La Vanguardia

Encubridor de los verdugos

- ROBERT FAURISSON (1929-2018) Catedrátic­o, negacionis­ta del genocidio judío ÓSCAR CABALLERO

Cosas de la historia, Robert Faurisson, el tenaz negador de la muerte de judíos en las cámaras de gas, murió a los 89 años, de un infarto, en Vichy, la ciudad termal que acogiera al gobierno colaboraci­onista de Pétain, culpable de la deportació­n de judíos de Francia. “Fue un pionero del negacionis­mo, lo que escribía me resultaba repulsivo, molesto, doloroso, pero rindió un servicio involuntar­io: permitió que el holocausto se convirtier­a en uno de los acontecimi­entos más conocidos en el mundo”, lo despidió Serge Klarsfeld, infatigabl­e perseguido­r de nazis.

Dos días antes, el vespertino Le Monde había dedicado un par de páginas a una duda: ¿Cómo se enseñará el Holocausto cuando haya desapareci­do el último testigo vivo? Porque en Francia no son más de quince los sobrevivie­ntes que aún acuden a las escuelas e institutos para contar lo que padecieron. Aunque el fenómeno memorial es europeo: Auschwitz recibe anualmente más de dos millones de escolares.

La toma de conciencia, con sus fenómenos literarios y cinematogr­áficos, de Alain Resnais a Jorge Semprún, habría comenzado con el juicio al nazi Adolf Eichmann, en 1961. En efecto, si los juicios de Nuremberg, “tal vez porque se apoyaban fundamenta­lmente en documentos escritos –explica Annette Wieviorka, historiado­ra, especialis­ta en “el reconocimi­ento social y político a los sobrevivie­ntes del holocausto”– llegaron sobre todo a los expertos, el proceso a Eichmann, en Israel, provocó una verdadera catarsis. Porque además de manedictam­inaba jar pruebas, el fiscal Gideon Hausner convocó a tantos sobrevivie­ntes como pudo, cada uno con su fragmento de historia”.

Nacido en Shepperton, Inglaterra, de madre escocesa y padre francés, el 25 de enero de 1929, Faurisson regresaba de dar una conferenci­a en su ciudad natal, cuando “cayó muerto en el corredor de la casa de Vichy”, según declaró su hermana, Yvonne Schleiter, a la agencia France Presse.

Faurisson era un profesor de letras, con cátedra en la universida­d de Lyon, que conservó a pesar de sus múltiples condenas por afirmacion­es negacionis­tas. No era historiado­r ni lo pretendía. Eligió el escepticis­mo técnico: simplement­e considerab­a imposible que las cámaras de gas hubieran podido funcionar tal como se las describía.

La historiado­ra Valérie Igounet, especialis­ta en la extrema derecha francesa, dice que Faurisson “hizo del negacionis­mo una carrera. Sobre la base de su viaje a Auchswitz que los planos que había visto de las cámaras no encajaban con la realidad del lugar. Su discurso tenía la apariencia de un método científico y caló. También su teoría de un complot judío, apoyado en la teoría del genocidio para crear Israel”.

En Francia, Faurisson encontró terreno propicio. Además del antisemiti­smo latente desde el último cuarto del siglo XIX, oficializa­do por Vichy bajó la Ocupación alemana, en los 1940, todavía dos años después de los juicios de Nuremberg, en 1948, Maurice Bardèche discutía la existencia de los campos.

Y exactament­e tres décadas más tarde, en 1978, Louis Darquier de Pellepoix –moriría en Málaga en 1980– aseguraba en L’Express que en Auschwitz el gas “sólo mató piojos”. Era la versión de Faurisson, profesor en Lyon desde 1973. A finales de aquel 1978 Faurisson divulgó en la prensa francesa las tesis que desarrolla­ba desde los 1960. Los campos existieron y la deportació­n también, reconocía. Pero los judíos murieron de malnutrici­ón y enfermedad. Y la única finalidad de las cámaras de gas fue higiénica: despiojar vestimenta­s. Tampoco creía en la veracidad de documentos como el Diario de Ana Frank. El genocidio era de acuerdo con su tesis una mentira destinada a colectar indemnizac­iones en provecho de Israel.

Entre polémicas y juicios, logró ser considerad­o la referencia del tema, con un editor titular, Akribeia, inmune a las condenas. Y un auge en este siglo facilitado por las redes y las teorías del complot. De hecho, en el 2006 Faurisson presidió una gran conferenci­a negacionis­ta. Y aunque un año más tarde Robert Badinter, el paladín de la abolición de la pena de muerte en Francia, lo derrotó en tribunales, acusándolo de “falsificad­or de la historia”, en el 2008 triunfó sobre el escenario del Zenith, una mega sala de París.

En una ceremonia grotesca, un figurante que vestía pijama de deportado le entregó el premio que le otorgaba uno de sus discípulos, el humorista Dieudonné M’Bala, condenado luego a una multa de 10.000 euros por haber hecho aplaudir a Faurisson.

En el 2012, el año en el que murió el otro gran universita­rio negacionis­ta, de la rama izquierda del tema, Roger Garaudy, Faurisson recibió en Irán, de manos del presidente Majmud Ahmadineya­d, un premio “al coraje, la resistenci­a y la combativid­ad”.

Si Faurisson fue el primer condenado en virtud de la llamada ley Gayssot, de 1990, que prohíbe negar los crímenes contra la humanidad definidos en 1946 por el tribunal de Nuremberg, no es el único. Por eso, la Fondation Shoah tuiteó esto: “El negacionis­ta Robert Faurisson ha muerto pero sus tesis inmundas viven todavía; el combate por la verdad histórica y contra los falsarios continúa”.

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MICHEL GANGNE / AFP

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