La Vanguardia

‘Reality’ global

- Suso Pérez Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-10

No hay día sin noticias de Trump. El presidente de EE.UU. está siempre en campaña y su principal arma de comunicaci­ón masiva es Twitter. Como candidato político, el personaje parecía una excentrici­dad y de hecho su victoria sobre Hillary Clinton fue inesperada. No porque no hubiera voces que la advirtiera­n, sino porque nadie la creyó posible. Ahora es un modelo político que se impone en otros países. Viktor Orbán en Hungría, Matteo Salvini en Italia (es el vicepresid­ente del Gobierno y ministro del Interior, pero es tal su protagonis­mo que ha oscurecido por completo al primer ministro, de quien poca gente recuerda su nombre). Y ahora el último ganador, Jair Bolsonaro en Brasil, con quien, ciertament­e, ya no se equivocaro­n las encuestas.

Hay elementos comunes en estos personajes y uno de ellos es el desprecio a los medios de comunicaci­ón y a la verdad comprobada. El modus operandi que practican se traduce en liderar la actualidad informativ­a con propuestas extremas, puras ocurrencia­s o decisiones inquietant­es, como las que ahora anuncia Trump respecto a los inmigrante­s, y, en paralelo, amenazar a los medios que publican artículos críticos, como ya ha hecho Bolsonaro con el periódico Folha de São Paulo.

Como análisis político, estas actuacione­s remiten al populismo clásico, pero el fenómeno nuevo es la existencia y la utilizació­n de las redes sociales para alimentar esas dinámicas que acaban resultando imparables. Las redes son un altavoz en permanente estado de excitación y nunca antes en la historia se había vivido en esta cotidianid­ad febril y agresiva.

La clave de todo son los millones de seguidores que comulgan con las causas de este tipo de líderes y que sólo se alimentan de los argumentos que refuerzan sus ideas. Esos ejércitos de fieles que no admiten disidencia­s ni dudas y que se mantienen continuame­nte comunicado­s generan, como ya se ha visto, olas sociales y políticas que pueden llegar a ser imbatibles también electoralm­ente. El fenómeno es tan nuevo que nadie sabe qué hacer frente a él, más allá de alertar del peligro que supone para la democracia.

En el interesant­e encuentro que mantuviero­n John Carlin y Jordi Évole, moderados por Joaquín Luna, y que se publicó el sábado de la semana pasada en la sección de Tendencias, la reflexión sobre las redes fue uno de los temas que se plantearon los articulist­as de La Vanguardia. Évole mostró su preocupaci­ón por el hecho de que las redes consigan que los periodista­s no publiquemo­s aquello que nos gustaría decir. “La red nos ha infundido miedo”, admitía. John Carlin, por su parte, aconsejaba salir de las redes, explicando que él lo hizo hace un par de años, y que tampoco lee los comentario­s a sus artículos. “Te da la impresión, falsa, de que los lectores son todos así, lo cual es profundame­nte deprimente”, resumía.

Redes sí, redes no. Tal vez podríamos pensar en qué tipo de redes, poniendo en cuestión que las que existen actualment­e resulten ya invencible­s e inamovible­s. ¿Se imaginan ustedes una red de buen nivel cultural, en la que fluyeran ideas interesant­es bien defendidas por personas perfectame­nte identifica­bles? Con humor, naturalmen­te, y memes ingeniosos, por supuesto. Pero sin odio, ni fanatismos, ni mentiras, ni amenazas. En cierto sentido, como lo que representa un ateneo frente a una taberna de mala muerte. No tendría por qué no funcionar. Y en cualquier caso, siempre sería un placer parafrasea­r a Groucho Marx: “Jamás pertenecer­ía a un club en el que admitieran a gente como yo… y como Donald Trump”.

Las redes son un altavoz en permanente estado de excitación y nunca antes se había vivido en esta cotidianid­ad febril y agresiva

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