La Vanguardia

Hans Zimmer

- Arturo San Agustín

COMPOSITOR

El compositor alemán, todo un fenómeno de masas por sus bandas sonoras en filmes como Gladiator, El rey león o Blade runner 2049, acercará su gira deconciert­ossinfónic­os en grandes espacios al Palau Sant Jordi el 5 de abril del

2019.

Determinad­as mentiras mejoran la realidad. Pero esas mentiras nunca se deben usar en política. Yo, desde hace un tiempo, más que escuchar monólogos y discursos de políticos, ya sólo me entretengo intentando leer las caras de Joan Tardà, ese hombre de verbo atropellad­o, y de Pablo Iglesias, que cada vez es menos Pablo y más Pavo. En la cara de Tardá, que tiene mucho de digna máscara de comedia romana, creo leer una decepción absoluta. Algo así como la constataci­ón de lo inevitable. E incluso un comprensib­le gran cansancio físico. En la cara de Iglesias, que pierde mucho cuando viste chaqueta y se desprende de su mochila, leo lo de siempre, un desmesurad­o egocentris­mo cada vez más intenso, que intenta ocultar alguno de sus complejos. Y no me pregunten por qué, pero en ese nuevo invasor de aceras, en cada falso patinete que amenaza la ya muy deteriorad­a seguridad peatonal barcelones­a, veo la cara de este individuo, de Pavo Iglesias, que, últimament­e, más que viajar se exhibe.

Nada es casual. Este tiempo nuestro, que hasta hace un rato ha sido de adolescenc­ias prolongada­s, ahora es ya de definitiva­s infancias consentida­s. La señal, el signo que así parece querer demostrarl­o es el falso patinete, que es donde yo veo la cara de Pavo Iglesias. La bicicleta, más allá de la ecología, el negocio y el clientelis­mo político, ha permitido a algunos recuperar

En cada falso patinete que amenaza la seguridad peatonal barcelones­a, veo la cara de Pavo Iglesias

lo mejor de sus adolescenc­ias, que era la bicicleta en verano y en el pueblo de los abuelos. O sea, que si la bicicleta urbana, masiva e invasora de aceras, permite a algunos vivir una segunda adolescenc­ia sin acné juvenil facial y broncas paternas o maternas, el patinete devolvió a otros a lo mejor de sus infancias, que era el patinete. Y si hablo del pasado reciente es porque lo último, lo de ahora mismo, ya no es un patinete sino un falso patinete. Es una pequeña moto que ha aportado otro terror más a las aceras barcelones­as de Ada Colau.

La invasión del falso patinete, ese regreso a la infancia, es un signo que supongo que ya no va a poder rentabiliz­ar el simpático y travieso Xavier Rubert de Ventós, que, siempre esnob, fascinó durante algunos años a sus alumnos con cosas parecidas a los patinetes verdaderos y falsos. Pero aquellos eran otros tiempos, más estéticos, y ahora estamos en la cara actual de Pavo Iglesias, que es la que usa desde el día en que firmó mano a mano con Pedro Sánchez los dichosos presupuest­os. Aquel fue el día de la consagraci­ón de Pavo y lo siguen siendo estos otros que dedica a exhibirse por las cárceles catalanas o a hablar por teléfono con el Fugitivo. Si yo creo ver en los nuevos y falsos patinetes la cara de Pavo Iglesias es por muchas razones infantiles, pero, sobre todo, por esa fotografía que hace unos días le tomaron junto al lehendakar­i Iñigo Urkullu. En esa foto aparecen, muy sentados, un alumno con actitud aduladora e incluso servil y un veterano jesuita. Que quede claro: el alumno es Iglesias y el jesuita es Urkullu.

Qué triunfo del vasco. Y pobre Pedro Sánchez.

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