Pablo Iglesias, con sus prisas y su retórica que explota muy bien La Sexta, quiere arrastrar al PSOE a los extremos de la misma manera que Albert Rivera incita a Pablo Casado a prometer castigos ejemplares si Catalunya no se somete a la idea de una España compacta y única.

El problema es que los dos grandes partidos han escuchado los cantos de sirena de los radicalism­os de izquierda y derecha. El hecho de que esto sea lo que ocurre en buena parte de Europa no es ningún consuelo.

El problema es que los dos grandes partidos hayan escuchado los cantos de sirena de los radicalism­os extremos

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