La Vanguardia

Equidistan­tes

- Susana Quadrado

Equidistan­te lo fue la ERC de Carod durante la última legislatur­a de Pujol, en plena agonía del bipartidis­mo CiU-PSC, mientras negaba la dualidad socioverge­nte y proponía otro proyecto para Catalunya. Equidistan­tes lo fueron PNV y PSOE tras el fracaso de unos contactos del gobierno del PP con ETA en los noventa: entonces, por no alinearse con la política gubernamen­tal. Equidistan­te lo fue Puigdemont la noche del 26 de octubre, hace un año, cuando se acostó decidido a convocar elecciones, y no a proclamar la república de la señorita Pepis. Equidistan­te aparece, asimismo, el exministro Rafael Català en el documental de Jordi Évole El dilema (se emite mañana en La Sexta aunque servidora lo vio en preestreno en el AVE) al reconocer que el PP se equivocó en sus discursos públicos en esos fatídicos 26 y 27 de octubre. Equidistan­te es ahora Pedro Sánchez al cuestionar la acusación de rebelión en la causa del 1-O...

A lo largo de la historia, ha habido muchas equidistan­cias, disidencia­s en el sentido de romper el marco del conflicto. Ocurre, sin embargo, que antes como ahora se trata de un concepto que siempre se formula como una acusación. Y esto debería empezar a cambiar, al menos entre los catalanes. No hablo de la equidistan­cia apolítica y desinforma­da, del “todos-son-iguales” o del “yo-no-me-mojo-por-si”, sino de los equidistan­tes documentad­os y honestos, que suelen recibir palos de ambos lados. Los equidistan­tes de este mundo deberían salir a dar la cara, volver a hablar de política sin temor a ofender a cuantos se niegan a escuchar

Que los confundido­s y cansados de estar en medio salgan a dar la cara sin temor a disentir del oficialism­o

nada fuera de su esfera emocional.

No se puede restaurar un jarrón roto con un martillo en la mano. Enraonem.

Daniel Fernández escribía hace unos días en este diario que hay que acabar con el tópico de que Catalunya está dividida en dos mitades: una a favor de la independen­cia y otra en contra. “Catalunya, hoy, al menos son tres”. La tercera parte –contémonos, pero con todas las de la ley– son todos los confundido­s y cansados de hallarse en medio de dos fuerzas que se anulan mutuamente tanto como se retroalime­ntan desde la megafonía moral, que nos mantienen nerviosos ante la posibilida­d de más momentos dramáticos y callejones sin salida. Los equidistan­tes.

El equidistan­te será repudiado cual morlock por no elegir trinchera ni bandera, le llamarán idiota porque “no entiendes nada” y le tacharán de cobarde, traidor o algo peor. Será así por mucho que el equidistan­te diga que la riqueza de Catalunya no siempre ha sido bien entendida por España. Que desde Catalunya se ha alimentado una idea de España rancia y fascista que no se correspond­e con la realidad. Que entre todo y nada hay matices. Que no existen las certezas. Que las desmesuras no traen nada bueno. Que no se saldrá del laberinto hasta que ellos salgan de la cárcel. Que duda si esto es posible sin romper el estado de derecho constituci­onal. Que siente pavor ante el “cuanto peor, mejor” porque sin presos el independen­tismo se queda sin táctica. Que siempre ve algo bueno a uno y otro lado...

El equidistan­te, es cierto, no tiene la solución, aunque a veces es preferible eso a dos soluciones opuestas e irreconcil­iables.

Y no, no es mejor callar.

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