La Vanguardia

La sonrisa de Carmen Alborch

- Sandra Barneda

Inaugurába­mos el mes de junio con la noticia de la salida adelante de la moción de censura a Rajoy y nuevo presidente: Pedro Sánchez para sorpresa de todos. En València, ese 1 de junio del 2018, se celebraba la tercera edición del Feminario, a cargo de la Diputación y de la delegación de Igualdad, Deportes y Cultura, a cargo de la socialista Isabel García. El ambiente era festivo, repleto de mujeres dispuestas a escuchar a las ponentes de las jornadas en La Petxina.

La tarde de aquel viernes, mientras escuchaba la sesión inaugural de la filósofa Amelia Valcárcel y esperaba mi ponencia junto a la doctora en Filología Románica, Eulàlia Lledó, la vi llegar acompañada de su bastón y una sonrisa tan amplia como frágil. Las presentes perdieron unos segundos las palabras de Valcárcel para fijar su atención en la llegada de la exministra de Cultura, Carmen Alborch. Dedicó algunos saludos mudos con mano alzada o mirada cómplice y se deslizó silenciosa por el pasillo lateral hasta la silla sobre la que reposaba un papel con su nombre. Con la misma sonrisa me saludó y se sentó a mi lado, dejando el bastón

La ‘rebelde alegre’ ya corre por otros lares, apuesto que buscando nuevas causas por las que luchar

apoyado para evitar molestar. Tomó de su bolso el móvil, que no dejaba de recibir watsaps. No quise leer aunque por el tamaño de la letra no me hubiera resultado difícil, pero intuí que era la gente de su partido, su amiga Carmen Calvo, invitada al Feminario y recluida en Madrid para formar el futuro gobierno socialista de Pedro Sánchez.

Comenzaba un fin de semana de intensidad, de llamadas, de quinielas, de apuestas para liderar un país que se había despertado con el encierro de su expresiden­te en un bar junto a los suyos hasta la noche, y uno nuevo, hacía unos meses dado por muerto por su propio partido. Los giros de la ruleta de la vida que desesperan a unos y sonríen a otros. Carmen Alborch estaba feliz y no había querido perderse celebrar con los suyos ni el Feminario ni lo que había acontecido en Madrid. Se encontraba ya muy delicada de salud, con el aspecto de quien está perdiendo la batalla con el maldito cáncer, pero con la elegancia de quien lo encaja y disfruta de los días de regalo. Sus ojos estaban llenos de vida aquella tarde, escuchó a Valcárcel, nos escuchó un poco a nosotras y salió con los suyos a departir las alegrías venidas. Fue la última vez que la vi y no puedo dejar de recordar su mirada desde que el pasado miércoles nos dejó.

Maruja Torres dijo en un tuit acertadame­nte que “Carmen Alborch era, en persona, la esperanza mediterrán­ea” y me pareció que no había otro modo más bello de describirl­a con pocas palabras y tanto significad­o. Ella se ha ido en un año en que ha resurgido el socialismo y el feminismo, sus dos ejes vitales a los que ha dedicado tanto esfuerzo y empeño.

Apenas unos días antes de dejarnos, el pasado 9 de octubre, recibió la alta Distinción de la Generalita­t Valenciana y en su discurso plasmó a modo de sentencia su deseo incumplido: “El feminismo, como que ha mejorado la calidad de vida de ciudadanos y ciudadanas, debería ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad”. Como dijo ella, hasta el último suspiro estuvo activa para hacer un mundo mejor, más igual y más libre. La rebelde alegre ya corre por otros lares, apuesto que buscando nuevas causas por las que luchar.

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