Equidistantes
Equidistante lo fue la ERC de Carod durante la última legislatura de Pujol, en plena agonía del bipartidismo CiU-PSC, mientras negaba la dualidad sociovergente y proponía otro proyecto para Catalunya. Equidistantes lo fueron PNV y PSOE tras el fracaso de unos contactos del gobierno del PP con ETA en los noventa: entonces, por no alinearse con la política gubernamental. Equidistante lo fue Puigdemont la noche del 26 de octubre, hace un año, cuando se acostó decidido a convocar elecciones, y no a proclamar la república de la señorita Pepis. Equidistante aparece, asimismo, el exministro Rafael Català en el documental de Jordi Évole El dilema (se emite mañana en La Sexta aunque servidora lo vio en preestreno en el AVE) al reconocer que el PP se equivocó en sus discursos públicos en esos fatídicos 26 y 27 de octubre. Equidistante es ahora Pedro Sánchez al cuestionar la acusación de rebelión en la causa del 1-O...
A lo largo de la historia, ha habido muchas equidistancias, disidencias en el sentido de romper el marco del conflicto. Ocurre, sin embargo, que antes como ahora se trata de un concepto que siempre se formula como una acusación. Y esto debería empezar a cambiar, al menos entre los catalanes. No hablo de la equidistancia apolítica y desinformada, del “todos-son-iguales” o del “yo-no-me-mojo-por-si”, sino de los equidistantes documentados y honestos, que suelen recibir palos de ambos lados. Los equidistantes de este mundo deberían salir a dar la cara, volver a hablar de política sin temor a ofender a cuantos se niegan a escuchar
Que los confundidos y cansados de estar en medio salgan a dar la cara sin temor a disentir del oficialismo
nada fuera de su esfera emocional.
No se puede restaurar un jarrón roto con un martillo en la mano. Enraonem.
Daniel Fernández escribía hace unos días en este diario que hay que acabar con el tópico de que Catalunya está dividida en dos mitades: una a favor de la independencia y otra en contra. “Catalunya, hoy, al menos son tres”. La tercera parte –contémonos, pero con todas las de la ley– son todos los confundidos y cansados de hallarse en medio de dos fuerzas que se anulan mutuamente tanto como se retroalimentan desde la megafonía moral, que nos mantienen nerviosos ante la posibilidad de más momentos dramáticos y callejones sin salida. Los equidistantes.
El equidistante será repudiado cual morlock por no elegir trinchera ni bandera, le llamarán idiota porque “no entiendes nada” y le tacharán de cobarde, traidor o algo peor. Será así por mucho que el equidistante diga que la riqueza de Catalunya no siempre ha sido bien entendida por España. Que desde Catalunya se ha alimentado una idea de España rancia y fascista que no se corresponde con la realidad. Que entre todo y nada hay matices. Que no existen las certezas. Que las desmesuras no traen nada bueno. Que no se saldrá del laberinto hasta que ellos salgan de la cárcel. Que duda si esto es posible sin romper el estado de derecho constitucional. Que siente pavor ante el “cuanto peor, mejor” porque sin presos el independentismo se queda sin táctica. Que siempre ve algo bueno a uno y otro lado...
El equidistante, es cierto, no tiene la solución, aunque a veces es preferible eso a dos soluciones opuestas e irreconciliables.
Y no, no es mejor callar.