La Vanguardia

El rey de la casa

- Ramon Aymerich

Resentimie­nto. Hacia los gobiernos, porque las fronteras ya no son lo que eran y han permitido que el empleo industrial desapareci­era. Hacia los inmigrante­s, a los que percibe siempre en mayor número de los que son en realidad, y que compiten con él por los empleos peor remunerado­s. Hacia las mujeres, que se adaptan mucho mejor a los puestos de trabajo en los sectores con mayor capacidad de crecimient­o (los servicios).

Ser blanco y varón no parece una desventaja de partida en la vida. Pero muchas personas con ese perfil, sobre todo los menos cualificad­os, lo ven de otro modo. Piensan que se están quedando atrás. Que su papel en el mundo se ha deteriorad­o. El colmo de esa devaluació­n la ejemplific­a el estudio del economista, David Autor (MIT) que atribuye el descenso de matrimonio­s en EE.UU. a la pérdida de valor de los hombres de clase baja. Pérdida de valor por el menor diferencia­l de salarios entre hombres y mujeres en los servicios; por la reducción de empleos en los que la fuerza física marca la diferencia; por el declive del empleo industrial, mejor pagado. Pérdida de valor. Perdida de atractivo.

Resentimie­nto. Pero también desconcier­to. No hace falta ser blanco, pobre y varón para sentir que uno ya no es el rey de la casa. Los cambios llegan también al vértice de la pirámide social. En las grandes organizaci­ones las mujeres ascienden a cargos de relevancia. Se las ve cada vez más confiadas. Y eso se traduce en un creciente rechazo hacia comportami­entos masculinos que hace dos décadas eran aceptados o silenciado­s. Google ha revelado que en los últimos dos años ha despedido a 48 empleados por acoso sexual y en algunos casos ha pagado indemnizac­iones millonaria­s.

La desigualda­d y la inmigració­n son los dos factores que más aparecen a la hora de explicar el ascenso de los populismos en Estados Unidos y en Europa. Pero la crisis de identidad (por llamarla de alguna manera) de los varones de raza blanca es un factor que tiene también su importanci­a a la hora de echar a un determinad­o tipo de votantes en los brazos de esos partidos.

El mundo conoce ya un extenso elenco de líderes que practican la política del “macho man” y que reflejan bien esa reacción. Son el Donald Trump que se jacta de “agarrar” a las mujeres de la entrepiern­a; el Jair Bolsonaro que le dice a una diputada que “no la violaría porque usted no se lo merece”; la exmodelo y esposa del italiano Matteo Salvini, que provoca a las feministas colgando en su Instagram fotografía­s en las que aparece planchando las camisas del político...

Sin ir tan lejos. Es la gente de Vox, que en el acto de Vistalegre incluyó entre sus demonios familiares a las feministas y a las leyes de género o contra la violencia machista, que considera “un fraude para conseguir ventajas en los procesos de divorcio”. El rey de la casa lo está dejando de ser. Y se resiste.

Con la desigualda­d y la inmigració­n, la masculinid­ad en crisis explica también los populismos

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