Adiós a los ferris rojos

El viaje entre el puerto de Hong Kong y la terminal de ferris del puerto de Macao –el recorrido que desde hoy se podrá hacer en automóvil entre ambas ciudades– se cubría hace unos cinco años por mar en algo más de una hora en unos buques rojos, de dimensiones más bien domésticas, herméticos, en los que no cabrían más de cien pasajeros y cuyos usuarios eran, o bien trabajadores que pasaban de una ciudad a la otra, o bien familias que, juntas o por separado, irían a probar suerte en los casinos de Macao y a pasar el día entre su fantasiosa y desmedida arquitectura kitsch. La vieja colonia portuguesa es una de las mayores ciudad-casino del sur de Asia y, aunque discretamente, incluso en aquellos buques que partían desde la terminal de Hong Kong –a los pies de las oficinas de las principales sedes bancarias de la ex colonia inglesa– ya se anunciaba la expectativa de la ruleta. Nada que ver sin embargo con lo que ocurría al llegar a la terminal de Macao –previo paso por la frontera, la firma expeditiva de un visado y un control de temperatura facial– donde el reclamo del juego era evidente y desde primerísima hora de la mañana unas señoritas con unas faldas ajustadísimas te invitaban a subir a alguno de los autobuses que había aparcados en la salida de la terminal para llevarte en volandas ¡y gratis! hasta la península de Cotai, donde se alzaban la mayor parte de los más modernos y grandes casinos. Ahí estaba el Venetian, en aquel momento, una de las joyas de la corona de Sheldon Adelson, que entonces negociaba con el Govern de Artur Mas la posible implantación de un gran casino en los terrenos del parque agrario del Baix Llobregat. Cuesta imaginarse, una vez inaugurado el puente, qué ocurrirá ahora con la terminal de Macao y aquel tropel de mujeres-reclamo. Por lo que respecta a la terminal de Hong Kong, en breve será colonizada por cualquier otra actividad comercial. Nada describe mejor la diferencia de concepto entre ambas ciudades, desde ahora unidas por un puente.