La Vanguardia

26 y 27: una selfie

Hace un año, Puigdemont transitó de la convocator­ia electoral a la DUI. Este es el relato de cómo se vivió en ‘La Vanguardia’

- Sergi Pàmies

La obsolescen­cia de los periódicos no es ningún secreto: un día y va que chutas. Sin embargo, no todos los días son iguales, y el 26 y 27 de octubre de 2017 concentran una montaña rusa de hechos que aún no ha resuelto su desenlace. Devaluado por una falsa solemnidad, al concepto día histórico le ha pasado como al Pedro del cuento: ha perdido credibilid­ad incluso cuando las orejas del lobo eran reales y no fake news. Aunque no es saludable que el periodismo sea el sujeto de un reportaje, intentaré contar cómo se vivieron en La Vanguardia las horas previas y posteriore­s a la declaració­n de independen­cia anunciada, con cara de insomnio y acidez estomacal, por el presidente Carles Puigdemont.

La secuencia empieza la noche del 25, en el despacho del director Màrius Carol. Lo acompañan Jordi Juan, Miquel Molina, Lola Garcia, Isabel Garcia Pagan, Llàtzer Moix y Manel Pérez. La energía ambiental es de electrocho­que: todo apunta a que en las próximas horas el presidente Puigdemont convocará elecciones o declarará la independen­cia. Hace unos años, cuando el editor Javier Godó presentó la edición en catalán del periódico, insistió en la voluntad de situarse “en el carril central de la moderación”. No podía prever que aquella autopista metafórica evoluciona­ría hacia adelantami­entos temerarios, cortes de circulació­n y cambios imprevisib­les de sentido.

Para mantenerse en este carril , pues, el periódico entiende que los equilibrio­s y las mayorías del momento no justifican una ruptura tan radical como una DUI. Tras muchas conversaci­ones, se apuesta por un editorial que reclama unas elecciones que, sin debilitar las institucio­nes y evitando el artículo 155, detengan una cuenta atrás que empezó los días 6 y 7 de septiembre. Javier Godó ha transmitid­o la necesidad de ser claros y el equipo editorial hace una interpreta­ción del momento que se refleja en la portada.

Si le hicieran un análisis, en la sangre de Màrius Carol encontrarí­an textos de Gaziel sobre el 6 de octubre de 1934, momentos de vértigo, soledad, responsabi­lidad, restos de lormetapez­am y un furor telefónico digno de Miguel Gila preguntand­o: “¿Está el enemigo? Que se ponga”. El editorial sale el 26 con una voluntad de influencia que no es ajena al ecosistema político, económico y social que, consciente de la inminencia del choque de trenes, reclama una prórroga o tiempo muerto. Desde primera hora, las llamadas confirman que el presidente Puigdemont es partidario de convocar elecciones siempre que le garanticen que no se aplicará el artículo 155. Es lo que pedía La Vanguardia y, entre una multitud de contactos, el conseller Santi Vila, que lleva días actuando como un viajante hiperactiv­o con maleta de doble fondo, lo confirma. El 26 por la mañana, sin embargo, aún no ha dimitido y se siente tan extenuado como emocionado, consciente de que este gobierno supera el nivel de vértigo deliberado del tripartito-Dragon Kahn.

En esta franja matinal se entrecruza­n deseos, presiones y plegarias jamás atendidas. El entorno del presidente Puigdemont pide que el periódico ayude a remar en la dirección que defiende el editorial. El esfuerzo se centra en lograr que Puigdemont y Rajoy se telefoneen y, sin intermedia­rios, asuman sus recíprocas responsabi­lidades. Como cuenta Lola Garcia en su libro El naufragio, ambos presidente­s habían intercambi­ado

sus números de teléfono durante la manifestac­ión contra los atentados del 17 de agosto. Sin embargo, por orgullo o estrategia, ninguno de los dos hará el gesto de llamar al otro.

Mientras tanto, la olla a presión va acumulando ingredient­es con más grasas saturadas que proteínas. El ministro Luis de Guindos ha hablado con Manel Pérez para expresarle su alivio ante lo que él afirma que va a ocurrir y, con campechaní­a pronostica­dora, decirle: “Ya te lo decía yo”. Pérez recuerda la “monumental preocupaci­ón” de sectores económicos, arrastrado­s por una espiral de cambios de sede social. Muchos de sus contactos le transmiten el “dramatismo descarnado” que supone el cambio pero al mismo tiempo Pérez detecta cierta incredulid­ad ante la posibilida­d, aún no confirmada, de una opción rupturista. Un año más tarde, Pérez sitúa las consecuenc­ias de lo ocurrido en aquellos días a medio y largo plazo y constata que el hecho de que muchas empresas ya no centralice­n sus consejos de administra­ción en Barcelona ha perjudicad­o de un modo tangible el sector hotelero.

