La Vanguardia

De la ley a la esperanza

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El fin de la instrucció­n de la causa judicial contra los líderes del 1-O en el Tribunal Supremo; y los buenos datos del empleo en España.

EL proceso judicial contra los líderes del procés, que hace un año trataron de materializ­ar la independen­cia de Catalunya, sigue su curso inexorable. Ayer, el Tribunal Supremo confirmó el cierre de la instrucció­n de esta causa, desoyendo la petición de las defensas en favor de nuevas diligencia­s que la hubieran prolongado. Y emplazó a la Fiscalía del Estado, la Abogacía del Estado y al partido Vox, que ejerce la acusación popular, a presentar en cinco días sus escritos. Todos ellos deberán precisar ahora si mantienen las acusacione­s de rebelión, malversaci­ón y desobedien­cia. Ordenada ya la apertura del juicio oral, segurament­e a principios del 2019, los dieciocho procesados están hoy más cerca del banquillo.

La noticia de ayer provocó reacciones, especialme­nte entre los independen­tistas. Quim Torra, presidente de la Generalita­t, tildó la apertura del juicio de consumació­n de “una infamia”. Y añadió, sin miedo a la hipérbole, que este no sería un juicio contra unos políticos, “sino contra dos millones de catalanes que fueron a votar el 1-O”. Portavoces de JxCat y de ERC rechazaron el argumento del Gobierno socialista conforme debe respetarse la separación de poderes y, por tanto, no está en su mano presionar a la Fiscalía en lo relativo, por ejemplo, a la acusación de rebelión, que conlleva penas muy severas. Es fácil comprender que desde el soberanism­o se empuje al Gobierno a influir sobre la Fiscalía o la Abogacía con fines políticos, hasta modificar su criterio. Pero también deberá convenir el soberanism­o que al hacer tal petición deja sin fuerza anteriores acusacione­s al Gobierno central porque, en su opinión, en España ya no hay separación de poderes. No se puede pedir ese tipo de intervenci­ón en un caso cuando en otros es motivo de la más rotunda y lógica denuncia.

La coyuntura es tensa. Pero también es evidente que los socialista­s han introducid­o en el debate unos elementos de distensión que brillaron por su ausencia cuando gobernaba Rajoy. Son ya varios los ministros que se han pronunciad­o contrarios a mantener la prisión preventiva de los encausados. Y no fue ni mucho menos irrelevant­e la sugerencia de Sánchez, el miércoles, sobre lo impropio de aplicar el delito de rebelión a algunos acusados. Nótese, además, que el presidente tuvo la habilidad de apoyarse en unas declaracio­nes de Federico Trillo señalando que tal delito sólo es inherente a los golpes de Estado dados por militares o civiles armados a las órdenes de militares. El exministro de Defensa con el PP no es sospechoso de connivenci­a con los nacionalis­mos periférico­s. Ni es un político sin lazos con la judicatura sino, por el contrario, uno con brillante expediente académico en el Derecho y que ha tenido o tiene relaciones fluidas con la cúpula judicial.

Pablo Casado, el joven e impetuoso líder del PP, se lanzó contra Sánchez tras escucharle sugerir que el delito de rebelión no hacía al caso y le acusó de complicida­d con lo que él llama golpe de Estado en Catalunya. Pero no hay que ser independen­tista para admitir que lo ocurrido aquí hace un año no estuvo alentado por militares ni por civiles armados a las órdenes de militares.

Hemos afirmado otras veces, y lo reiteramos aquí, que las prisiones preventiva­s de los procesados se están alargando más de lo deseable. Sostenemos también que el fundamento del delito de rebelión es más que discutible. Y concluimos señalando que todo aquello que abone la distensión puede despejar horizontes de futuro, mientras que la crispación los ennegrece.

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