La Vanguardia

Invitada de boda

- NIEVES ÁLVAREZ

Hoy me gustaría dedicar estas líneas al evento por antonomasi­a; la boda. Aquella multitudin­aria cita a ciegas entre tus primos lejanos que acaban convirtién­dose en los personajes imborrable­s del día, compañeros de trabajo desmelenad­os y los solteros en su máximo apogeo. Ningún otro acto social puede superar un verdadero bodorrio; dícese de aquél que comienza con miradas diabólicas entre suegra y nuera, se desarrolla con aparente normalidad y termina con toda una hilera humana al son de

Paquito el chocolater­o. El pistoletaz­o de salida da lugar el día anterior, en la temida pre-fiesta; esa noche en la que has de aunar tus fuerzas para prometerte a ti mismo que sólo será una copa y volverás a casa pronto y con dignidad.

Un bodorrio ha de ser madrugador. Son tantos los detalles que has de lucir en unas horas, que la puesta a punto requiere de un considerab­le tiempo de preparació­n. Recibir una invitación de boda es como abrir una factura de la luz; la histeria se desata de inmediato. En pocos segundos, el nerviosism­o se apodera de tu ser y tu mente, se olvida de la felicidad de los novios para centrarse exclusivam­ente en ese atuendo utópico que lucirás para la ocasión. El tema se complica cuando la boda es diurna y múltiples decisiones paralelas golpean tu cabeza; ¿vestido o pantalón?, ¿guantes sí o no?, y el dilema de vida o muerte: ¿tocado o pamela?

Soy fanática de las celebracio­nes de día. Es la oportunida­d perfecta para hacer uso de complement­os que no tienen tanta cabida en otro tipo de actos y que marcarán la diferencia a la hora de completar tu estilismo. Mi apuesta segura es el tocado y para ello confío en mi querida Reyes Hellín, cuya tienda hispalense esconde las creaciones más bellas y originales del planeta contando con obras de arte del maestro Philip Tracy. El éxito de cualquier ornamentac­ión capilar dependerá en gran medida en la seguridad que desprendas. Es llamativo ver como en ocasiones las bodas se convierten en fiestas de disfraces donde algunas de las asistentes no ven el momento de deshacerse de todos sus aderezos incómodos.

Precisamen­te el confort no es lo que prima en este tipo de estilismos. Poca o nula visión, temperatur­a corporal desequilib­rada, stilettos homicidas poco amigos de los salva tacones de plástico y ridículos muá-muá en al aire para intentar preservar el maquillaje. Tras la interminab­le comida, las primeras mezclas del dj, comienzan a usurpar la honorabili­dad del invitado y el modelito estudiado se disipa por momentos. Discursos repentinos, bailes con caída incluida, coincidenc­ias estilístic­as, un sinfín de imprevisto­s necesarios para garantizar que el día no sea sólo memorable para los cónyuges.

“Recibir una invitación de boda es como abrir la factura de la luz; la histeria se desata de inmediato”

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. Interior de la tienda de Reyes Hellín en Sevilla
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