Problemas históricos
La historia reciente de Barcelona, con sus transformaciones a ritmo vertiginoso, se puede explicar a través de la serie de encuestas que el Ayuntamiento acumula desde que, a mediados de los años ochenta, el Consistorio presidido entonces por el alcalde Pasqual Maragall comenzó a sistematizar la manera de tomarle el pulso a la ciudad utilizando para ello los estudios de opinión. Esta semana se han presentado los resultados de la Encuesta de Servicios 2018, un macrosondeo elaborado a partir de 6.000 entrevistas que, entre otras cosas, señala cada año, y así desde hace tres décadas, qué es lo que más preocupa a los barceloneses. Y lo ha hecho con una novedad importante: por primera vez, las dificultades para acceder a una vivienda se han encaramado a lo más alto de la lista negra de los principales problemas de la ciudad.
Cuando Ada Colau, la activista por el derecho a una vivienda digna de los primeros tiempos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, se hizo con la alcaldía, en el año 2015, este ítem ocupaba una discretísima posición número 17 en el ranking de los aspectos negativos de la capital catalana. Enorme paradoja: el problema, alimentado por una subida sin precedentes de los precios de los alquileres, se ha agigantado en los tres primeros años de mandato de un gobierno que puso las políticas de vivienda en el frontispicio de su programa.
El periodo de gobierno de los comunes en Barcelona pasará a la historia como el de la aparición de nuevos problemas en la ciudad. El de la vivienda es un ejemplo, pero el más claro, sin duda, es la irrupción del turismo –salvavidas de la economía local en tiempos de crisis feroz y paro desbocado– como pesadilla de muchos vecinos. Eso es lo que dice la Encuesta de Servicios Municipales –el mal número uno en el 2017 y el número dos en el 2016 y el 2018– y lo que el propio gobierno municipal se ha encargado de difundir, con más o menos disimulo, en función de si le convenía un guiño a sus votantes o una palmadita en el hombro del sector privado. Baste señalar que, en la serie de encuestas analizada, el turismo sólo comienza a ser citado como problema por algún entrevistado en el 2006, cuando se sitúa en el lugar número 24 de la lista. A medida que el boom turístico de Barcelona se expandía en la última década fue escalando posiciones en la relación del malestar ciudadano.
Hay un grupo de problemas que siempre están ahí y que avanzan o retroceden en el escalafón en función de la existencia de otros más vinculados a coyunturas, especialmente a las económicas. El hecho de que destaquen no tiene por qué ser necesariamente una mala noticia para la ciudad. Todo lo contrario, suelen ser la señal de que la economía vive un periodo positivo y que otras preocupaciones más serias, como el paro, están relativamente controladas.
En esta categoría de clásicos de ayer y hoy figuran el tráfico, la limpieza e incluso, aunque en este caso cabría alguna matización, la inseguridad ciudadana. Los dos primeros guardan mucha relación con la gestión directa del Ayuntamiento. En la serie de los últimos treinta años, los problemas asociados a la circulación viaria nunca han bajado del sexto lugar de la lista (2011 y 2012) y en nueve ocasiones se colocaron arriba del todo. Así sucedió, por ejemplo, entre 1989 y 1992, en una Barcelona en olímpica transformación
Treinta años de encuesta municipal permiten trazar la trayectoria de la ciudad a partir de las inquietudes vecinales
Que el tráfico o la suciedad lideren la lista de problemas no tiene por qué ser una mala noticia
que, por esas fechas, tenía censados 40.000 automóviles más que en la actualidad.
La inseguridad ciudadana siempre ha ocupado uno de los cinco primeros puestos. Curiosamente, en este 2018 de fuerte incremento de la actividad delictiva ha quedado relegada a la quinta posición, mientras que en años objetivamente más seguros, pero con sucesos puntuales de fuerte impacto mediático, se ha disparado al número uno. Cuestión de percepciones y del efecto amplificador de los medios
El paro y las condiciones de trabajo se catapultan a la cúspide de la pirámide de los problemas de la ciudad en periodos de crisis, ya sea de corta trayectoria (la fase de vacas flacas posterior a los Juegos Olímpicos de 1992) o de muy larga duración (el que se inició en el 2008). En este sentido, las encuestas no engañan. En el 2012, el 2013 y el 2014, Barcelona alcanzó la cifra más alta de desempleados de su historia, superando el listón de los 150.000. En esos mismos años, en la Encuesta de Servicios Municipales, el paro era mencionado por los barceloneses como el mayor de los problemas de la ciudad, con mucha diferencia sobre el resto. Nada que ver con los tiempos en los que nos creíamos ricos (puesto número 15 en el 2017). Eso sí, cuando se pregunta a los ciudadanos sobre el problema que más les afecta personalmente la respuesta más frecuente, año tras año, invariablemente, son las (malas) condiciones de trabajo.
Los resultados de la Encuesta de Servicios reflejan los cambios que ha experimentado Barcelona para convertirse en una sociedad global. El fenómeno migratorio es uno de los factores determinantes de esa muda de piel de la ciudad del siglo XX a la del siglo XXI. Afortunadamente, la percepción de la inmigración vista como problema nunca ha terminado de cuajar en la opinión pública barcelonesa. En el sondeo presentado esta semana hay que bajar hasta la posición número 12 para encontrarla. Sólo en el 2008 ascendió al segundo puesto.