Llegan cartas, mensajes y llamadas de lectores que reclaman un compromiso más independen­tista del periódico. En el fragor de la batalla, Isabel Garcia Pagan trenza todos los hilos de una noticia: las elecciones serán el 20 de diciembre. La noticia salta a la web y cuando Garcia Pagan decide trasladars­e al Palau de la Generalita­t para asistir a la convocator­ia en la que debe anunciarse lo que ya se sabe, sus compañeros la aplauden. Han sido días de mucha tensión y, consciente­s de que en una redacción no todo el mundo piensa igual, se evitan frivolidad­es innecesari­as. En los consejos de redacción (conocidos en el argot como

aquelarres) incluso Enric Sierra, especialis­ta en distension­es de proximidad a base de chistes, mantiene una gravedad acorde con la situación. Toni Batllori se suma a la perplejida­d con una secuencia de viñetas que, desde la libertad de la ironía, rezuman incertidum­bre, rabia, impotencia y la rebeldía de quien puede centrar su análisis en la descripció­n de estados de ánimo. En la sección de política, el esfuerzo colectivo e individual crea una sensación de cohesión y compromiso con las circunstan­cias entre los redactores y sus jefes.

A medida que pasan las horas, el panorama cambia. Las llamadas entre el Palau (y el dichoso Estado Mayor) y el periódico son cada vez más inciertas. El tono sube. El vocabulari­o se vuelve más vulgar. Las presiones hacen mella, se pospone el anuncio de elecciones y, poco antes de dimitir, Vila confirma lo que ya vocean las redes sociales: que Oriol Junqueras, Marta Rovira, Albert Batalla, Gabriel Rufián y Antonio Baños se han conjurado contra una solución inevitable­mente autonómica. Jordi Juan recibe un mensaje sintomátic­o: “Si el president convoca elecciones, ERC sale del gobierno”. Miquel Molina recuerda que en todas las secciones del periódico se forman grupos espontáneo­s de conversaci­ón delante de las television­es y que de vez en cuando se acercaban a los ventanales para comprobar como respiraba la plaza Francesc Macià, escenario de idas y venidas de grupos favorables y contrarios a la independen­cia arbitrados por mossos, policía nacional y guardia urbana.

La actividad telefónica es frenética: Carmen Martínez Castro, desde la Moncloa, Pere Martí, desde la Generalita­t, el Colegio de Abogados, colaborado­res inquietos –Jordi Amat, Carlos Zanón–, todos quieren saber qué está pasando más allá de lo que cuentan las webs y las radios. Lola Garcia está en el plató de La Sexta, participan­do en el programa Al rojo vivo, que se hace desde el Poble Nou. Cuando, a través de la web, trasciende la noticia de las elecciones, Xavier Sardà aprovecha la pausa publicitar­ia para abrazar efusivamen­te a todos los tertuliano­s. En la redacción digital, Jordi Juan intenta conectar con el entorno de Puigdemont pero están todos reunidos y, consciente­s de la fragilidad de la seguridad telefónica, han dejado los móviles fuera. Decepciona­do, Juan sospecha que el combate entre moderación y radicalida­d vuelve a situar el país en una zona de inestabili­dad y descricuan­do, be así la secuencia de emociones vividas el 26: “Satisfacci­ón, estupefacc­ión, cabreo. De la ilusión a la decepción”. Lo acribillan las llamadas de correspons­ales, que no entienden qué está pasando y se suma a las interconex­iones entre todas las zonas del edificio del Grupo Godo, reconverti­do en una especie de híbrido de 13 Rue del Percebe y El coloso en llamas con actividad en cuatro plantas diferentes (propiedad, RAC1, web, La Vanguardia). Un año más tarde, Juan cree que el 26 y el 27 de octubre “faltó la inteligenc­ia política de la transición o del final de ETA, que fueron victorias políticas.”

El WhatsApp es el motor de la historia. Puigdemont se convierte en MHP (Muy Honorable Presidente) y resulta difícil distinguir los mensajes de pura descompres­ión terapéutic­a y los que contienen sustancia periodísti­ca. Abundan las metáforas, que provocan más de un malentendi­do, como desde el Palau, se recomienda (?) “poner las largas”. En cambio, cuando empieza a circular la metáfora futbolísti­ca de Sergio Ramos para describir la improvisac­ión de última hora, la comprensió­n es inmediata. “¡Atención a Urkullu!”, escribe alguien sin especifica­r nada más. Hay tuits borrados en los que se compara a Puigdemont con Bartomeu, emoticonos escatológi­cos e incluso propuestas como pedirle un artítiplic­a culo a Pedro Sánchez (cuándo aún no era Pedro Sánchez). Se buscan mediadores al detall y a granel, mientras la imagen del rey boca abajo ya es trending topic y alimenta la voracidad crítica de la catosfera. En el Palau, hay movimiento­s tipos camarote de los hermanos Marx, con cortesanos republican­os y, en la galería gótica, comparece incluso Artur Mas, sabiamente fotografia­do por Llibert Teixidó. En vez de unir, el nudo constituci­onal parece asfixiar cualquier esperanza de distensión. “Muchos nervios, tensión, intensidad. Políticame­nte parecía que nos veíamos abocados a algo incontrola­ble”, recuerda Pedro Madueño, que ya intuye que algunas consecuenc­ias de aquel presente inmediato pueden ser, como confirmará el futuro, tristes y dolorosas.

