Los excesos de la abundancia
En apenas un siglo, hemos pasado del raquitismo a la obesidad y los trastornos alimenticios. Ignacio Peyró comentará algo parecido dentro de cuarenta minutos. Ahora, en la fábrica Lehmann (donde alguna vez se ha visto a George Clooney comiendo unos ahumados en el Rooftop Smokehouse, adyacente a la editorial Comanegra y frente al estudio del diseñador Josep Abril), intento conciliar el horario con otro tipo de abundancia: la de los saraos literarios. Joan-Pere Viladecans ha inaugurado exposiciones por todo el mundo, pero asegura estar nervioso justo antes de presentar No ho veig gaire clar, que recoge artículos suyos publicados en La Vanguardia y Cultura/s. El responsable del suplemento, Sergio Vila-Sanjuán, destaca un desequilibrio injusto: cuando los artistas se ponen a escribir, lo hacen bien, caso de Van Gogh, Miquel Barceló, Joan Tàpies, Antoni Vives Fierro o el propio autor. En cambio, los escritores son pésimos pintores, añade, como Ernesto Sábato.
Tal vez sea por un tema de planteamiento. Viladecans dice que escribe como pinta. Apunta una frase, la retoca, la deja reposar, vuelve, matiza. Sus palabras están cargadas de formas e imágenes. El detonante suele ser un color, o una emoción que no sabría expresar a través de la pintura. Para pintar, va tomando notas, pequeños recordatorios en forma de órdenes, esbozos que a veces acaban convertidos en textos. El director adjunto de este diario, Miquel Molina, ha subrayado la aportación interesante que implica esa mirada que Viladecans tiene sobre la actualidad desde el mundo del arte. Y al oír en voz alta El doctor Terés, leído por Magí Camps, al autor le cuesta creer que lo escribiera él mismo. Hacía referencia a su pediatra cuando aún no se llamaban pediatras, en los tiempos “de supervivencias”. Cuenta que, el día que publicó el texto, fue al traumatólogo, y éste le recibió con un: “No sóc el doctor Terés”.
Además del anfitrión Joan Sala, están Anna Bosch, Joaquim Maria Puyal, Miquel Àngel Pasqual, Carlos Pérez de Rozas. Falta el escritor y crítico literario Robert Saladrigas, fallecido la madrugada del lunes; “le esperaremos siempre, en cualquier caso”, ha dicho Viladecans, que solía departir con él horas por teléfono. Joaquín Luna se había comprometido meses atrás a presentar junto a la crítica Marina PoSisa. rras Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida, de Ignacio Peyró. Y voy volando a la Documenta. Publicado por Libros del Asteroide, este es un manjar literario, una exquisitez hedonista con la que, además (apunta Jordi Amat desde el público), te partes de risa. Aquí va una cata de la época de Peyró en los hoteles, para quien “siguen un sistema no por suave menos totalitario, según el cual uno puede hacer de todo salvo lo que le da la gana”. Escribe: “Hoy miro como una gesta de otra época el parco uso que hice del servicio de habitaciones –apenas un par de hamburguesas de crisis, en esos momentos en los que solo un aporte de carbohidratos media entre nosotros y el abismo”.
Han venido Valentí Puig, Jordi Nopca, Joan Safont. Desvirtualizo a Andreu Navarra y Enric Vila, a quienes conocía por internet. Se ha hablado de la tradición de literatura gastronómica de los Luján, Salter y Liebling; de que tener muchos olivos no siempre ha comportado que se produjera buen aceite; y de que, comiéndote las mismas gambas, puedes ser cool o troglodita, dependiendo de si lo haces en un restaurante japonés de Manhattan o en el bar de debajo de casa. Llega Jaume Al final el editor Luis Solano nos invita a tomar algo y nos damos a la alcoholexia. Esto es: comer poco y pedir unas cañas, mientras Peyró cuenta su agitado vuelo desde Londres en el que pensó que caerían sobre Mont-de-Marsan. Creo que luego celebra la vida en el Ideal.
Y Porras, que ha hablado de la tensión narrativa que él mantiene durante todo el libro, se encuentra al día siguiente hablando de otra tensión. La de la “frase expandida” que Nora Catelli atribuye a la obra de Faulkner, y que ella detecta en Els llits dels altres, primera novela de Anna Punsoda y con la que ganó el Roc Boronat. Esa frase sería “no volia que m’expulsessin”. Jordi Puntí recuerda algo que decía Philip Roth: en el elemento destructivo hay que sumergirse. Algo que Punsoda hace en el libro, publicado por Amsterdam. No por ser visceral y sincero está exento de maestría literaria, patente en los detalles, apunta Puntí. La protagonista es una superviviente marcada por el lugar en el que ha nacido y la vida que ha tenido, y por un asco que le impide comer y que genera a la vez rechazo y ese miedo a que le expulsen.
En la Calders están Stefanie Kremser, Adrià Pujol, los editores Miquel Adam y Joan Carles Girbés, la superlectora y difusora cultural Carme Fenoll, el hermano espiritual de la autora, Bernat Dedéu, otra vez Enric Vila. Puntí habla del humor que hay en la novela, a veces escatológico. Jordi Graupera ha venido con su familia. Lleva una chaqueta del diseñador Josep Abril. Y estoy intentando establecer algún tipo de metáfora cósmica o eterno retorno, cuando, de pronto, recibimos una llamada suya. De Graupera, digo. ¿Por qué, si está aquí? Su mujer, la actriz y periodista Sara Loscos, corre hacia el fondo de la librería: se ha quedado encerrado en el lavabo.
En los hoteles “siguen un sistema no por suave menos totalitario: uno puede hacer de todo salvo lo que le da la gana”