El riesgo de elevar la temperatura

LA encuesta del CIS que se ha conocido esta semana, más allá de las expectativas de voto de los partidos, aporta un dato preocupante: el 91% de los entrevistados considera que hay mucha o bastante crispación y tensión política, de lo que responsabilizan a los partidos independentistas y al PP. Sin embargo, cuando se pregunta acerca de quienes son los principales responsables de esta atmósfera cargada, Pablo Casado aparece en primer lugar, con el 27,3%, bastante por delante de Carles Puigdemont o Quim Torra. Es evidente que los ciudadanos han percibido la estrategia del líder del PP, que comporta críticas desmesuradas, descalificaciones continuas y golpes bajos. Se trata de desgastar al rival, en este caso al PSOE, sin darle respiro. En el colmo del desatino, esta semana Pedro Sánchez ha tenido que dar explicaciones incluso por donar sangre.

Casado intenta conseguir que los populares regresen al gobierno mediante la estrategia de la crispación, que en su día utilizó José María Aznar para desalojar a Felipe González de la Moncloa. Si Sánchez busca desinflamar la situación catalana, Casado opta por enconarla. El Gobierno socialista intenta mejorar al autogobierno, mantiene una política de mano tendida con el independentismo que agudiza sus contradicciones e intenta no entrar al trapo cuando escucha salidas de tono en el Congreso. El nuevo PP quiere mano dura y proclama que se debería aplicar de inmediato el artículo 155 en Catalunya, por más que no parece que esté pasando nada relevante ni en las instituciones ni en la calle.

Elevar la temperatura política tiene riesgos, porque afecta a las relaciones entre gobierno y oposición, tensiona las instituciones e impide consensos en asuntos básicos. El calentamiento global es lo bastante importante como para que la política no suba más grados el termómetro. Si asusta el agujero en la capa de ozono, debería temerse aún más abrir boquetes en la convivencia colectiva.