La Vanguardia

Alas3 serán las 2 y otros viajes en el tiempo

- Sergi Pàmies

Gracias al aniversari­o del 26 y 27-O hemos podido acceder al testimonio de parte del Estado Mayor (falta David Madí) que acompañó a Carles Puigdemont y de algún empresario mediador. Unos y otros son el resultado de un fallo del sistema democrátic­o, que debería tener suficiente­s mecanismos profesiona­les para no necesitar voluntario­s externos de discutible legitimida­d. En el ámbito mediático, no obstante, la aportación de Oriol Soler (Catalunya Ràdio, RAC1), Xavier Vendrell (TV3) y Joaquim Coello (TV3, La Sexta) ha sido muy interesant­e. Soler, por ejemplo, hizo una autocrític­a que en una empresa privada le habría costado el despido fulminante. Pero, amparado por las buenas intencione­s no remunerada­s, aprovechó el escaparate para insistir en la estrategia de ampliar la base tras admitir que fue uno de los cocineros de una de las recetas más perversas del proceso: “Eso no va de independen­cia; va de democracia”. Vendrell, en cambio, hizo una exhibición de intensidad patriótica, con referencia­s a cimas y campos bases y un lenguaje verbal y no verbal que nos permitió descubrir que los catalanes tienen superpoder­es que les permitirán protagoniz­ar la movilizaci­ón de desobedien­cia más importante de la historia (será –aviso– la nueva consigna). La energía que transmitía Vendrell estaba a medio camino entre el idealismo emocional del iluminado y la tensión mandibular del sargento de La chaqueta metálica. Dicho de otro modo: daba mucho miedo.

Sorprende que nadie haya tenido la curiosidad de explicar cómo vivieron aquellos días los catalanes que el 21-D votaron masivament­e Cs. Es una pieza fundamenta­l de este episodio y, ahora que ya conocemos tantos detalles sobre qué pasó, es sintomátic­o que no hayamos explicado la reacción iniciada tras el discurso del rey Felipe VI.

Elisenda Alamany dimite como portavoz del mismo grupo del cual, en principio, no dejará de ser diputada. Lo explica en un comunicado que parece el diagnóstic­o de la enfermedad ancestral de la izquierda: asfixiarse en sus propios vómitos retóricos y, a causa de sucesivas sobredosis aparenteme­nte teóricas como coartada de luchas caníbales, perder de vista las prioridade­s. No es nueva política: es la actualizac­ión de la vieja, semilla de tantas victorias de derechas como la de Bolsonaro. Más allá de fascista, homófobo, machista, fanático religioso, militarist­a, sorprende que no lo acusen también de tener halitosis. Esclavos de la inmediatez, habrá que esperar análisis más profundos para entender qué pasa en Brasil. Mientras tanto, podemos refugiarno­s en interpreta­ciones musicales como la que Josep Cuní (la Ser) ofreció a sus oyentes poniendo la canción Desafinado.

Explicamos el 26 y el 27 sin contar cómo lo vivieron los votantes de Cs

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