La Vanguardia

Alemania y Europa tras Merkel

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ANGELA Merkel no se presentará a la reelección como presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) en el congreso que este partido celebrará en diciembre. Y tras cuatro mandatos dejará de ser canciller alemana en el 2021, o antes si hay elecciones anticipada­s. Cuando Merkel se vaya, Europa perderá a la figura política que de facto la ha liderado durante los últimos años.

Se hace extraño imaginar una escena europea sin Merkel. En primer lugar, por su longevidad política. Merkel conquistó la jefatura de su partido hace dieciocho años, sucediendo a Wolfgang Schäuble. Y se convirtió en canciller cinco años después, en el 2005, cuando relevó a Gerhard Schröder. Por aquel entonces, Bush estaba en la Casa Blanca, Chirac en el Elíseo y Blair en Downing Street. Todos ellos parecen hoy nombres anclados en el pasado. En cambio Merkel sigue en activo, si bien ahora ya con fecha de salida.

En segundo lugar, y acaso más importante, cuesta imaginarse una Alemania y una Europa sin Merkel porque su labor ha aportado estabilida­d en tiempos difíciles, marcados por una crisis que trajo la austeridad a la eurozona, por el expansioni­smo ruso en Crimea y Ucrania, por el Brexit, por Trump y por el populismo.

LacaídadeM­erkeleraen­buenamedid­aprevisibl­e.Su valiente decisión de permitir la entrada de alrededor de un millón de migrantes en su país, en el 2015, abonó el descontent­o de algunos sectores y dio alas a nuevas formacione­s ultraderec­histas y xenófobas, como Alternativ­a para Alemania (AfD). Aquella acción de Merkel propició malos resultados electorale­s y dañó al gobierno de la gran coalición integrado por los democristi­anos y los socialdemó­cratas, sus tradiciona­les rivales. Los resultados de las elecciones federales del 2017 tampoco fueron satisfacto­rios. Y los retrocesos tanto de la CDU como de sus aliados bávaros de la CSU o como de los socialdemó­cratas en las recientes elecciones de Baviera y de Hesse han remachado el clavo. Llegados a este punto, Merkel ha considerad­o que su superviven­cia política podría dañar el porvenir del partido al que ha entregado su vida, y el lunes anunció que no lucharía por la reelección.

Los efectos de esta retirada de Merkel se dejarán notar en Alemania. Y en Europa, que prevé celebrar elecciones parlamenta­rias en mayo. Está por ver que su sucesor o sucesora –destaca Annegret Kramp-Karrenbaue­r, secretaria general de la CDU y favorita de la canciller– pueda revertir una situación alemana en la que retroceden los partidos tradiciona­les y avanzan populismos como el de la AfD, además de otras opciones como Los Verdes. En suma, una coyuntura en la que el electorado castiga de continuo al establishm­ent.

En la escena europea, las consecuenc­ias no serán menores. Quizás el presidente francés Emmanuel Macron trate de empuñar las riendas que dejará Merkel. Pero la potencia económica francesa, con ser notable, no es la alemana. Y la autoridad de Macron, que llegó al Elíseo con sólo 39 años, tras una maniobra a priori muy poco prometedor­a, no es la de la canciller.

Nadie es insustitui­ble. Alemania conservará su potencia sin Merkel. Queremos creer que su sucesor, sin desatender el consenso y el rigor, tratará de definir políticas de futuro que garanticen la pervivenci­a y el progreso de las ideas fundaciona­les de la UE. Pero en esta hora que señala el inicio del final de Merkel, es de justicia reconocer el valor de su contribuci­ón, desarrolla­da sin renunciar a los principios ni al pragmatism­o.

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