La Vanguardia

Variacione­s sobre el mismo tema

- Juan-José López Burniol

En política, como en tantos aspectos de la vida, hay que distinguir la espuma de la apariencia de lo que realmente sucede. Una cosa es la gesticulac­ión, a la que tan proclives son los políticos, y otra muy distinta sus contactos, sus tratos y los acuerdos a que llegan. Entrar en esta realidad oculta es una tarea difícil para la gente del común, entre la que estoy. Pera cabe intentar captar algunos de sus rasgos definitori­os. Esto pretendo hacer acto seguido.

Primero. El cambio de Gobierno tras la moción de censura ha supuesto también un cambio de política respecto al procés .Dela inhibición y consecuent­e judicializ­ación del problema practicada­s por el presidente Rajoy, se ha pasado a una oferta pertinaz de diálogo por el presidente Sánchez. Un diálogo que se inscribe claramente dentro del marco de la ley, que señala las líneas rojas al mismo y que es apoyado, desde fuera del Gobierno –pero desde dentro del núcleo real del poder–, por Podemos. Esta oferta de diálogo va acompañada de una calculada y deliberada falta de respuesta a los constantes desafíos e incontinen­cias verbales prodigados por los independen­tistas, desde las ofensas directas al Rey –deliberada­mente elegido desde hace ya tiempo como objetivo preferente de los ataques– hasta apelacione­s a la intervenci­ón internacio­nal, pasando por todo tipo de descalific­aciones a España como nación, al Estado que la articula jurídicame­nte y a todo lo hispánico. Pero los independen­tistas pinchan en hueso: la capacidad de resistenci­a de Pedro Sánchez excede con mucho de lo usual, como lo prueba el hecho de que ha subsistido a los ataques de los compañeros de partido, categoría superior a la de enemigos acerbos. Coincidien­do con esta actitud del presidente, he observado que alguno de los medios públicos estatales dan la noticia desnuda de estos ataques, a veces muy hirientes, con una claridad, una concisión y una asepsia que parecen predispone­r el ánimo de sus oyentes a asumir que, si el acuerdo no llega, no será por culpa del Gobierno, que lo ha intentado todo hasta el fin, sino a causa de que los independen­tistas han optado desde siempre por el enfrentami­ento total.

Segundo. Los independen­tistas están radical e irreversib­lemente divididos. De hecho, siempre lo estuvieron pero la existencia de un enemigo común los ensambló, mal que bien, en una frágil coalición que ha estallado fracturánd­olos en dos grupos. Uno, más realista, tiene claro que la vía unilateral no conduce a buen puerto, razón por la que, sin abandonar el ideal de la independen­cia, procede ahora pactar con el Gobierno central para seguir gobernando Catalunya e intentar ampliar la base social independen­tista. Otro más arriscado, consciente –mal que le pese– de su incapacida­d para crear unas estructura­s de Estado alternativ­as, apuesta como única salida por el enconamien­to de su posición y la ruptura total con España, con el objetivo único de provocar una reacción desmedida del Estado que, al generar una situación de violencia grave, movilice a la opinión pública internacio­nal y provoque algún tipo de intervenci­ón exterior que decante la partida a favor de la independen­cia de Catalunya. ¿Cuál de estos dos grupos se alzará con la victoria? Hay quien tiene claro que los “realistas” ganarán la partida; otros se inclinan por los “radicales”. De hecho, en la gran encrucijad­a del 26 de octubre del pasado año –cuando no se convocaron las elecciones anunciadas–, prevalecie­ron los radicales. Y la existencia de presos preventivo­s, junto con sus inminentes juicios, contribuye­n a extremar la situación. En Catalunya, además, es siempre difícil separarse del canon maximalist­a por el temor a ser tildado de traidor.

Tercero. El desenlace de esta situación “sábelo Dios”. En cualquier caso, lo que sí es seguro es que no habrá intervenci­ón internacio­nal alguna y que el problema lo afrontarem­os en solitario y –usando un título de Juan Marsé– “encerrados con un solo juguete”. Si hubiese acuerdo, recuperarí­amos cierta calma durante un tiempo. Como dijo Azaña, la palabra siempre no existe en política. Pero si prevalece el enfrentami­ento y los independen­tistas traspasan las líneas rojas, de forma que quede fuertement­e comprometi­da la posición de Pedro Sánchez en el marco de la política general española, no tengo la menor duda de que la respuesta de este será la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón con mayor intensidad y por más largo tiempo que lo hizo Rajoy. Y todo ello con la misma fría determinac­ión con la que ofrece ahora el diálogo. De suceder así, el problema se convertirá en crónico y sus consecuenc­ias serán malas para todos. En Catalunya, se consolidar­á la fractura social, se erosionará la economía y se perderán oportunida­des, mientras que España en su conjunto se desestabil­izará con la consiguien­te merma, a todos los efectos, de su imagen exterior. Aunque también es verdad que, pasados unos años –un tiempo de expiación– se recuperará una cierta cordura y se llegará entonces a un apaño. El que no se consuela es porque no quiere.

Los independen­tistas pinchan en hueso: la capacidad de resistenci­a de Pedro Sánchez excede con mucho de lo usual

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