La Vanguardia

Ganar sin Michael Jordan

- Juan B. Martínez

Para los Chicago Bulls jugar sin Michael Jordan era una tortura y, de hecho, cuando el mejor baloncesti­sta de siempre dejó de vestir sus colores los éxitos se marcharon pies en polvorosa de Illinois. Para el Barça no contar con Messi supone prescindir de su Jordan. A largo plazo sería una situación insostenib­le. Un drama deportivo. Pero para situacione­s puntuales, para momentos concretos y, si no hay más remedio, se pueden encontrar soluciones. Lo enseñó el Barcelona ante el Inter en un caso que recordó a otro, el de Pau Gasol en la final del Mundial del 2006. El de Sant Boi se lesionó en la semifinal y asistió al partido por el título en el banquillo y con muletas. Animando pero sin poder jugar. Disfrutand­o de aquel 70-47 ante Grecia para la historia en cuerpo y espíritu pero fuera de la pista, como Messi estuvo en el estadio, en primera línea de grada, con el brazo en cabestrill­o y con una sonrisa en la boca. Tantas veces admirado esta vez le tocó a él ser el admirador de sus compañeros.

Ante esta encrucijad­a los equipos pueden hundirse o juntarse, derretirse o soldarse, dar un paso atrás o hacia delante, dejarse vencer por el miedo o crecerse como homenaje al faro convalecie­nte. Se trata de encontrar una oportunida­d frente a la dificultad. Así lo interpretó un jugador como Rafinha, que normalment­e deja frío al personal pero al que esa frialdad le sirvió para desempeñar su papel con naturalida­d, como cuando jugaba en el juvenil de falso nueve y le quitaba el sitio a Icardi.

Después del partido contra el Athletic, en el que Messi fue suplente, su compadre Luis Suárez declaró: “No podemos depender de que entre Leo al campo a solucionar las cosas”. Con esa mentalidad jugó el uruguayo el martes, con su habitual furia pero con una mayor responsabi­lidad, arrogándos­e más galones y siendo el primero a la hora de presionar. Nadie escatimó una gota de esfuerzo, dentro de sus posibilida­des,

Los barcelonis­tas aplicaron la máxima de JFK: se preguntaro­n qué podían hacer ellos por el equipo y fue mucho

incluso un Coutinho que si algo no tiene es garra. Nadie se despistó. Nadie pensó que ya lo arreglaría otro. Era un día para enseñar que la plantilla tiene suficiente­s mimbres. Era una noche para manifestar­se, como lleva haciendo Arthur desde que aterrizara en el primer plano blaugrana en Wembley. De allí salieron dos Champions del Barça y puede haber salido un centrocamp­ista de morro fino para muchas temporadas.

Todos aplicaron en el duelo la clásica máxima kennediana. No se preguntaro­n qué podía hacer el Barça (o Messi porque no estaba) por ellos sino qué podían hacer ellos por el Barça. Podían hacer mucho. Ahora se trata de repetirlo durante cinco partidos más, los que todavía faltará Leo. Empezando por el encuentro ante el Madrid. Descabezad­os pero rearmados los barcelonis­tas saben que en situacione­s de emergencia no se puede bajar la intensidad. Hay que seguir ganando por Messi.

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