La Vanguardia

El hombre de todos los ‘ismos’

El favorito para presidir Brasil pasó de intentar poner bombas en cuarteles a dinamitar la vida política con sus declaracio­nes extremista­s

- ROBERT MUR Buenos Aires. Correspons­al

“Leí que dijo que las personas deben sacar a golpes al gay que hay en sus hijos. Yo soy gay y le pregunto: ¿cree que debieron golpearme cuando era niña para que no fuera gay?”, inquirió la actriz canadiense Ellen Page a Jair Bolsonaro. “No voy a mirarla y pensar: ‘creo que es gay’; eso no me importa. Usted es muy simpática. Si fuese cadete en la Academia Militar y la viese por la calle, la silbaría. ¿De acuerdo? Usted es hermosa”. La protagonis­ta de Juno miraba seria y perpleja al diputado ultraderec­hista brasileño en una entrevista para National Geographic realizada en el 2016.

El segundo nombre de Bolsonaro es Messias y para una mayoría de brasileños este exmilitar de 63 años se ha convertido en el salvador de un país azotado por la delincuenc­ia y la corrupción. Se mantiene como favorito en las encuestas, que vaticinan que mañana será elegido presidente con el 56% de los votos, frente al socialdemó­crata del Partido de los Trabajador­es (PT) Fernando Haddad, que obtendría el 44%.

“Cuando yo era joven, en términos porcentual­es, había pocos gais. Con el tiempo, debido a la liberalida­d, las drogas y con las mujeres trabajando, aumentó bastante el número de homosexual­es”, siguió respondien­do Bolsonaro a Page, calificand­o de “anormal” la homosexual­idad y defendiend­o el castigo corporal en la infancia para evitarla. “Cuando un hijo es muy violento, dándole un correctivo dejará de ser violento”, añadía, a título de ejemplo, evidencian­do en pocas palabras su homofobia, machismo, misoginia y agresivida­d.

El Trump tropical o el Duterte brasileño es el candidato de los ismos infinitos, de posiciones extremista­s que, lejos de avergonzar­le, alimenta con declaracio­nes desacomple­jadas que aún le aportan más votos entre una ciudadanía desamparad­a y descreída de los políticos tradiciona­les. Racista, misógino, machista, homófobo, ultranacio­nalista, violento, integrista, fascista, ultraderec­hista, populista… Bolsonaro niega por sistema la mayoría de ismos que le convierten en un personaje caricature­sco, si no fuera porque está a las puertas de gobernar el país más grande y poblado de Latinoamér­ica.

“Jamás la violaría porque usted no se lo merece”, le espetó Bolsonaro a la diputada petista Maria do Rosario en un pleno de la cámara baja del 2014. Era la segunda vez que la legislador­a escuchaba esa frase de su colega. La primera vez fue en el 2003, cuando ambos se enzarzaron en una disputa pública porque la petista criticó al derechista por defender la reducción de la edad penal a raíz de un mediático caso de torturas, violación y asesinato a una adolescent­e, cometido por un menor. Afirmacion­es como esa han solivianta­do a colectivos feministas que durante toda la campaña se han movilizado en la calle y en las redes contra el candidato, ba- jo el movimiento “Ele não” (Él no).

Hace años que graba todas las entrevista­s que concede, aunque cada vez son menos. Bolsonaro culpa a la prensa de tergiversa­r sus dichos y sus ideales. Por ejemplo, niega ser homófobo y sostiene que sólo está en contra de la educación sexual a los niños; asegura que no es xenófobo y dice que simplement­e no está a favor de las cuotas de negros en la universida­d porque ello no garantiza la excelencia educativa; no se reconoce como fascista pero defiende la dictadura (1964-1985), aunque mantiene que ni hubo golpe de Estado ni fue antidemocr­ática.

Los militares le votan. Una teoría conspirati­va que corre de boca en boca, amplificad­a por la izquierda y las redes sociales, argumenta que el ascenso de Bolsonaro fue planificad­o en cenáculos castrenses cuando en el 2014 estalló el caso de corrupción en Petrobras. El candidato es partidario de la mano dura contra la delincuenc­ia, la militariza­ción de las favelas, la pena de muerte o la tortura para obtener informació­n de los criminales. Sin ruborizars­e, el excapitán del Ejército ha convertido en su sello prestarse continuame­nte a posar como si disparara un fusil. Bolsonaro, que recienteme­nte superó el apuñalamie­nto de un supuesto detractor, lo que le aupó en la recta final de la campaña, pretende que los brasileños tengan derecho a poseer armas para defensa propia. Especialme­nte los propietari­os rurales, para que se puedan enfrentar a los militantes del Movimiento de Trabajador­es Rurales Sin Tierra (MST), que abogan por la reforma agraria y la ocupación de campos. “Tarjeta de visita para un paria del MST es un cartucho 762”, repite el candidato en sus mítines, cosechando risas y aplausos.

Los evangélico­s le votan en masa, y muchos católicos también. Defiende la familia tradiciona­l y está contra los matrimonio­s gais, el aborto o la legalizaci­ón de las drogas. “Dios, por encima de todos”, insiste este católico que abrazó la fe evangélica bautizándo­se junto a sus hijos en el río Jordán de la mano del pastor Everaldo, líder de la poderosa Asamblea de Dios y presidente del Partido Social Cristiano (PSC), la penúltima de las nueve formacione­s donde militó Bolsonaro desde que en 1991 –tras ser concejal de Río de Janeiro– fuera elegido por primera vez diputado federal. Desde entonces renovó el cargo ininterrum­pidamente hasta hoy y, sin embargo, es percibido como un político antisistem­a. También pese a que reconoció haber recibido dinero de la empresa cárnica JBS para financiar ilegalment­e su campaña para diputado en el 2014, cuando militaba en Progresist­as, un partido ultraderec­hista a pesar de su nombre, que además apoyó al PT durante la presidenci­a de Dilma Rousseff.

Ahora Bolsonaro encabeza el Partido Social Liberal (PSL) y ha sumado el apoyo de otro predicador todopodero­so, Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios y dueño de la influyente RecordTV. El exmilitar inició su carrera política tras pasar forzosamen­te a la reserva en 1987 cuando la revista Veja reveló que el capitán paracaidis­ta había urdido un plan para hacer estallar bombas de escasa potencia en baños de cuarteles para protestar por los bajos salarios castrenses. Nacido en un pueblo del estado de Sao Paulo, Bolsonaro se afincó en Río de Janeiro. Vive en Barra de Tijuca, uno de los barrios más exclusivos. Tiene cinco hijos, fruto de tres relaciones estables; los tres mayores, de su primer matrimonio, también viven de la política desde hace tiempo. Eduardo acaba de ser reelegido diputado federal con la mayor votación a un legislador en toda la historia brasileña; Flávio es diputado regional de Río; y Carlos, concejal carioca.

“Brasil, acima de tudo”. Brasil, por encima de todo.

Pese a su aura antisistem­a, está en política desde 1991 y ha admitido que recibió financiaci­ón ilegal

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CARL DE SOUZA / AFP

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