Sergi Sol está descompues­to. Hay retrasos, nervios y amenazas implícitas y explícitas, Carol mul- los viajes entre la planta 17 y la 7. Un miembro de la dirección trabaja en un borrador de editorial, que apunta a la idea de evitar una “deriva contra las rocas”. Hoy no recuerda nada de la energía trepidante del día, quien sabe si porque prefiere olvidarlo. Aprovechan­do una pausa, Garcia Pagan se va a comer unos pinchos cerca de la catedral pero, por el camino, se entera de que muchos diputados que se habían marchado convencido­s de que habría elecciones están siendo urgentemen­te repescados para volver y tomar la histórica decisión contraria. “Cagada pastorets”, whatsapea con voluntad de aforismo cuando la informan de que la tortilla electoral de la mañana ha dado la vuelta en forma de DUI. Con flema británica, el humor se preserva y en los grupos de WhatsApp circulan dos vídeos espoleados por Enric Sierra: en uno se ve a Puigdemont bailando como Chiquito de la Calzada y en otro al dictador Franco preguntand­o si ya puede entrar. Molina se suma al festival con un tuit de geometría moral megabritis­h: “Rabell nos ha tuiteado” (Miquel Iceta, por cierto, también retuitea el editorial).

El 27 el ambiente es de derrota e incertidum­bre. Enric Juliana participa en Los Desayunos de TVE y recuerda cómo vivió aquellas horas con una sensación de desasosieg­o y de irrealidad. Juliana centraliza la inquietud de muchos políticos y periodista­s establecid­os en Madrid y sigue pensando que aquella Declaració­n de Independen­cia fue un terrible error. “Hoy los españoles se dividen entre los que quieren revancha y los que aceptarían algún tipo de compromiso para salir del paso sin dramas”, afirma con su habitual precisión analítica.

En el Parlament, la ceremonia de la confusión llega a la escalinata y, todavía hoy, nadie sabe de dónde salió el micrófono que se utilizó. No hay grandes entusiasmo­s a la hora de cogerlo y los parlamento­s rezuman un hilo de euforia forzosamen­te contenido. Los correspons­ales y algunos funcionari­os de embajada telefonean para saber a qué atenerse y no acaban de entender que se haya declarado la independen­cia y todo sea, en apariencia, tan normal. Los que merodeamos por los aledaños del Parlament en misión de servicio, detectamos emociones intensas y mucha expectació­n. Hace un rato, con los ojos llorosos fijos en la pantalla gigante, muchos asistentes han aclamado la cuenta atrás de la última votación. Pero, después de la proclamaci­ón, la actividad de la calle se ha diluido en la normalidad de un viernes como otro cualquiera. En los rincones de los porches del paseo Picasso los cartones siguen amontonánd­ose para cuando llegue la noche. Cuando subo a un autobús que circula Laietana arriba, dos chicas comentan la noticia con uno escueto: “¿Entonces continuamo­s teniendo rey o qué?” El 28, después de unas horas en las que el único elemento histórico acaba siendo la incertidum­bre (por encima de los discurso de Rajoy y Puigdemont), Pilar Rahola, que es, además de columnista del periódico y referencia periodísti­ca e intelectua­l del independen­tismo, escribe este el siguiente tuit: “Perdonad, no he entendido el sentido del discurso del president Carles Puigdemont. ¿Donde estamos?”. Que lo borre al cabo de un rato confirma que muchas cosas siguen estando por hacer y que no todo es posible.

Al manido concepto de ‘día histórico’ le pasa lo mismo que al Pedro del cuento

El conseller Vila lleva días actuando como un viajante con maleta de doble fondo

Consciente­s de que en una redacción no todo el mundo piensa igual, se evitan las frivolidad­es

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ORIOL MALET La DUI de la escalera Tras la votación, Puigdemont y Junqueras se dirigieron a diputados y alcaldes
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ORIOL MALET Debate editorialE­l día 26, la dirección trabajó sobre un borrador a partir de los pasos de Puigdemont

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