Isidre Esteve
PILOTO DE RALLIES
Once años después del accidente que le postró en una silla de ruedas, Isidre Esteve (46) sigue ilusionado con el pilotaje. Desde hace un mes, prepara su nueva participación en el rally Dakar, un ejemplo notable de superación.
Isidre Esteve (46) se guarda un segundo. Me mira fijamente. Toma aire. Al final, me dice:
–Soy feliz. Tengo buena calidad de vida. Me considero un privilegiado. Hago lo que me gusta. –¿Y qué es?
–Puedo pilotar.
Se da la vuelta, contempla a Lidia, Lidia Guerrero, su pareja desde hace más de diez años, su fisioterapeuta, su consejera. Y ella asiente. –Déjeme que le plantee algo –le digo a Esteve–: la medicina avanza muy deprisa. Tal vez los investigadores encuentren la solución. Tal vez usted vuelva a caminar, antes o después... Enarca una ceja. Aguarda otro segundo: –Eso está muy bien. Está muy bien que la medicina avance. Sobre todo, para los enfermos que están peor que yo. En mi caso veo muchos avances (en el 2007, se fracturó las vértebras T7 y T8: desde entonces está en una silla de ruedas). Dicen que puede haber algún remedio, a base de electroestimulación. ¿Quiere saber mi opinión?
–Por favor...
–Me parece genial. Pero mientras tanto, yo me seguiré cuidando al máximo, y mientras eso no ocurra, seguiré compitiendo y viviendo.
–¿...?
–Lo que menos me preocupa es volver a caminar. Lo que me encantaría es volver a sentir todo mi cuerpo.
Hay más personas en escena. Por ejemplo, los doctores Jordi Font y Juan Pablo Oglio. Ambos supervisan los análisis que se le están practicando a Esteve y a Guerrero. Una colonoscopia, una gastroscopia, una analítica de sangre y un TAC toracoabdominal. Y más pruebas: dermatología, otorrinolaringología y medicina interna.
El día va a ser largo. Estamos en la clínica Tres Torres, en Barcelona. Esteve se prepara para regresar al Dakar, en coches, en enero, un rally que no se celebra en África, sino en Latinoamérica. Este año, en Perú.
–¿Y qué se le ha perdido a usted allí?
–Aún estoy muy entero. ¡Y mira que he estado fundido!
Se vuelve. Observa a Lidia Guerrero.
Cómplices, ambos sonríen. Lidia Guerrero jugaba al balonmano y también practicaba atletismo. Saltaba vallas, lanzaba la jabalina. Era una especialista excelente, tan técnica como apasionada en el deporte. Todo aquello que probaba, lo iba asimilando. Estudió la materia, pero también fue una autodidacta. Conoce los mecanismos del cuerpo humano.
Juntos, ambos han formado un dúo sólido.
César Rangel, el fotógrafo, toma imágenes. Isidre Esteve gesticula con las manos. Es próximo en el trato, extraordinariamente amable. Hablamos del Dakar y le brillan los ojos.
Y eso que, allí, las ha pasado de todos los colores.
–En el 2006, en Mauritania, tuvieron que quitarme el bazo. Otra vez me rompí dos costillas. Otra, tuvieron que fijarme la espalda con clavos. No tengo colon, la columna vertebral está castigada, llena de cicatrices. Hay rachas en las que te lo rompes todo. El brazo derecho, el cúbito, el metacarpiano... Casi vivía en la clínica. –Y usted sigue pilotando. Sonríe de nuevo.
Se ensueña.
(...)
Isidre Esteve es un deportista decisivo en la historia de los rallies. Como piloto de motos, fue cuarto en el Dakar en dos ocasiones (2001 y 2005). Y lideraba la clasificación en el 2006, el año en que perdió el bazo.
–¿Quiere saber cómo recuerdo aquel accidente?
–¡Claro!
–Me caí entre Mali y Mauritania. Me levanté. Pensé que no tenía nada, pero empecé a marearme. Me hundía en las dunas. Iba a 50 km/h. La organización se dio cuenta y me hizo parar. Me levantaba y me volvía a caer. Me evacuaron en una avioneta, me hicieron un escáner en Nuakchott y me devolvieron enseguida. ‘Si te mandamos mañana, y no hoy, estarás muerto’, me dijeron los médicos. Me estaba desangrando por dentro.
–Y el accidente que le dejó en la silla de ruedas. ¿Le preguntan por ese momento?
–Cada vez menos. Pero puedo hablar de él, no hay ningún problema. Fue una fatalidad. Era el Campeonato de España de Raids. Iba con todas las protecciones, pilotando una moto pequeña. Le llevaba cinco minutos de margen al segundo, a cinco kilómetros del final. Llegó el paso de un río. Levanté la rueda. Con la rueda levantada enganché con una piedra. Las piernas cedieron y el asiento me golpeó en el sacro. Se comprimieron las vértebras. No iba ni a 80 km/h. Quedé en el suelo. No perdí la conciencia y no sabía el alcance, aunque enseguida comprendí que me había hecho algo grave.
La lesión se convirtió en una noticia de primer orden. Ocupó portadas. Se formaron montoneras, colas de periodistas a las puertas del hospital Vall d’Hebron.
Isidre Esteve y Lidia Guerrero convirtieron aquel infortunio en una oportunidad.
Se hicieron un hueco en el CAR de Sant Cugat y crearon la Fundación Isidre Esteve. Por allí pasan más de ochenta pacientes al año. Son deportistas parapléjicos y otros con movilidad reducida.
–¿Cómo se formaron ustedes? –le pregunto a Lidia Guerrero.
–Por el método del ensayoerror. Preparando a Isidre cometimos fallos. Sobrecargas en los hombros, por ejemplo, o asimetrías. Empezó a nadar y la columna se le rotó totalmente: solo respiraba de un lado y las piernas no le compensaban. Pasamos a hacerle respirar por ambos lados, compensando en el gimnasio. Hemos hecho estudios, hemos escritos ensayos, como la Mejora del sistema cardiovascular en entrenamientos de alta intensidad.
–Y está la alimentación –apunta Esteve.