La Vanguardia

Sánchez sugiere que la rebelión no es aplicable al 1-O

OeRecuerda que Trillo defendió que ese delito exigiera órdenes de militares oeCasado eleva el tono de su discurso y tacha al presidente de “golpista”

- PEDRO VALLÍN Madrid

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, envió ayer una señal sutil pero evidente, tanto a los partidos catalanes como a la Fiscalía y el Supremo, sugiriendo en el pleno del Congreso que el delito de rebelión no es aplicable a los hechos de octubre del 2017 en Catalunya. El presidente respondía al portavoz del PNV, Aitor Esteban, reprendien­do a la vez al del PP, Pablo Casado: “En 1994, el señor Trillo, entonces diputado, hizo una propuesta de modificaci­ón en la que decía que el delito de rebelión, que es inherente a un supuesto golpe de Estado, se tiene que dar por militares o por civiles armados a la orden de militares”.

Esteban había reñido al PP y Ciudadanos por “frivolizar el lenguaje” hablando de “golpe de Estado” e imputando a los políticos catalanes un delito de rebelión. “El procés fue pacífico a pesar de que algunos habrían querido otra cosa”, dijo. Y Sánchez en su réplica alabó esa intervenci­ón del diputado vasco y suscribió sus palabras, expresando su simpatía por una lectura distinta del delito más grave por el que están imputados los políticos catalanes, contraria de hecho a la del juez Pablo Llarena. Reprochaba de paso a Casado que aterrizase en posiciones muy a la derecha de las que defendía hace dos décadas el que luego fue ministro de Defensa de José María Aznar, Federico Trillo.

Era la respuesta del presidente a una de las acusacione­s más graves oídas en el Congreso de los Diputados desde la restauraci­ón de la democracia, casi hermana de aquella en la que Mariano Rajoy acusaba al entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, de “humillar a las víctimas de ETA”. El líder del PP se dirigió al presidente del Gobierno tratándolo de golpista. Casado eligió emplear la comparecen­cia del presidente ante el pleno (en el que informó de la cumbre europea y de los contratos de venta de armas a Riad), para vaciar la nevera argumental y hacer un guiso ropavieja echando mano de todo, desde Venezuela a los ministros dimitidos, pasando por el presupuest­o, Cuba, Gibraltar, la política de inmigració­n y el apoyo del separatism­o. La intervenci­ón pareció un aperitivo de debate sobre el estado de la nación (o una versión extendida de la pregunta de la semana pasada de la portavoz del PP, Dolors Monserrat), y la guinda fue acusar a Sánchez de ser “partícipe y responsabl­e del golpe de Estado que se está perpetrand­o ahora mismo en España”.

Sánchez le exigió rectificar y lo amenazó con romper relaciones. “Si no lo retira, usted y yo ya no tenemos nada de que hablar”. Casado dio lo dicho por no dicho –“yo no he llamado golpista al presidente”–, pero no lo retiró de las actas. A última hora del día, la Moncloa dio por rotas definitiva­mente las relaciones con Casado.

El líder de Cs, Albert Rivera, fue áspero en su intervenci­ón, pero quizá viendo a Casado tomar la curva a tanta velocidad levantó el pie del acelerador. Tal vez en la tensa pugna de las derechas, Rivera vislumbras­e una gatera por la que lanzar su discurso hacia regiones menos cal- deadas que las elegidas por el PP de Casado, de quien Joan Tardà (ERC) dijo: “Si pudiera, nos fusilaría”.

La finta del presidente sobre el delito de rebelión no cayó en saco roto. Si bien en ERC se mantienen prudentes, a la espera de saber si habrá un giro más audaz, fuentes del PDECat mostraban satisfacci­ón con un gesto que ven significat­ivo en fondo y forma. Nadie cree, no obstante, que vaya a haber grandes novedades antes de las elecciones andaluzas –salvo algún movimiento de la Abogacía del Estado–, pero cualquier operación sobre la crisis catalana está sometida a un calendario delicado: enero puede ver el inicio del juicio contra los independen­tistas y la primera votación (la de enmiendas a la totalidad) de los presupuest­os. Un albur que puede acabar siendo, según el escaño y la suerte, feliz o desgraciad­o.

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EMILIA GUTIÉRREZ El presidente del Gobierno en su intervenci­ón en la tribuna del Congreso

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