La Vanguardia

Fútbol con VAR, sexo sin orgasmo

- Joaquín Luna

Los aficionado­s al fútbol somos gente latosa y tribal. Desde que los ingleses inventaron este deporte para que los obreros de la siderurgia, la construcci­ón naval y la red ferroviari­a discutiese­n de offsides y no sobre el Almirantaz­go, el fútbol se ha convertido en la pasión colectiva más parecida al sexo: el extremo Stevenson perforó la portería, Johnstone logró un hat-trick –tres goles en un partido–, McMahon besó el cielo...

Y ahora viene la tragedia: el VAR o videoarbit­raje está cargándose la celebració­n del gol, lo más parecido a un orgasmo en el mundo del sexo.

Hasta esta temporada, el aficionado al fútbol era una persona educada en la injusticia. Las rubias se iban con los mismos de siempre y los árbitros pitaban lo que les daba la gana, pero mientras a las rubias les seguimos riendo las gracias, a los árbitros ya no les podemos insultar porque aplican el VAR, anulan el gol de Vicentín III y a ver quién es el carpetovet­ónico que desautoriz­a a la tecnología.

El aficionado celebraba los goles al límite del código penal. De repente, el pelma de delante se te abrazaba, el cuñado saltaba sobre su sofá impoluto y uno se ponía a gritar como un energúmeno algo simple y esencial: –¡Goool! ¡Goool! ¡Goool!

Para no ser el hazmerreir de la grada y saltar a destiempo, el aficionado había desarrolla­do un sistema de detección eficaz y barato: el rabillo del ojo. Antes de abrazar en vano al cuñado,

–¿Celebramos el gol? –Yo esperaría cinco minutos antes de gritar y abrazarle no sea que el VAR lo anule...

el rabillo del ojo permitía saber en décimas de segundo si el tanto podía festejarse o quedaba anulado porque el cabestro del linier alzaba una ridícula banderita o el árbitro titubeaba en cuyo caso adiós al gol.

Una vez procesada la informació­n –insisto: en décimas de segundo–, el aficionado estallaba y rozaba el efecto liberador del orgasmo. Toda la energía que invertía antes y durante el partido encaminada a celebrar un gol –nadie celebra un empate a cero ni toma un café con una rubia para decir “podemos ser amigos”– era recompensa­da por esos segundos de joya desbordant­e.

El VAR difiere la celebració­n de muchos goles en nombre de la justicia y obliga al aficionado a congelar la euforia y aplazar el orgasmo, un pésimo negocio porque hay cosas que tienen su punto exacto, como el grano de arroz en paella, la compravent­a de acciones en el mercado de valores o las rubias en la cama.

–Gol, al parecer hemos marcado, quizás ganamos 1 a 0. –¿Seguro? ¿Podemos celebrarlo ya? –Yo esperaría cinco minutos... Al fútbol le está pasando lo que al sexo del siglo XXI: mucha tecnología, muchas aplicacion­es y pocas alegrías. Menos mal que en el fútbol de Tercera División –refugio de esencias– y entre las mujeres de bandera no hay VAR. Y cuando la pelota entra –a veces la pelota no quiere entrar–, se puede gritar sin miedo: ¡gooooool!

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