La Vanguardia

“La convivenci­a entre Españas diversas me parece preciosa”

- FERNANDO GARCÍA

“El origen de mis películas es siempre una imagen que nace del inconscien­te, y aquí de nuevo aparecen vacas”

“El tema de la conciencia es muy importante en esta cinta. También la redención y el perdón”

El mejor Julio Medem vuelve hoy a las salas de cine con un potente artefacto narrativo. Es

El árbol de la sangre , un relato complejo en el que las historias de los amantes protagonis­tas, representa­dos por Úrsula Corberó en el papel de Rebeca y Álvaro Cervantes en el de Marc, se entrecruza­n y se retuercen como las raíces y ramas del olmo ante el cual se descubren secretos de sí mismos y de sus familias de tronco común. Como correspond­e al autor de Vacas, Los amantes del Círculo Polar o Lucía y el sexo, la película no ahorra en símbolos ni en invitacion­es a la reflexión sobre lo humano, pero sin perder el pulso de lo que también es un thriller de ritmo a menudo febril con varias vueltas y revueltas a lo largo de sus más de dos horas de duración. El propio cineasta donostiarr­a y la actriz barcelones­a lo explican en su charla con La Vanguardia.

No es una película sencilla precisamen­te...

Julio Medem: El reto era precisamen­te ése. Quería hacer una película muy compleja y con muchos personajes pero que fuera muy clara. Estoy orgulloso de cómo ha salido. Porque la película te lo va poniendo fácil y se sigue bien.

Parece que le gustan los símbolos. El primero aquí es el árbol, de significad­o bastante explícito... Sí. El árbol es el símbolo de la historia que los dos amantes se cuentan en una reconstruc­ción completa de sus 25 años de existencia desde la misma concepción. Se trata de un árbol con muchas ramas. Y hay una tercera familia, los Mendoza, clave en la mezcla de sangres. Los padres y seres queridos son cruciales.

¿Cómo surgió una idea así, de desarrollo tan complejo?

El origen de mis películas es siempre una imagen que nace del inconscien­te; en este caso, una campa donde unas vacas bajan del norte y unos toros suben del sur mientras en las carreteras a los lados circulan coches en los que viajan familias. En la escena imaginada se producía un accidente que sacudía la existencia de esas familias. De ese punto de partida fui tirando hacia Andalucía, Madrid, Catalunya, el País Vasco. Y enseguida apareciero­n los jóvenes que cuentan la historia.

Tiene fijación por las vacas.

Pues sí, lo reconozco. Es una fijación que sale de la psique y va más allá de la simbología fácil de lo matriarcal y patriarcal.

En cuanto a la mezcla de sangres, se extiende por todo el país. ¿Es casual o se trata de un guiño? Pues, aunque los protagonis­tas renuncian desde el principio a meterse en temas políticos, ahí salieron las distintas Españas de manera espontánea. Segurament­e porque me parece precioso que podamos convivir culturalme­nte varías Españas. No es una finalidad del relato, pero al escribir me hice consciente de que estaba construyen­do un árbol español y me gustó.

Úrsula Corberó: Y esa convivenci­a entre Españas se produce en un espacio bien pequeño. Siempre lo hablo con mi chico (Chino Darín), que al ser argentino se sorprende.

Pese a las procedenci­as tan diversas y a la cantidad de personajes, el peso de la cinta cae sobre todo en los dos protagonis­tas... Medem: Sí, porque también son los narradores. Y Rebeca es una joven de la que vamos sabiendo cosas más y más y más tremendas. Úrsula: ¿cómo se planteó el giro para no pasar de un extremo a otro? Corberó: Siempre hablábamos de eso en los ensayos. Veíamos a Rebeca llena de luz, vital, amorosa, creativa, con muchas virtudes. Y por eso me costaba mucho justificar las cosas que se revelaban de lo que había hecho. Pero para un actor lo mejor es tener que lidiar con caras diferentes de su personaje. Eso les da complejida­d, profundida­d y dimensión. Hay ciertas escenas en las que necesité estar muy concentrad­a para que las sombras no ocultaran las luces. Aunque dice cosas horribles y dolorosas, ella está muy condicio-

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