La Vanguardia

El hombre que truncó el plan atómico de Hitler

JOACHIM RONNEBERG (1919-2018) Héroe noruego de la Segunda Guerra Mundial

- BLANCA GISPERT

Aquel gélido febrero de 1943, todo podría haber salido mal. Pero después de semanas vagando por los bosques nevados de Noruega, los hombres de Joachim Ronneberg lo consiguier­on: hicieron volar por los aires la planta de agua pesada con la cual el régimen nazi pretendía construir su bomba atómica. Una victoria que se apuntaría el bando de los aliados y una misión que marcaría la vida de aquel joven noruego que la lideró con sólo 23 años.

Las más altas autoridade­s noruegas lo despedían el lunes pasado a la edad de 99 años, recordándo­lo como uno “de los mejores luchadores de la resistenci­a, cuyo coraje contribuyó a la mejor campaña de sabotaje durante el periodo que Noruega estuvo ocupada por la Alemania nazi”, dijo la primera ministra, Erna Solberg.

Lo cierto es que Ronneberg no fue consciente de su heroicidad hasta años después. Lo reconocía a The New York Times en el 2015: “La primera vez que oí hablar de bombas atómicas y agua pesada fue después de que los americanos lanzaran la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki en 1945”.

La proeza de Ronneberg empezó a sus 21 años, cuando escapó de Alesund, su pueblo natal (en la costa este de Noruega) para alistarse a la compañía de Linge en Inglaterra. Desde allí, británicos y noruegos trazaban estrategia­s para recuperar el territorio ocupado. No sería hasta dos años más tarde, en 1943, cuando Ronneberg entraría a formar parte de la operación secreta Gunnerside para sabotear la planta de agua pesada. Sin suerte, lo había intentado otro equipo de 35 personas un año antes. Así que allí se encontraba­n Ronneberg y cinco hombres más para probarlo de nuevo. “Éramos un grupo de amigos trabajando juntos”, recordaba a la BBC en el 70.º aniversari­o de la misión.

Ronneberg y sus hombres emprendier­on la aventura en febrero de 1943 pero desde octubre, cuatro miembros más los esperaban escondidos en el bosque de Telemark, en el sur del país. El joven y su equipo llegaron en paracaídas, caídos desde un cielo tempestuos­o. Una semana tuvieron que esperar a que esparciera­n las ventiscas para emprender el camino hacia la central de Vemork (la planta que tenían que sabotear). Se encontraba­n a 65 km de distancia y, esquiando de noche y descansand­o de día, llegaron el 27 de febrero. “Había tantos factores en juego que sólo podíamos tener a favor la suerte y la oportunida­d. No había ningún plan, estábamos esperando que sucediera lo mejor”, explicaba a The New York Times.

El equipo tuvo que esperar unas horas, hasta bien entrada la madrugada, para escurrirse dentro del recinto y colocar los explosivos. Todo salió redondo. Misión cumplida. Y sin muertos en ninguno de los dos bandos.

La huida fue otra historia. Unos 3.000 soldados alemanes se movilizaro­n para pillar a la tropa de Ronneberg, que había escapado sobre los esquís tan rápido como pudo. Tuvieron que deslizarse por encima de la nieve unos 400 km para cruzar la frontera y llegar a Suecia, territorio neutral durante la II Guerra Mundial.

A partir de entonces, Ron ne b erg participar­ía en otras campañas y, después, se convertirí­a en reportero radiofónic­o de la cadena pública noruega NRK. Al héroe le costaría años hablar abiertamen­te de su aventura pero la cultura se encargaría de inmortaliz­arla en libros, series y películas como La batalla del agua pesada (1947) de Jean Dréville y de Los héroes de Telemark (1965), de Anthony Mann y protagoniz­ada por Kirk Douglas y Richard Harris.

Los historiado­res nunca han aclarado cuán cerca se encontraba Hitler de conseguir las armas nucleares. Lo que está claro es que Ronneberg se lo puso más difícil.

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ALASTAIR GRANT / AP

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