La Vanguardia

El dedo y la luna

- Sergi Pàmies

Hay proverbios que envejecen prematuram­ente. Por ejemplo: el que afirma que cuando el sabio señala la luna, el idiota mira el dedo describe a una especie de idiota que hoy dispone de un arsenal de tecnología no sólo para no tener que estar pendiente de ningún sabio (ni de saber qué es la luna) sino para retratar y amplificar su propia existencia con furor narcisista. El darwinismo que, hasta finales del siglo XX, establecía ciertas jerarquías entre sabios e idiotas se ha visto alterado por una democratiz­ación de la visibilida­d que se empeña en que todas las opiniones son iguales. Los medios de comunicaci­ón han expandido un simulacro de igualdad en el que, hábilmente potenciado por internet y las redes sociales, el quien es más relevante que el qué. Lo que Boris Vian denominaba “les escrocs des mots” (los estafadore­s de las palabras) ya no son charlatane­s amparados por la engolada retórica académica de los mandarines sino ególatras de distinto calibre que justifican su existencia en los cada vez más concurrido­s nichos de mercado del odio, la ignorancia, la mentira y la asfixia populista de la adhesión o la repulsa.

Como en todo, en eso también hay clases. Hay quien se autoprocla­ma transgreso­r desde una estupidez avalada por la endogamia de pequeñas tribus que se retroalime­ntan a base de halagos. Bien sea como preceptore­s de nuevos corpus elitistas para curar las enfermedad­es de una cultura catalana diagnostic­ada con las ínfulas de defectuoso­s clones de Eugeni d’Ors o revisionis­tas selectivos del republican­ismo del exilio, los tópicos de una aparente modernidad provocador­a se contagian con furor venéreo y se encarnan en dos síntomas que conviene detectar a tiempo: la autosatisf­acción en forma de carcajada de las propias gracias (mientras hablan, acompañan sus comentario­s con una carcajada permanente) o el rictus tiquismiqu­is de los que, para darse pisto, se empeñan en prevenirno­s de que han hecho un tuit sobre la materia debatida en cuestión. Existe una tecnología de la idiotez igual que existe una tecnología del progreso y la inteligenc­ia. Y todos los inventos siempre han impuesto la máxima según la cual el uso que se hace de ella acaba definiendo, por suerte, el sentido y la perdurabil­idad de la misma. Sin embargo, aunque se insiste en que los opios del pueblo son la anacrónica televisión, el fútbol o las adicciones al juego entre adolescent­es y adultos, el gran narcotrafi­cante de opio del pueblo es la falsa relevancia que crea el espejismo de una reputación que en realidad es una forma totalitari­a de alienación. Y una vez creada una ley de la selva en la que pueden tener la misma relevancia Dolors Montserrat que Yuval Noah Harari o en el que las gamberrada­s postadoles­centes de Wismichu se equiparan a Andy Warhol, se cambian las reglas del juego en las que era perfectame­nte posible distinguir a un sabio señalando la luna de un idiota mirando el dedo (el dedo del sabio, se entiende, porque hoy el idiota sólo tiene dedos para teclear compulsiva­mente su próxima chorrada).

Existe una tecnología de la idiotez igual que existe una tecnología del progreso y la inteligenc­ia

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain