Las cárceles, territorio de radicales
El fin de la guerra desencadenada por el yihadismo violento no se aprecia todavía y el riesgo de un nuevo gran atentado que lo resitúe instantáneamente en primera página mundial se mantiene muy alto. Pese a ello, es un hecho que las medidas preventivas contra este modelo de terrorismo son cada vez más eficaces. Muy especialmente las desarrolladas en Europa. La tendencia positiva la evidencian las estadísticas mundiales sobre terrorismo, como las del Instituto de Economía y Paz (IEP), que muestran para el bienio 2016-17 una notable disminución del 22% (casi 7.000 víctimas menos) en el número de personas asesinadas en ataques terroristas.
Una buena noticia con muchos matices que invitan a la prudencia, ya que los seguidores del Estado Islámico (EI) estropean la estadística manteniendo al alza la que les concierne. Y lo hacen a base de perpetrar atentados con muchas víctimas. Una hazaña que los soldados del EI repiten con frecuencia. De hecho, el 44% de las muertes por terrorismo registradas en países del primer mundo entre el 2014 y junio del 2017 las produjeron solamente tres de los atentados perpetrados en nombre del EI. Fueron los ataques de noviembre del 2015 en París, con 137 víctimas; el atropello con un camión en Niza de julio del 2016, que se saldó con 87 personas muertas, y el ametrallamiento de junio del 2016 en un club nocturno de Orlando (Estados Unidos) que terminó con 50 muertes.
Los datos son elocuentes y hablan de una letalidad que ninguna agencia de seguridad niega o minimiza. Sin embargo, hay que apuntan hacia la eficacia de la labor contraterrorista internacional, cuya tarea de prevención, siempre mejorable, es mucho más efectiva de lo que era en septiembre del 2001, cuando al “comando de Hamburgo” de Al Qaeda logró derribar las Torres Gemelas de Nueva York.
De hecho, en la actualidad los yihadistas ocultos en los países de cultura occidental incrementan sus propias medidas de seguridad debido a la presión de unos investigadores más preparados para detectar fundamentalistas.
Esta labor nunca ha perdido de vista las cárceles, histórico escenario de radicalizaciones temibles. De facto, todos los países del continente europeo tienen su programa actualizado para la detección del activismo extremista en las prisiones.
El objetivo de toda célula fanatizada por la doctrina del EI es contribuir a la victoria de su credo sumando nuevos soldados y atacando al enemigo en cuanto se sientan preparados. En consecuencia, una vez generado el grupo clandestino es sólo cuestión de tiempo que algún componente del mismo acabe tratando de atentar en algún lugar del mundo. Por esa razón son tan importantes las desarticulaciones de las células en su fase de creación o en el estadio en el que todavía se dedican a la propaganda y captación de nuevos fanáticos, y de ahí los programas de detección temprana de radicalizaciones.
Una muestra de este tipo de investigaciones es la desarticulación, este mes de octubre, por la Guardia Civil en estrecha colaboración con los funcionarios de prisiones, de un grupo de 25 reclusos supuestos soldados del EI. Los extremistas estaban formando un “frente de cárceles” que pretendía agrupar a los más de 270 presos yihadistas de distintas nacionalidades que cumplen condena en España. La importancia del asunto se percibe al conocer la identidad de tres de los presuntos cabecillas de este “frente”: dos son autores de los atentados del 11-M del 2004 en Madrid, Jamal Zougam y Hassan el Haski; y otro es Mohamed Achraf, el que fuera líder desde Suiza de varios grupos de terroristas, constituidos también en cárceles, que pretendían volar la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo. Achraf, en principio el cerebro del proyecto abortado, estaba a punto de cumplir condena y salir en libertad, que no recuperará
El intento de crear un frente yihadista en las prisiones españolas muestra la peligrosidad de los reclusos fanáticos
al quedar nuevamente en prisión sin fianza por orden del juez.
No sorprende descubrir en la biografía de los terroristas su paso por las cárceles europeas. En ocasiones los terroristas primero fueron pequeños traficantes o ladronzuelos que se radicalizaron en prisión. En otras, pasaron por ella a causa de la delincuencia común a la que se dedicaron para tratar de financiar actividades extremistas paralelas.