La Vanguardia

‘Los Jordis’

- Pilar Rahola

Aunque la intención de quienes diseñaron el cuadro represivo era inequívoca, decapitar toda la dirigencia independen­tista, tanto la política como la civil, el hecho es que ha pasado lo contrario: todos los líderes, tanto en el exilio como en prisión, han crecido en fuerza política.

Ello no significa que se menospreci­e el daño ingente y la erosión que la represión ha provocado en la normalidad de la vida política catalana.

El solo hecho de que los dos grandes líderes independen­tistas, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, no puedan hablarse ya es un desastre, añadido al desastre mayor de no poder ejercer libremente su representa­tividad política. Ciertament­e, despreciar la represión sería una ingenuidad y una temeridad. Pero asumida la gravedad de la situación para Catalunya, y el terrible coste personal que representa para los dirigentes y sus familias, es un hecho que la represión no sólo no ha conseguido minimizar la fuerza de su liderazgo, ni destruir sus conviccion­es, sino que, al contrario, hoy tenemos líderes más convencido­s, más sólidos y más reconocido­s. Y en algunos casos, el liderazgo ha crecido de manera exponencia­l.

Es el caso, por ejemplo, de Jordi

Jordi Sànchez, el hombre que lideró la mítica Crida, vuelve a liderar un gran movimiento de libertad

Sànchez y Jordi Cuixart. Es evidente que los dos Jordis ya eran grandes líderes sociales, y precisamen­te por ello están en la cárcel, por la fuerza que tenían entre la ciudadanía. Que unos líderes pacifistas y democrátic­os, de larga biografía contra todo tipo de violencia, lleven un año en prisión da la medida de los agujeros negros del Estado de derecho español. Pero podían haberse roto personalme­nte, tambaleado en las conviccion­es, apartado de la lucha política, y podían haber hecho la transmutac­ión que la represión buscaba: abandonar toda esperanza. No sólo no ha pasado, sino que ha sido a la inversa, y hoy tenemos dos figuras políticas que, aparte de su liderazgo social, añaden un liderazgo político real. Si Cuixart ha solidifica­do su fuerza, el caso de Jordi Sànchez es aún más notorio porque se ha convertido, por méritos propios, en uno de los grandes ideólogos del independen­tismo, hasta el punto de que ha sido clave en el nacimiento y en el cuerpo teórico de la Crida per la República. El hombre que lideró la mítica Crida de antaño vuelve a liderar un gran movimiento de libertad.

A este empoderami­ento político, Sànchez ha añadido el plus de un liderazgo ético que lo honra: ha sido la voz que se ha alzado contra el uso de los presos como moneda de cambio para negociacio­nes políticas, y ha asegurado, de manera rotunda, que no aceptará indultos reales, porque niega la condición de culpable. Ha plantado, pues, una bandera de dignidad ante la humillació­n que la represión buscaba, y este gesto agranda su figura, tanto como enaltece a todos los presos que la sostienen.

Eisenhower decía que la calidad suprema del liderazgo era la integridad. De eso se trata, de integridad.

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