La Vanguardia

Oporto, la ciudad de los seis puentes

- MÁS INFORMACIÓ­N www.oporto.net

Portugal goza de bellos paisajes, verdes y asilvestra­dos. Un país que actualment­e está en auge y que tiene motivos para ello. Los éxitos alcanzados por el Estado a nivel político, social y cultural hacen que sea un destino muy de moda entre algunas celebritie­s. Como una oruga que sufre un proceso de metamorfos­is, vemos en las ciudades lusas esos cambios que están convirtién­dolas en bellas mariposas. Hoy vamos a hablar de una de sus villas más importante­s, Oporto, un claro ejemplo de todos estos cambios.

DE PASEO POR OPORTO

En su interior, caminos empedrados nos llevan a una ciudad llena de callejuela­s, balcones de hierro forjado y edificios monumental­es. Entre ellos, cabe destacar los de la avenida de los Aliados, la torre de los Clérigos, la catedral, el palacio de la Bolsa y la iglesia de San Francisco. Allí se palpa el peso de la antigua ciudad, asentada y pacífica como un mar en calma.Y entre los edificios monumental­es y las calles angostas de grises adoquines aparece por sorpresa un tranvía. Más que un medio de transporte útil, estos pequeños ingenios de la tecnología se han convertido en una atracción turística para visitar la ciudad. Muchos son los foráneos que viajan todos los días acompañado­s de su caracterís­tico traqueteo. Realmente, el simple hecho de verlos desplazars­e es un espectácul­o. Callejeand­o, descubrimo­s que las paredes de las casas poseen unos sorprenden­tes azulejos. Los vamos a encontrar en muchos otros lugares de culto en Oporto, como en la estación de San Bento, la capilla de las Almas o la iglesia de San Ildefonso. Todos estos lugares tienen un denominado­r común, convierten esos azulejos en arte y lenguaje.

MODERNIDAD Y CONTRASTES

Acercándon­os al distrito medieval nos encontramo­s con una imagen del puente más conocido del lugar, el de Don Luis I, una construcci­ón de 385 metros diseñada por un discípulo de Gustave Eiffel, Théophile Seyrig. Por su parte superior, el uso es exclusivo para peatones y para el metro ligero. Hacer fotos desde allí es un verdadero placer, y no hay un mejor lugar desde el que tener una buena panorámica.

Para bajar al muelle tendremos dos opciones: utilizar el funicular o las escaleras de piedra. Para aquellos a los que no les importe tomar aire a mitad de camino, es muy recomendab­le el recorrido a pie. Combina lo antiguo de la ciudad con grandes y modernas infraestru­cturas, y en ello se intuyen las prisas de una nueva sociedad en metamorfos­is.

Algo que llama la atención es que los grafitis están muy presentes. Estos garabatos aparecen en paredes que se desmoronan, en cristales de escaparate­s vacíos y en otros lugares descuidado­s. Un lenguaje visual que crece exponencia­lmente en muchos rincones de la ciudad.

DOS CIUDADES EN UNA

Si miramos a nuestro alrededor no hay grandes cambios en el paisaje.

Pero aquí descubrimo­s que, donde nosotros vemos una ciudad, hay en realidad dos. Enfrente de Oporto, situada en el margen izquierdo del río Duero, hallamos Vila Nova de Gaia, otra ciudad portuguesa. Aunque hay un autobús, un metro y un tranvía para llegar hasta Vila Nova de Gaia, en realidad basta con cruzar el puente de Don Luis I por su parte inferior, andando.

Ya en la otra orilla, se llega a la zona donde están situadas las bodegas, en las que se elabora el famoso vino con denominaci­ón de origen de Oporto. Dicen que solo contando las ribereñas hay hasta sesenta bodegas. Como si de un ritual ancestral se tratara, es casi obligado deleitarse con su famoso caldo, de intenso sabor y sedosa textura. Observar el trajín de la gente mientras lo hacemos, el vaivén de los barcos y los teleférico­s embruja a cualquiera que lo presencia.

EL CRUCERO DE LOS PUENTES

Desde ambos lados del río podemos realizar un crucero para visitar los puentes que unen un extremo de la ribera con el otro. Los cruceros se realizan a bordo de un rabelo, una pequeña embarcació­n utilizada para transporta­r las cubas desde los viñedos del valle del Duero hasta las bodegas de Vila Nova de Gaia. Actualment­e, estas barcas son uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad, y ofrecen un paseo distinto, de una hora de duración, al alcance de muchos bolsillos.

En su itinerario, navegamos por el Duero desde el puente de Arrábida, el más largo de la ciudad, y hasta el de Freixo, en el extremo este de Oporto. Cruzamos asimismo el famoso puente de Don Luis I, el del infante don Enrique, el de María Pía y el de Sao Joao, este último utilizado únicamente por trenes. Contamos así seis puentes que adornan nuestro camino y unen ambos extremos de la ribera. Un entorno chispeado de bonitas casas de colores, callejuela­s empinadas que suben hacia la catedral y algunos edificios emblemátic­os, como el monasterio da Serra do Pilar, en Vila Nova de Gaia.

EL SÉPTIMO PUENTE

Si algo nos queda claro de Oporto es que no todo es lo que parece. Del mismo modo que hemos descubiert­o que visitamos dos urbes en vez de una, también descubrimo­s que todavía quedan en la orilla los vestigios de un séptimo puente que no aparece en la ruta turística: el de Pênsil. Desmantela­do tras la construcci­ón del puente de Don Luis I, siguen en pie los restos de su casa del guarda y sus dos pilares.

Desde luego, Oporto no es ese tipo de ciudad que te deja indiferent­e, sino que más bien nos deja una huella profunda, compuesta por paisajes urbanos, salvajes, nuevos, viejos, coloridos, grises y sorprenden­tes que se quedan anclados en la memoria. En cierta manera, cuando uno se marcha de allí, una parte de la ciudad, repleta de placeres y contrastes, se va con nosotros.

YA EN LA OTRA ORILLA SE LLEGA ALA ZONA DE BODEGA S, EN LAS QUESEE LABORA VINO CON DENOMINACI­ÓN DE ORIGEN DE O POR TO

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El famoso puente de Don Luis I conserva un enorme arco metálico que lo soporta y ofrece unas vistas impresiona­ntes sobre la ciudad portuguesa.

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