La Vanguardia

Pasión o inconscien­cia

La vida en el tramo conjuga la dedicación de los comisarios y la imprudenci­a de algunos

- TONI LÓPEZ JORDÀ

Socio, aquí no!”. “Por favor, que se os echará el coche encima...”. “¡No os arriméis tanto!”. El comisario de seguridad X, que quiere mantener el anonimato –“Si digo mi nombre me reconocerá­n”–, ya no sabe cómo decirlo. “Estamos para eso, para evitar situacione­s de peligro e intentar poner a la gente en mejores sitios, sin riesgo. Con educación, pedir que se coloquen en la zona correcta”. Lo intenta, pero no le hacen caso. Es la batalla cotidiana, cada año igual, de los comisarios de seguridad del RallyRACC, unos 300 voluntario­s –identifica­dos con chaleco fluorescen­te–, con el apoyo de los Mossos d’Esquadra (500 efectivos), que integran el dispositiv­o de seguridad del rally.

Son los ángeles de la guarda de los aficionado­s, sobre todo de los más atrevidos, o inconscien­tes, que de manera irreflexiv­a o imprudente no miden sus actos ni el riesgo que conlleva. La insensatez no tiene fronteras. Y la vida en un tramo de rally –un espacio abierto, sin controles de acceso, donde la libertad de movimiento­s sólo la coarta la responsabi­lidad y el sentido común– se convierte a menudo en una persecució­n del perro y el gato, del vigilante y el listillo de turno, como pudo comprobar La Vanguardia en el tramo La Fatarella-Vilalba, tercera especial del día, en la Terra Alta.

“Hacemos un llamamient­o a la responsabi­lidad”, dice como resumen Jordi Barrabés, jefe de seguridad del RallyRACC, uno de los rallies –reconocen los expertos– más seguros y mejor organizado­s del Mundial. La seguridad es una prioridad para los organizado­res. “Lo que más nos preocupa es la respon–¿Por...? sabilidad de cada espectador. Puedes poner 500, 1.000 comisarios, pero si un solo aficionado no respeta las normas y se pone en riesgo ya nos hace daño”, explica Barrabés. El riesgo es que el público se ponga en peligro, que se suspendan tramos “y se deje a los aficionado­s sin rally”. En el Catalunya hace años que no suspenden ninguno.

Lo más complicado es conciencia­r al espectador y controlar adónde va. “Habría que acotar más zonas de público –como ya hace el RACC: en el tramo de La Fatarella hay 6–, que no estén desperdiga­dos por todo el tramo”. Imposible.

Empezando por un grupo de 10 estonios, que dos horas antes del paso de los coches, a las 9.20, ya ocu- pan un montículo fuera de la zona delimitada. “En principio no está prohibido. Cuando pase el coche de seguridad lo evaluamos. Te pasas el día echando a la gente”, dice Francesc Bufill, uno de los comisarios.

O un grupo de franceses, tres parejas que vienen del Gard. “Nadie nos ha dicho que estemos mal aquí. De momento. Estamos en alto, no pasa nada”, dice el más atrevido.

O una pareja alicantina, de Benidorm, Verónica y Olaf, encima de un talud de piedra. “Aquí es seguro, estamos en alto y así vemos bien”. –¿Y si el coche pierde el control? –Chocará contra el muro de piedra... La gente suele ponerse en sitios seguros. Pero ven el domingo por la mañana y verás... –La gente está desfasada. El sábado noche la fiesta es grande...

Son los sospechoso­s habituales, como dice Luis Fernández, veterano jefe de zona en la ZP1 de La Fatarella-Vilalba. “Hay pocos problemas, pero siempre hay cuatro que ya los ves venir, por cómo gritan, por cómo se comportan... Cuesta mucho que la gente obedezca. Gracias a los Mossos hacen caso. Si hay problemas, los llamamos”.

No ha pasado ni media hora y las palabras de Fernández se hacen realidad: tres agentes de los Mossos tienen que convencer a un hombre mayor que se niega a pasar detrás de la cinta de seguridad. “Soy el dueño de la finca y cuando venga el coche me pondré...”, dice desafiante. “Es que si no lo hace, todo el mundo hará lo mismo”, lo persuade un agente. El hombre obedece. Se marchan los Mossos. “No, si lo hacía por tocarles los cojones. Me tiene que decir a mí que me aparte, en mi casa, vamos...”.

Empieza el tramo. Pasa Neuville. Y se hace realidad la segunda profecía de Fernández: los móviles nos han idiotizado. “Todos quieren tener su vídeo del coche pasando muy cerca para colgarlo en las redes. Se ha notado mucho en el comportami­ento de la gente. Hay quien hace barbaridad­es. Te tienes que poner duro”. El comisario anónimo, unos 150 metros más arriba, donde se acaba la valla, no puede contener a los imprudente­s. Unos jóvenes colocan sus móviles y cámaras go-pro junto al carril. Se juegan al físico. La vida. “¡Los coches están trazando por dentro y pasan cruzados! El año pasado no pasaba porque el tramo era al revés”, advierte el comisario. –¿No debería estar prohibido? –Entiendo que sí, se debería señalizar, pero no había más cinta...

Dos niños siguen cruzando el carril. ¿No tienen cole? ¿Ni padres?

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XAVI JURIO El Citroën de Craig Breen traza a metro y medio de los espectador­es en el tramo La Fatarella-Vilalba

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