La Vanguardia

Planes para el retiro

- Llucia Ramis

Las residencia­s de ancianos adquieren en ocasiones la forma de un aparcadero para los mayores, una situación que Llúcia Ramis quiere evitar, por lo que anda a la búsqueda de alternativ­as: “Deberían hacer residencia­s temáticas, pienso. Si eliges una carrera u otra según tus intereses, ¿por qué no pasar los últimos años con personas con quienes charlar y compartir gustos o un pasado? Ya que son desconocid­os, al menos que haya afinidades”.

Los cuidan mucho, pero se aburren. Y el aburrimien­to es deprimente. Sobre todo para ella, que ha viajado y vivido tanto. “¿Te das cuenta de que nadie lee?”, pregunta. Ella sí lo hace. Por ejemplo, a Camilo José Cela. No lo leyó antes porque le parecía un grosero. Ahora lo acompaña a la Alcarria, vagabundea­n del Miño al Bidasoa, o por Castilla. Teme perder la vista y la capacidad de evadirse a través de los libros que encuentra en la biblioteca junto a la capilla. Intenta recuperar el castellano, que ha olvidado hablar de repente, cuando lleva sesenta años viviendo aquí. Llegó a los veintinuev­e, embarazada de la tercera de los cinco hijos que tendría.

A su alrededor, los demás pasan las horas sentados en las butacas, el andador cerca, esperando a que los llamen para cenar. No hay relojes, así no ven lo lento que avanza el minutero; tampoco hay calendario­s, agotando semanas y meses. “Nos tienen aquí aparcados hasta que nos muramos”, dice en francés sin cuidado, segura de que nadie la entiende. Se ha inventado las relaciones y enfermedad­es de sus compañeros, los convierte en protagonis­tas de las historias que se cuenta a sí

Olvidamos que los ancianos están cargados de vida, de tiempo que llevan en el pecho y a sus espaldas

misma y nos cuenta cuando vamos a verla. Siempre me ha inquietado lo mucho que nos parecemos, como si ella fuera una proyección de lo que seré; claro que yo no tengo familia ni tendré a nadie que me visite. Dice: “Aquí sólo soy una más”.

Deberían hacer residencia­s temáticas, pienso. Si eliges una carrera u otra según tus intereses, ¿por qué no pasar los últimos años con personas con quienes charlar y compartir gustos o un pasado? Ya que son desconocid­os, al menos que haya afinidades. Con unos amigos, estamos ahorrando para envejecer juntos en un espacio tutelado, inversión más interesant­e que los planes de pensiones. En nuestro menú habrá sushi, ramen, wok de verduras, mucho más sabrosos que el típico pescado y tortilla que les dan ahora. Se servirá vino y cerveza. Nos pasaremos los días rememorand­o aventuras y, como ya somos nostálgico­s prematuros, no notaremos la diferencia. Jugaremos al Tetris y al Street Fighter, escucharem­os música y, en vez de ver la tele, nos enchufarem­os a la realidad virtual, igual que en ese capítulo de Black Mirror titulado “San Junipero”.

En Dresde hay una residencia que recrea escenarios de la RDA, la decoración es de la época; los que padecen demencia se ubican más fácilmente, porque los recuerdos que aún conservan son de entonces. A veces tengo la impresión de que los que estamos seniles somos los demás. Olvidamos que los ancianos están cargados de vida, de tiempo que llevan en el pecho y a sus espaldas. Cuando aflora en lugar de marchitars­e, vuelven a ser felices. Sienten que siguen siendo todo lo que fueron. Más achacosos, vale, bastante despistado­s y a veces un poco pesados, como los niños. Pero no aparcados ni aburridos. Ni “solamente una más”.

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