Pla, punk susurrado
El Miedo escénico de Albert Pla pasó por una Sala Barts llena, que son cuatro días, con un público entregado que busca en el artista el Rien ne va Pla (sic). Pla es un plus que no decepciona en la exploración de límites, más aún cuando concentra la mirada en un territorio tan vasto como el miedo. Algo actual, aunque en el espectáculo la única alusión explícita a la actualidad sea un retrato del rey emérito, como un faraón. Aparte del Pla tridimensional, hay que decir que Miedo es, también, un disco notable a medias con el músico Raül Refree que contiene canciones que se degustan mejor en audición privada, sin todo el lío del espectáculo. Resulta reconfortante escuchar la voz ensordinada de Albert Pla cuando nos canta dulcemente “tengo una muñeca muy muy mala, sale de la caja donde está encerrada y su boca sangra” o, más animoso, “yo soy mi terror favorito, soy lo peor que hay dentro mío, soy lo peor que hay en mí mismo”. Es un punk susurrado, a veces en bellas melodías que invitan a cantarlas sin pararse a pensar, como si fuese poesía fonética, envuelta por las voces diabólicamente angelicales que aporta Judit Farrés. Destaca Circo, la pirómana historia de un niño asustado que, de mayor, podría ser el protagonista de la famosa Juerga catalana planiana. En escena, las canciones se empequeñecen ante el alud de estímulos transgenéricos (y un poco transgénicos) del espectáculo multimedia que firman la gente de Nueveojos y Mondongo. Nadie jamás viajó tanto encima de un escenario sin moverse de lugar. La proyección es un mapping dinámico por donde circula la figura juglaresca de Pla, enfundado en su clásica túnica medieval que parece una cota de malla.
El Miedo escénico empieza con un periplo uniformemente acelerado que podría estar en cualquier parque de atracciones de la era digital (“no, al parque nooo”). El Pla juglar hace el trayecto cantando (la amenaza recurrente es que si deja de cantar, morirá) mientras nos invita a seguirle con un pie en la peligrosa calzada del terror y el otro en la acogedora acera de la ironía. Luego, atraviesa la pantalla translúcida y sale al proscenio para administrar al público un monólogo temático sobre los miedos cotidianos digno del club de la comedia. Sólo es un paréntesis, como el cocinero que sale a fumar un piti antes de volver a los fogones. El tren del terror reprende la marcha, sustos dignos de Stephen King, homenajes al gore (imágenes de sangre, vísceras y otros apéndices del montón, como un glande en peligro de decapitación), oscuridad y ruidos insoportables como el chirriar de un tenedor en un plato. Misofonía, me parece que le llaman ahora. La muerte es el final de la calle del Miedo y Pla, fiambre pasto de los gusanos, reaparece como superviviente, con bolsa y cazadora, vestido de calle, y se va por el pasillo, entre el público, valiente, fuera de su zona de confort, fuera de focos, de mappings, de dobles y triples piruetas, con wambas, informal pero arreglá (sic). Rien ne va Pla.
Aparte de lo tridimensional, hay que decir que ‘Miedo’ es también un disco notable con el músico Raül Refree